Katherine.
Me siento en el sofá de la sala junto a Alessandro, él no suelta mi mano como lo juro, tampoco dice nada.
—Está bien, te diremos —dicen ambos al unísono.
—Que bueno que se dignan, los escucho, al final también les haré algunas preguntas.
Ellos asienten de mala gana.
—Katherine, la otra vez fuimos muy duros contigo, pero la verdad es que tú no eres mi hija, siempre te tuve odio porque te parecías a la amante de tu padre. Tenías solo seis meses de nacida cuando tu padre vino contigo y me pidió que te criara como mi propia hija, pero nunca pude hacerlo.
»Cada vez que miraba tu rostro, todo. Tu expresión, tu forma de actuar, tu cabello largo desde niña, tus labios. Eras la viva imagen de esa mujer, en este momento no te odio ni te quiero, quieres sinceridad, por eso te digo es
