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2802 Palabras

Entré a la escuela, acompañado de Chris… y de Natalie. —Maldito edificio —mascullé, hastiado de aquel uniforme que estaba obligado a usar. Solo con habérmelo puesto en la mañana, me había generado un humor de perros que ni la misma Natalie me podía quitar. —Oh, deja de llorar —exclamó Chris, ya fastidiado. Se había acostumbrado mil buen humor, por lo que mis explosiones realmente le molestaban—. Sólo serán unos meses más y luego, serás libre para ser el maldito ermitaño que quieras. Eso era, claro, una mentira. Ni siquiera mi padre me dejaría sólo tomar mis cosas y marcharme. Aún así, mantuve el silencio, sobre todo al sentir la preocupada mirada de Natalie sobre mí. No quería preocuparla más de lo que ya constantemente estaba. Para cuando entramos al salón, los tres suspiramos al m

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