Capítulo 1. Una deuda que pagar.

3563 Palabras
PRIMERA PARTE. El comienzo. Mason Rimmer —¡Vamos, Rimmer! ¿Te vas a acobardar? Pensé que eras más valiente —insiste Chase, con su sonrisa molesta y queriendo presionarme una vez más a dar ese paso que, en cierto modo, me niego a dar, por temor a un tremendo bochorno. —Déjalo —interrumpe Peter, relajado y cínico como siempre—, es demasiado gallina para hacerlo. Además, si ni siquiera es capaz de hacer esto por nosotros, que somos sus amigos, ¿qué quedará para los demás? Este par de tarados intentan manipularme para que haga algo que ellos mismos no se atreven a hacer; pero yo no voy a pasar vergüenza delante de todo el campus universitario por ellos. Somos amigos, pero esto es demasiado. —No, gracias. La apuesta es absurda, tengo todo que perder y nada que ganar, así que paso. Conmigo no cuenten, busquen a otro idiota que les siga el juego, porque no seré yo. Me alejo por el pasillo con los dos pisándome los talones. Me irrita la insistencia de ambos a la par que me divierte. «Lo que son capaces de hacer para salirse con la suya». Pienso, ocultando mi risa y negando con la cabeza. —Al menos reconoce que es un idiota —exclama Lewinski, que se las da de gracioso, como suele ser siempre. Me detengo a darle una mala mirada. Con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Es ilógico que ambos crean que puedo hacerlo solo porque así lo quieren. «Locos estos amigos de mierda que me he buscado». —Mason, espera, aún no oyes tus beneficios, sé que van a gustarte —comenta Chase y al mirarlo, sube y baja sus cejas, como el que promete cosas que deberían llamar mi atención. Pero lo tengo claro y mi respuesta sigue siendo un rotundo no. —Ni por todo el dinero del mundo haría eso —aseguro, rodando mis ojos y pretendiendo seguir mi camino. —Escúchanos… —repite Chase, con Peter detrás, cansado también de la insistencia. Vuelvo a mirarlo con impertinencia. Espero con una postura poco paciente, mientras le brindo la oportunidad de decir algo que al menos me interese. Al verme, Chase sonríe y deja salir todo su arsenal. —Solo tienes que dar la cara por nosotros y con eso entramos a la fraternidad, te juro que luego nosotros nos encargaremos de limpiar tu record con el profesor Spencer. Sabemos que no te soporta y la tiene tomada contigo. Lo miro con una ceja levantada. La oferta es tentadora, ese profesor ha sido un grano en el culo para mi intachable promedio. Pero después de pensarlo mejor, llego a la conclusión que ni siquiera por eso, vale la pena tal humillación. Niego. —¿Y si pierdo? La sonrisa de mis amigos se vuelve perversa. Ya veo venir la burla y ni siquiera han dicho nada. —Tendrás que hacer lo que nosotros queramos. «Lo sabía». —Váyanse a la mierda —exclamo, con tono jocoso y pensando seriamente que ellos creen que yo soy idiota. Continúo mi camino, pero Chase es quien me sostiene del brazo. —¿No te gustaría saber cuál sería el reto? —pregunta y me da una sonrisa maliciosa. Resoplo y con la mirada le indico que hable. Su sonrisa se ensancha—. He visto cómo la miras y cómo ella te trata. Me tenso un poco. Mucho más cuando ambos se miran con complicidad. Hay que ser muy estúpido para no entender de quién hablan. No digo nada, a la espera de lo que tengan que decir. —Muero por ver cómo Britt te pone en su lugar, esa chica tiene un carácter que ni te imaginas. Chase se burla de mí y aunque se me sacude todo por dentro al pensar en ella, trato de mantenerme en calma. Como si estuviera hablando de algo que no es de mi interés. «De todas formas más evidente no he podido ser cuando ella está cerca». —No hay motivos para que lo haga, no le he hecho nada —comento y me encojo de hombros. —Aún… —murmura Chase, yo entrecierro los ojos. —¿Qué quieres decir? Chase da un paso atrás. Se pone a un lado de Peter y se cruza también de brazos. —Si pierdes, nuestro reto es que beses