Padre Gael Moya —¿Gael? —un hilo de voz débil se oye a través de la amplia habitación del hospital. —¿Si? –contesto acercándome hasta su cama. —¿Necesitas algo?. ¿Llamo a la enfermera?. —Llévala a la casa —me señala con el dedo a Danna que está tumbada en el sillón exhausta y profundamente dormida. —Por favor, hazlo ahora que está dormida. —¿Sabés que lo que me pides es imposible? —murmuro tomando su mano fría. —No creo que me haga mucho caso. Ya la conoces. —Por favor, hermano —suplica con la poca voz que tiene. —Llévatela, necesita descansar. No está bien. Un suspiro pesado se canaliza a través de mí pecho. Estos días no fueron los mejores de mí vida, ni de ninguno en este salón. Todo ha pasado en cámara lenta desde esa tarde en que seguí a Danna por el sendero del bosque y entera