SOFÍA No quise sentirme encerrada en casa, por eso Hunter le puso grandes ventanas tintadas a todas las habitaciones. Desde nuestra habitación, mientras hacía la cama después de ser la última en despertarme, vi a Murphy correteando con Amelia en el jardín. Recogí un poco la ropa de la noche anterior, mi ropa interior estaba enganchada en el cabecero de la cama. Nunca dejamos de amarnos como en un principio, y a cada año que pasaba, Hunter me encendía más y más. Salí con ellos aún vistiendo la camiseta de Hunter que usaba como pijama, y Murphy se acercó trotando con Amelia detrás. —Buenos días, mami —me saludó, y me agaché para cogerla en brazos, pero casi no podía con ella—. Murphy se ha comido una muñeca. —¿Otra? —caminé con ella en brazos, y la muñeca sin cabeza se agitó delante de
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