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1584 Palabras
ANASTASIA Trevor no deja de llamarme cada dos por tres. Pregunta por Oliver, pero después insiste en darme lecciones morales y bla bla bla... Me cuesta no mandarlo a la mierda. Cada vez que veo su nombre en la pantalla, siento una punzada de rabia mezclada con cansancio. —Adiós, chicas —me despido, saliendo del trabajo. Mi teléfono vibra otra vez, y cuando miro la pantalla, no es Trevor, para variar. Es mi padre. Resoplo, dejando que salte el buzón de voz. No sé qué les hace pensar que voy a responder si llevo tanto tiempo sin querer hablar con ellos. Me asusta un poco que ahora que Trevor y yo discutimos cada vez que hablamos, le empuje a decirles dónde vivo. Lo último que necesito es que mis padres aparezcan en mi puerta, con sus sermones y sus juicios. —Eh, ¿ahora pasas de mi? Casi salto del susto, pero cuando giro la cabeza, ahí está él. Leo. Con las manos en los bolsillos y el pelo oscuro revuelto por el viento. Enseguida se me olvida todo y sé que estoy sonriendo como una tonta. —Hola —se me escapa una risa, por Dios, ¿qué me pasa?—. ¿Qué haces aquí? Se encoge de hombros. —Quería verte. Esas palabras me golpean como si nada, y siento un calor subiéndome por el pecho. No sé cómo lo hace, aparecer así, sin avisar, y hacer que todo el ruido de mi cabeza se apague. —Me has visto hace unas horas. —Pues quería verte, otra vez. —Qué casualidad —acorto la distancia que queda para que sus manos me acunen las mejillas—, porque yo también quería verte, otra vez. Me besa, justo ahí, en la acera, con la gente pasando a nuestro alrededor. Me aferro a su chaqueta, sintiendo el cuero bajo mis dedos, y por un momento, el mundo se reduce a esto: él, yo, y este instante. Igual me escucha suspirar en su boca. —¿Te sigue jodiendo ese tío? —Quiero decirle que "ese tío" es el padre de mi hijo, pero no quiero hablar de él. A estas horas, Trevor ya habrá recogido a Oliver del colegio, y mi fin de semana empieza. He quedado con Lou esta noche para salir a tomar algo. —No... Me estaba llamando mi padre. Da igual. Leo frunce el ceño, como si supiera que no da tan igual. Pero no insiste. —Ven conmigo esta noche. —He quedado con Lou —digo, mientras cuelo los brazos por debajo de su chaqueta y lo envuelvo en un pequeño abrazo—. Noche de chicas porque su cita de Tinder le ha dado plantón. —Que se venga —suelta, como si fuera la cosa más obvia del mundo. —¿Quieres aguantar a Lou en tu mundillo? Se va a quejar mucho del chico. Se vuelve a encoger de hombros. —Tu amiga y su cita me importan una mierda, Stas. Sólo quiero estar contigo. Y estarán los capullos de mis amigos —añade, suavizando sus palabras—, se puede lamentar con ellos. Me río, porque la idea de Lou en medio de un grupo de moteros, despotricando sobre su última decepción amorosa, es algo que necesito ver. Y seguro que Lou no pone pegas. Podría esperar aquí a que salga del trabajo, literalmente en la calle de enfrente, pero le envío un mensaje. STASS: Leo nos invita a ir a las carreras esta noche. Estarán sus amigos. LOU: AHHHHH! LOU: sus amigos están igual de buenos? —¿Has venido andando? —le pregunto—. ¿Quieres que te lleve? —No, he aparcado el coche ahí, tengo que ir a echar gasolina. Sólo he venido a verte un rato. —Me estrecha una última vez entre sus brazos y me besa, esta vez la frente. Se me escapa una sonrisa boba. Lo veo marcharse y yo cruzo la calle para esperar a Lou. Cenamos en un restaurante del centro, uno de esos sitios con luces cálidas y sillas que crujen pero tienen encanto. No deja de parlotear sobre lo emocionada que está por ir a las carreras, y por ver si Leo tiene amigos tan guapos como él, y entre tanto se queja de lo poco que le sirve Tinder. Después de cenar, conduzco hasta su piso, una segunda planta en una calle con más ruido que privacidad. Vive con dos chicas más, Lisa y Zoe, que están tiradas en el salón viendo una serie mientras se pintan las uñas y se gritan spoilers. Lou nos encierra en su habitación, que huele a laca y