(Narra Cordelia) ― Buenos días, señorita Cordelia. ― A mitad de semana Joanna se acercó a mí mientras hacía la entrega de un vestido. La calle estaba llena de personas y el cielo estaba limpió, no había nubes, el viento soplaba y levantaba el polvo y los restos de hojas secas de los árboles. Joanna usaba un gran y esponjoso vestido turquesa, con finos listones, portaba guantes blancos y pulcros, sus risos dorados le caían sobre los hombros y la espalda con una elegancia de la que sin duda, yo carecía. ― Buenos días. ― Le saludé de vuelta y me detuve para escuchar lo que tenía que decirme. ― ¿Ha estado bien? ― Su pregunta sonó demasiado forzada, como si tuviera la intención de llevar la conversación en cierta dirección. No iba a perder el tiempo con eso, si quería decirme algo, era

