Padre Gael Moya Salgo de su habitación sin volver a dirigir la mirada hacia ella. Sé que si lo hago al final terminaré diciendo más cosas de lo que después también me arrepentiré como ahora. Entro a mi habitación con un nudo del tamaño de un melón en la garganta y con la conciencia retorcida y adolorida. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! — grito estirando mi cabello como un verdadero demente. ¡¿Por qué?! ¿Por qué soy así? — me regaño mientras camino de aquí para allá. No me siento feliz con lo que dije pero al fin y al cabo se que tengo razón en todo. Yo no soy nada de ella. No hay razón por la que tengamos que estar pasando por esto. No hay nada que ella o yo tengamos que estar reclamando al otro siendo que lo nuestro no es más que un simple revolcón, una calentura que nos ha llevado a hace