a Brittainy para ver cómo te patea las pelotas por hacerlo. Ambos se ríen a carcajadas, mientras que yo me detengo a pensar en mis posibilidades. Las palabras de Chase se repiten sin cesar en mi cabeza. Porque si hay algo que es innegable, es que ellos se han dado cuenta de que Britt me trae loco y que, por su parte, le soy completamente indiferente. Ella no se ve nada impresionada conmigo. A diferencia del resto de mujeres en el campus. Que ya sea por mi apellido, mi patrimonio o mi físico, se la trabajan para acercarse a mí, aunque yo las rechace. Sopeso un poco la idea. Porque poniendo las cosas de esta forma, si ya voy a ser humillado delante de toda la facultad, que pase un poco más de vergüenza por probar esos hermosos labios que se trae, valdría la pena. «Ya puedo imaginar a qué saben». Sin embargo, tengo una actuación más que hacer. —Están dementes —reclamo y me hago el difícil para disimular que, en mi cabeza, de aceptar esa apuesta, ganar no estaría en mis planes. Definitivamente, no. —¡Vamos, Mason! Siempre accedemos a los retos y apuestas que haces, solo queremos ver si eres capaz de humillar a ese tarado. Pero de los tres, tú eres el mejor cuando de lucha se trata —manifiesta Peter, insistiendo al igual que el pesado del otro amigo. —Sí, claro, que me pateen el culo a mí, solo para que los tres entremos a una estúpida fraternidad que se encarga de humillar a los de nuevo ingreso —chasqueo la lengua y niego con la cabeza—. No, gracias. «Benditos amigos los que me busqué si solo me usan para estas cosas». Vuelven a cerrarme el paso cuando intento seguir mi camino. —Fiestas, chicas, ser populares… —comienza a decir Peter con el entusiasmo más falso que puede reunir. Los tres sabemos que él no necesita de la popularidad de una fraternidad para llevarse mujeres a la cama—. ¡Joder! No quiero ser un don nadie aquí, quiero conquistar chicas y follar hasta el último día de clases. Y si no pertenecemos a una puta fraternidad, no tendremos oportunidad de hacer nada de esto. Este idiota se gana una mala mirada de mi parte; si tanto quiere follar y ser popular, que se enfrente al tarado de la fraternidad él. —Hazlo tú —declaro y me encojo de hombros. —No, no, no —niega, repelente—, a mí ya me hicieron pasar mi dosis de vergüenza el primer día de clases y Chase hizo su apuesta en el bar el otro día. Ahora es tu turno, es por todos, como siempre. No seas cobarde y lleva tu trasero al punto de encuentro y da la cara. Más te vale ganar, Rimmer, porque si creo que tienes en mente no presentarte, yo mismo te busco y te llevo. Cierra la distancia entre nosotros con expresión amenazante. Me señala con un dedo, aun sabiendo lo mucho que me molesta que haga eso. Estrecha los ojos sin dejar de fijar su mirada en los míos. —Y si piensas perder, solo por hacer el loco reto que a Chase se le ha ocurrido, después de cumplirlo, seré yo quien te patee el trasero. Me guardo la risa por saberme descubierto. Peter me conoce más de lo que creo. De los dos, es el que siempre insiste en tocarme los cojones. No digo nada más y ambos se van sin decir palabra. Ya todo está dicho. Me dejan allí parado y solo en medio del pasillo. Sacudo mi cabeza un poco, recuperando lo que debo hacer en el día. Doy media vuelta y me voy hasta mi clase. En el trayecto, sopeso la propuesta. Si pienso en lo que me dijo Chase, está claro que tengo una decisión tomada, pero me cuesta. Sé que ellos no me están dando otra opción y es que, desde que ingresamos a la facultad, hemos conversado acerca de querer pertenecer a esa fraternidad. A mí me da lo mismo, sé que el presidente me quiere con ellos por una cuestión de ayuda económica y porque hay categorías que deben mantener en las filas de la fraternidad. Yo soy un estudiante de excelencia, además de que formo parte del equipo de fútbol. Chase y Peter sobresalen también, pero lo tienen un poco más