El profesor no deja de mirar cada uno de los gestos de Dayana mientras hacen el amor. Quiere grabar en su retina cada detalle de ella, sus movimientos, el tono verdoso de sus ojos, sus labios rosados e hinchados y sus generosos pechos, zarandeándose frente a sus ojos por el rudo vaivén de sus caderas. —Gabriel, por favor —dice la rubia jadeando y con los ojos nublados de deseo. Un gruñido corto, pero bastante intenso, es lo único que sale en respuesta de la boca del castaño. Gabriel levanta sus caderas con ambas manos y las apoya encima de sus muslos, sin salir de ella, profundizando aún más sus embestidas y aumentando de ese modo el ritmo de sus propias caderas. —Es muy intenso —Gime la rubia con la espalda arqueada. —No podré soportarlo por mucho tiempo. Otro gruñido fiero sale de l