A decir verdad, me sentía expuesta ante aquel hombre. —Ya vuelvo no quiero que te muevas, si te mueves tan solo un centímetro en vez de azotarte con mi mano lo haré con una fusta —trago de forma pesada, mi corazón late rápido, él se va y no me muevo por nada del mundo. Cuando él vuelve tiene una cuerda en la mano, un consolador y una fusta. —Veo que traje la fusta para nada, bien echo, Muñeca. —Gracias amo. Él vuelve a ponerse detrás de mí, acaricia un poco mi trasero y me dice, —¿Tienes miedo? Niego con la cabeza. —No haré nada que te lastime, ten eso en cuenta siempre. —Está bien, amo. —Quiero que cuentes cada golpe. Yo asiento, y segundos después siento el primer azote y mi cuerpo se contrae —¡Cuenta! —Uno. Vuelve a arremeter, esta vez contra mi otro glúteo. Otro, otro, o