Aquella confesión la indignó, su ser se llenó de enojo, ¿cómo era posible que su propia madre hubiera intentado quitarle la vida a su hijo? Era indignante, sean cuales sean sus motivos. Tal vez fue algo difícil entender que iba a ser madre en plena adolescencia, pero no era justificación para odiar tanto a su hijo, a su sangre. —¡Es una maldita hija de puta! —no pudo evitar exclamar, pues a ella sus padres le habían enseñado el valor de la familia, a amarse y siempre estar unidos. —¿Qué más da? Su presencia en mi vida no me fue indispensable, mi nana siempre estuvo a mi lado en cada una de mis etapas de mi vida y quisiera seguir teniéndola por mucho tiempo conmigo. Ella iba a añadir algo pero el mesero llegó con su almuerzo, les sirvió la bebida y luego se retiró. —No quiero caus