complejo. Yo soy su boleto y ellos lo saben. «Quieren usarme los malditos». Veo el reloj y sé que voy tarde, todo gracias a ellos. Aprieto el paso porque justo voy a mi clase con el profesor Spencer y sé que se pondrá insoportable solo por eso. —Si al final resulta que voy a tener que usar su oferta sobre hablar con el pesado del profesor —gruño en voz baja en el pasillo desierto. Reviso el móvil, mientras avanzo, con un mensaje de mi padre. Está dándome algunas indicaciones sobre los proyectos que estoy siguiendo de cerca para preparar mis prácticas. Voy concentrado en lo que leo, cuando choco con alguien y al instante, siento un líquido caliente mojar toda mi camisa. Jadeo una maldición mientras separo la tela de la piel de mi abdomen. A mis pies, un montón de papeles se divisa. No levanto la cabeza, pero escucho las palabras de quien acaba de derramar su bebida sobre mí. —Lo siento, lo siento —murmura, con dificultad. Puedo sentir su vergüenza con solo escucharla. Y reconozco esa voz. Lo hago siempre, en cualquier lugar al que vaya, porque, aunque ella es ajena a mi obsesión, me he quedado oyendo su dulce y firme voz más veces de las que puedo aceptar. Alzo la mirada y ahí esta ella. Sus manos, que tratan de limpiarme, me ponen tenso. Me provocan un escalofrío que me recorre toda la espalda. «Me está tocando sin darse cuenta de lo que hace». Murmura la disculpa una y otra vez, mientras trata también de recoger los papeles que se le han caído y que siguen a mis pies. Pero yo no hago nada, durante unos segundos no soy capaz de moverme. Sé que debo hacerlo, caer a sus pies y ayudarla, preferiblemente, ahora mismo. Pero por lo que parece una eternidad, solo me quedo viendo como un idiota a sus labios. Esos que tengo la oportunidad de besar en cualquier momento y por los que tengo una excusa, si acepto el reto loco de Chase y pierdo. Con eso en mente reacciono y sacudo la cabeza. Me agacho para ayudarla también, mientras ella se sigue disculpando. Puedo ver su rostro rojo de vergüenza y me provoca ternura, además de algunos pensamientos no tan tiernos que la incluyen a ella sonrosada en más de un lugar de su cuerpo, y no precisamente su cara. Ella está concentrada en la labor mientras que yo me dedico a mirarla, a detallar cada parte de su rostro y preguntarme el porqué de que me deteste tanto. Se supone que esté ayudando a recoger, pero no presto atención a nada más, pensando en esas razones que no entiendo. Creo que desde que nos conocemos e intenté acercarme a ella, solo se ha dedicado a hacerme malas caras y a pedirme que me calle, que me aleje de ella. No le he dado motivos, según yo, por eso quisiera tener la oportunidad de al menos preguntarle y recibir una respuesta clara. Después de meses en la misma clase y semanas intentando acercarme, aún no comprendo qué carajos fue lo que hice para caerle tan mal. De gratis, seguramente. De repente, Brittainy levanta la mirada y nuestros ojos conectan. Un vuelco en el estómago y diez furiosos latidos después, sigo mirando en ellos, perdido en ese color vibrante que tienen. «¡Mierda! Qué ojos más hermosos». No puedo dejar de mirarla y mientras a mí, parece que se me va a caer la baba, ella en su lugar frunce el ceño y su expresión amable de antes, cambia de un momento a otro. Sus labios se aprietan y el gesto, mientras recoge lo que queda en el suelo, se ve brusco, forzado. Está molesta y no necesito confirmar que es por mi presencia, se le nota. —Deberías tener más cuidado —me reclama—, no puedes ir por la vida pendiente de tu móvil y llevarte a todos por delante, como si fueras la única persona que existe en el mundo. Ahora el que cambia la expresión soy yo. Esta mujer me confunde. Hasta hace unos segundos se estaba disculpando apenada y ahora, parece que va a quitarse el zapato y lanzármelo en la cabeza. —Lo siento, tienes razón, no debí… —Ya cállate, Mason, déjame