perfume fuerte, y pone música a todo volumen mientras revolotea por la habitación buscando ropa. Cuando pienso que yo debería volver al apartamento a cambiarme, ella me tira a la cara un vestido ceñido que no deja nada a la imaginación. —Paso —me niego, recogiendo unos vaqueros de su montón de ropa y un top n***o—. Prefiero esto y mi chaqueta. Hace frío por las noches, ¿sabes? No quiero congelarme. —Tienes a alguien que te calienta. Quítate las bragas por lo menos. —¡Lou! —le lanzo una almohada, que ella esquiva entre risas—. No voy a ir sin bragas. —Cobarde —bromea, mientras se pone un conjunto que es puro Lou: botas altas y el vestido del que yo reniego. Leo nos recoge a eso de las doce, justo cuando Lou está a punto de abrir su tercera cerveza. Aparece en su coche, con el motor rugiendo como si estuviera impaciente, y nos lanza una sonrisa que hace que Lou me dé un codazo no tan disimulado. —Menudo partidazo. —Lou —la regaño entre dientes, pero no puedo evitar reírme. Cuando llegamos al descampado donde se hacen las carreras, el ambiente ya está cargado: motores rugiendo, luces de neón cortando la oscuridad, y un grupo de tíos y tías gritando y bebiendo alrededor de los coches. Por un segundo la adrenalina me bloquea. —¡Esto es una pasada! —grita Lou, prácticamente saltando. —Vamos —nos dice Leo, mientras me rodea por los hombros. Camina con la seguridad de quien manda en este lugar. Los amigos de Leo están cerca de un coche, Alex, el larguirucho, nos ve antes que nadie y ya está agitando una cerveza en el aire. —¡Eh, Leo! —grita Alex, con una sonrisa enorme—. ¡Ya era hora, cabrón! Marko, que está apoyado en el capó del coche con una botella en la mano, se gira y nos echa un vistazo. Tras presentaciones y un intercambio de sonrisas y cervezas, ya puedo decir que estos chicos me caen bien. Lou se ha soltado a tope, quejándose por los codos del chico que la ha dejado plantada esta noche. Le echo un vistazo a Leo. —Te dije que se pondría hablar de eso. Su mano se desliza despreocupada desde mi hombro por toda mi espalda. —Así los entretiene —se encorva sobre mi cuerpo y me besa el hombro. Sonrío, y al levantar la mirada cazo a sus amigos mirándonos. No dicen nada, y no me siento juzgada, de echo me siento bastante acogida. —¿Vas a correr hoy? —curioseo. —Más le vale que sí —responde Alex por él—. Tu nombre está en la lista y he apostado, tengo que comprarle una nevera a mi madre así que ya puedes irte preparando. —No recuerdo ser tu esclavo, niñato. Alex me mira, está sentado en el maletero de su coche rojo balanceando las piernas. —Si tu novio no corre vamos a tener un problema. No sé si Leo y yo somos novios, no tengo ni idea de lo que somos, pero él tampoco lo corrige. —¿Y no has apostado por mi? —replica Marko con una sonrisa burlona. —Sólo apuesto por ganadores, respeto mucho mi dinero. Pero entonces, alguien grita que la próxima carrera está a punto de empezar. Leo y Marko se miran con una chispa de competitividad. Aunque Leo me ofrece ir con él, eso de montarme en un coche a toda velocidad no es lo mío. Sin embargo, sí que es lo de Lou, que sigue a Marko por detrás, prácticamente pegada a él, con una sonrisa que dice que esta noche va a ser legendaria para ella. —Id con cuidado —les pido, sobre todo a Lou que no tiene ni idea de lo que hace—. Enserio. —Que si —me da un rápido beso en la mejilla—. Usaremos condón —me susurra con gracia. La doy un pequeño empujoncito entre risas. Cuando se van, Alex me hace un hueco sobre el maletero de su coche. Me siento a su lado y él me da otra cerveza. —Me caes bien Anastasia —dice sincero. —Tú a mi también —admito, y la pregunta me resbala—. ¿Os ha contado Leo que tengo un hijo? Alex me mira y yo me arrepiento un segundo por haber sido tan... directa. No sé si me he imaginado a Leo hablando por los codos sobre mi y el echo de que no vengo sola, Oliver es parte de mi y espero que esté concienciado de eso. —Algo nos ha dicho, sí. También que eres una madre cojonuda.
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