Danna Garrido.
Voy caminando a pasos lentos por el sendero levemente mojado que une la capilla con la casona.
Mí cuerpo se siente diferente, ligero y mis piernas no dejan de temblar a medida que mis pies descalzos van apoyándose contra el pastizal húmedo. Por mí rostro corren surcos de lágrimas que se funden con las gotas de la leve llovizna que cae por encima de mí cara, y ni siquiera yo sé exactamente del por qué de esas lágrimas, si es la culpa, o es arrepentimiento, o ambas cosas o tal vez ninguna de ellas.
Mí mente está hecha un caos, un lío de grandes dimensiones, y me siento asustada por ello, muy asustada de mis propios pensamientos y sentimientos y lo que vaya a suceder después de esto.
El aire abandana por completo mí cuerpo cuando llego hasta la entrada principal. Me quedo
