Padre Gael Moya. —Papi... —una vocecita tierna se oye de pronto cerca de mí. Intento abrir mis ojos al reconocer la voz de mí pequeñita pero me es imposible hacerlo. Los siento tan arenosos e hichados que hasta parpadear cuesta y un dolor agudo en la sien no me permite pensar con claridad. —¿Papi, estás enfermo? —pregunta ahora con evidente preocupación y no puedo responder, ni siquiera puedo moverme un poquito para hacerle saber que la estoy oyendo. —Tu papá no se siente bien, amor —escucho la voz de mí madre al otro lado. —Solo necesita descansar un poquito y estará bien. Quiero contestar una vez más, pero no lo consigo. Quiero poder abrazarlas y besarlas, decirles que las amo y las adoro, pero no puedo mover ni un dedo. De repente siento unos movimientos suaves a un lado de la ca