Milena revisa su celular una y otra vez. Envía unos mensajes y los vuelve a dejar en su sitio. Ha dado vueltas alrededor del sofá como diez veces en estas horas que llevan esperando que el servicio técnico del edificio vaya a rescatarlos del encierro.
Luzio, sin embargo, permanece sereno. La ve ir y venir de un lugar a otro con sus pies descalzos, mientras acaricia a Roco acostado a su lado.
De pronto, una sonrisa pícara se le escapa cuando recuerda algo, y Milena no duda ni un solo segundo en mostrarle lo que tiene en la cabeza.
—¡Esto no es jocoso! —Coloca sus brazos en forma de jarra para mirarlo.
A Luzio le parece adorable la manera en que sus cejas se fruncen cuando le habla.
—A esta hora ya debería estar en mi cama, viendo una película, relajada, mientras espero el día más feliz de mi vida. No es justo. Ha pasado mucho tiempo y absolutamente nadie ha venido. Es solo una puerta, ¿qué tanto puede llevarles desbloquearla?
A Luzio se le viene a la mente cuando su madre entró al armario de su padre, tal como había pasado ahora con Milena. Claro, aquello terminó, según su padre, en la mejor follada entre ellos, y es muy seguro que él sea producto de esa hora de desenfreno. No puede evitar sonreír por lo parecido de la situación, aunque entre ellos no termine de la misma forma.
—¿Por qué no te relajas aquí tal como lo harías si estuvieras en tu departamento? —le responde, lo que molesta aún más a la mujer—. Podemos ver si hay algo de cenar en mi refrigerador. Abrimos una botella de vino y…
—No puedo beber alcohol —lo interrumpe, y se despeina con los dedos—. Creo que ya sabes el motivo.
En eso suena el celular de Luzio, y ella se acerca esperanzada de que sea Tomy o alguno de los otros guardias del edificio, pero no.
Luzio se levanta del sofá y camina hacia la cocina mientras habla quién sabe con quién, sin importar lo que ella pueda estar sintiendo. Sonríe, coquetea, habla suave, luego vuelve a sonreír.
¿Hablará con su novia o su mamá? ¡Por supuesto que sí! Es Nochebuena, y todo el mundo celebra a esta hora, menos ellos dos.
Se siente realmente patética. En esos siete años nunca le había importado este día, mucho menos lo que hacen los demás, pero ¿por qué ahora piensa en eso?
Luzio se voltea mientras habla aún por teléfono y sus ojos se encuentran con los suyos. La mira con una intensidad que ella no ha visto en estas horas que llevan solos. Esto se siente muy parecido al coqueteo y un poco como un juego previo para algo que ella hace mucho no siente.
Milena aparta su mirada de inmediato, intimidada por ese efecto extraño que él causa dentro de su estómago.
—¿Te gusta la pasta y el pescado? —cuestiona Luzio desde donde se halla después de colgar su llamada, y ella asiente con timidez—. Es lo único que tengo para cocinar ahora. No podemos quedarnos sin cena de Nochebuena.
Al poco rato, un olor a comida casera empieza a esparcirse por todo el departamento.
Milena lo ve moverse de aquí para allá. Entretanto, manipula sus ingredientes. No puede negarlo, se ve muy atractivo con esa camisa celeste, sus mangas remangadas hasta los codos y ese porte de hombre maduro, despreocupado y a la vez imponente.
Unos minutos después, se levanta del sofá y va junto a él para ver más de cerca lo que prepara. Se nota que sabe desempeñarse muy bien en esto.
Mientras él termina con su parte, ella pone la mesa y, a pesar de que antes había dicho que no quería alcohol, termina agarrando una copa de vino blanco para acompañar el pescado y la pasta que Luzio cocinó.
Roco observa, tranquilo, desde el sofá el interactuar de esos dos, que al final cenan entre risas, mucho más relajados que antes.
A Milena se le pasan las horas sin que se dé cuenta y se sorprende por lo casual que se siente estar atrapada con Luzio hablando de cosas triviales. Ya no piensa en su cita del lunes o en su película favorita, El fantasma de la Navidad, que siempre ve en esta fecha a solas metida en su cama, o en esos potes de comida y de helado de dulce de leche que dejó en la encimera de la cocina que la ayudan a olvidar sus penas. Ya no siente prisa por salir.
—¿Te gustó? —La voz de Luzio sale más grave ahora, más ronca, y sigue mirándola de una manera intensa.
—Deliciosa. —Milena carraspea al sentirse cohibida por su mirada y la pregunta, que desde su boca parece tener un doble sentido—. No imaginé que fueras tan buen cocinero.
—Bueno, no lo soy. Estas son las únicas comidas que sé cocinar. —Ríe—. Cuando fui a estudiar a Alemania, aprendí a preparar mi propia comida para no morir de hambre. Nada de lo que hacían allí me gustaba.
—¿Qué estudiaste en ese país?
—Arquitectura, entre otras cosas. —Luzio parece incómodo al contestar aquello—. ¿Y tú? Dijiste que tienes un negocio. ¿A qué te dedicas?
—Hago postres de todo tipo, pasteles, tartas, galletas. Mi negocio es Sweet Temptation, la confitería que se encuentra a cuatro calles de aquí. La fundé hace seis años, un año después de la muerte de mi novio. Era un proyecto que teníamos juntos y para el que habíamos ahorrado mucho tiempo, el tiempo que llevábamos de novios.
Milena no se explica por qué le cuenta todo esto a un desconocido. Supone que quizá el encierro la hace salir de sus cabales.
—¿Por qué tomaste esta decisión? —Mile sabe a lo que se refiere—. Digo, cualquier mujer querría tener a alguien a su lado para eso, una contención, un apoyo.
