A la mañana siguiente, Georgia se levantó con un dolor de los mil demonios en la espalda, la mujer fue hacía el baño y levantó su camiseta, solo para darse cuenta de que tenía un hematoma al costado derecho, el golpe estaba de color morado y le palpitaba del dolor. –¡Maldito Alessandro Mascherano! – gruñó, mientras se ponía pomada que le ayudara a alivianar. Definitivamente aquella era una ofensa que ella nunca iba a perdonar. Mientras se vestía para ir hacia el trabajo ella se hizo una nota mental para llamar a un cerrajero que cambiara las guardas de seguridad de su edificio y de su casa, si ese loco tenía llaves del edificio nada le garantizaba que no tuviera también las del departamento y no había nada más peligroso que un loco obsesionado con perseguirla y con acceso a ella. Desp