—Porque me siento bien así y no necesito nada de eso que se supone puede darte una pareja. No quiero ni tengo tiempo para un compromiso con nadie, dar explicaciones o pedir atenciones. Me siento capacitada para hacerlo.
—Me gusta cómo piensas. —Luzio sirve un poco más de vino en la copa de Milena y también en el suyo—. Yo pienso igual. Creo que sobrevaloran el matrimonio y el hecho de que formar una familia es lo que hace a una persona completamente realizada. Me siento bien solo. Entre mis planes más próximos no está el casarme y mucho menos tener hijos. No porque no me gusten los niños —levanta la mano y sonríe—, ya que tengo cuatro hermanos y cinco sobrinos, a quienes adoro, sino porque lo siento innecesario para mi vida.
Milena se percata de que Luzio tiene una forma de ser fácil que la hace sentir cómoda. No tiene que recurrir a silencios incómodos ni guardarse sus opiniones sobre algún tema, porque él tampoco las hace.
Mientras terminan de beber su copa de vino, Luzio le comenta que tiene treinta y seis años, un año más que ella, que es hijo de un reconocido empresario hotelero de apellido Wilson, que su madre es una pediatraoncóloga y que tres de sus hermanos optaron también por la medicina, mientras que una de ellas, la menor, estudia Marketing, y que su mejor amigo es un abogado.
Para ella es difícil entender que un hombre como él no esté casado y tenga un par de hijos para su edad.
Por un tiempo se centran en disfrutar de la deliciosa cena y ese vino que parece un néctar de los dioses, manteniendo la conversación ligera. Sus codos se rozan de vez en cuando, al igual que sus rodillas debajo de la mesa pequeña.
Su conversación va naturalmente de discutir sobre cuál es la comida más deliciosa para ambos hasta comparar sus gustos sobre las películas o géneros de música.
De repente, Milena se da cuenta de que la pasa muy bien. En realidad, es un tiempo fabuloso. Ya casi se había olvidado de lo agradable que puede ser cenar con un hombre como si fuera una cita.
La sonrisa y el modo de hablar de Luzio son contagiosos.
—Me gustaría saber cómo te decidiste por la inseminación. —Luzio apoya la barbilla en su mano y sus ojos verdes la examinan profundamente—. Dudo que no hayas tenido pretendientes en este tiempo. Eres una mujer bellísima, y cualquiera sería tu donador.
Milena casi se atraganta con su vino.
—Esa es una muy buena pregunta. —Busca las palabras adecuadas para dar su respuesta—. Y… te diría que yo tampoco lo sé.
—Si quieres, yo puedo ayudarte con eso.
Cuando Milena oye su propuesta, su boca cae al suelo, incrédula y sorprendida. ¿Acaso le propone ayudarla a embarazarla?
Lo mira a los ojos más tiempo de lo debido, hasta que él habla de nuevo.
—¿Aceptas? —Estudia su rostro, que ahora está más serio de lo normal—. Por supuesto que lo haremos de una manera totalmente legal. Celebraremos un contrato privado entre ambos en el que se citarán todos tus requerimientos, igual que los míos. Una vez que tengas lo que quieres, dejaremos de tener contacto para no interferir en la vida del otro. Serás la madre que siempre quisiste ser y yo seguiré con mi vida normal, como hasta ahora, sin ningún tipo de responsabilidad en nuestras vidas. Si por alguna razón decides seguir con tus planes en la clínica, no pasa nada, pero te advierto que mi propuesta es más atractiva que ir a una fría clínica a abrir tus piernas para una enorme jeringa de metal.
Milena se queda pensando. ¿Qué debería hacer? Esta propuesta es inesperada, pero hay más probabilidades de quedar embarazada de esta forma que con ese procedimiento. La doctora le sugirió eso miles de veces. Además, con el contrato firmado, nada puede salir mal, ¿no?
—Bueno, sé que la propuesta es algo loca viniendo de tu vecino desconocido, pero…
—Quiero intentarlo —responde ella de inmediato.
—Perfecto. —Luzio bebe de un solo sorbo todo su vino restante. Hasta a él le sorprende que ella haya aceptado—. Nos reuniremos con el abogado en mi oficina el lunes a primera hora. Allí acordaremos todos los detalles antes de proceder. Te enviaré la ubicación por mensaje.
Milena asiente.
Como si el universo esperara el momento justo, la puerta hace un ruido estrepitoso y por fin se abre. Un equipo de reparación se disculpa al interrumpir la velada.
Luzio y Milena se observan por unos segundos eternos.
—Bien, creo que ya llegó la hora de irme —dice ella, y mira su reloj. Ya casi son las dos de la madrugada—. Disculpa las molestias que te hemos causado. Te pagaré la factura de la reparación de los retratos, la decoración, la limpieza y cualquier otra cosa que se deba abonar. Muchas gracias por la cena. Realmente estaba deliciosa.
Se levanta de la mesa avergonzada de ser la culpable de toda esta debacle que ha hecho que Luzio haya perdido su cena familiar y ella se haya retrasado en sus inyecciones. Puede que no sea totalmente su culpa, pero Roco es su responsabilidad, y desde ahora se asegurará de tenerlo más controlado.
Antes de caminar hacia el sofá y agarrar a su travieso gato n***o en brazos, intercambia el número de celular con Luzio.
—Nos vemos el lunes, Milena —expresa justo antes de que ella salga.
Milena asiente y se separan luego de casi ocho horas.
Ella va hasta su departamento y él se queda en el suyo.
Ni la ducha larga hace olvidar a Milena el momento pasado. Mientras se aplica su última dosis de hormona, vuelve a pensar en él.
Esa noche es imposible conciliar el sueño para ambos. Ninguno logra concentrarse lo suficiente sin terminar pensando en el otro.