en paz —me interrumpe con tono brusco y me dedica un vuelco de ojos. Pero yo no me preocupo por eso. Me quedo pensando en algo más importante. Me dijo Mason, normalmente me dice que me calle, pero hasta ahí. Sin embargo, mi nombre en su voz suena maravilloso. Podría acostumbrarme a escucharlo siempre. —Pero si yo… —intento llevar esta conversación a un terreno más claro, donde no exista esta tensión de su parte. —Te dije que no quiero escucharte —me interrumpe, seca y cortante. Me deja con la palabra en la boca y un ardor en el estómago ante su rechazo gratuito. Un carraspeo suena a mi espalda cuando pretendo insistir un poco más. Al instante, se escucha la voz que menos quería tener el ‘honor’ de encontrarme justo ahora. —¿Sucede algo? Ambos volteamos y nos levantamos del suelo al darnos cuenta de que el profesor está ante nosotros. Me incorporo y con la expresión más tranquila que puedo poner, intento explicar la situación. —Solo fue un accidente. Él me detalla de arriba a abajo, deteniendo su mirada en mi camisa manchada. Le hace una seña a Brittainy para que entre al aula. Ella lo hace, termina de organizar lo que lleva en las manos y se aleja. Yo espero, paciente, que también me lo indique, mientras veo que ella entra, dando un último vistazo a mi lugar. El profesor se cruza de brazos y aclara la garganta para atraer mi atención. —Así no va a entrar a mi clase, señor Rimmer. Me quedo boquiabierto al escucharlo. No puede ser que este hombre me odie tanto como para venirme con estas. —Pero si usted vio que… —¡No me interrumpa! —exclama, mirándome iracundo. Se le nota su animadversión conmigo—. Esta aula es mi templo y aquí yo soy el jefe, el mandamás. No me da la gana que entre así, ¿qué crees?, ¿que por ser un Rimmer harás lo que te venga en gana? Su discurso se escucha resentido, pero yo jamás he sido de ese tipo, ni en sus clases ni en la de nadie más. Con mi carrera soy lo más profesional que puedo, porque de esto depende que yo sepa manejar en el futuro todo mi patrimonio. —Yo jamás… Vuelve a cortarme cuando pretendo defenderme, pero es como si lo empeorar todo. —¡Guarde silencio o le digo al rector que lo suspenda! —dice, alzando la voz—. Veamos si los millones malhabidos de su familia pueden pagar la lealtad de las personas. Ahora márchese de mi vista, que tengo a estudiantes que sí se interesan por su futuro, esperando por mí. Se da media vuelta para dejarme allí, con más preguntas que respuestas. No entiendo su comportamiento hacia mí, no tiene ninguna justificación, pero ahora, oyendo lo que acaba de decir, me da a entender lo que creí desde el primer momento. El peso de mi apellido me precede, me persigue y me está haciendo pagar caro. Me alejo del lugar, pensando en alguna solución y las palabras de los dos tarados que tengo como amigos resuenan en mi mente. No sé qué carajos tendrán en mente para mejorar mi imagen delante del profesor, pero sé que, si hablan con seguridad, es por algo. Camino hasta la cancha, donde los aspirantes a ser miembros de la fraternidad se encontrarán. Aún no tengo una decisión tomada y apenas piso el lugar, las pocas personas que hay allí, me miran. Esto es lo que más odio, se supone que vine aquí queriendo pasar desapercibido, pero ha pasado todo lo contrario. Muy pocas personas se han dado la tarea de conocerme y me juzgan antes de tiempo, solo me ven como el heredero de la fortuna Rimmer, un riquillo que cree que por tener dinero puede tener el mundo a sus pies. Lo sé, porque muchas personas me lo han dicho, pero yo sí tengo los pies en la tierra y sé la realidad. Por eso, los únicos amigos que tengo aquí son Chase y Peter, ellos se dieron la tarea de conocerme de verdad y nunca me juzgaron. —¿Qué hace un riquillo hijo de papi y mami aquí? —escucho una desagradable y cargante voz a mis espaldas. Me doy media vuelta y veo a uno de los miembros directivos de la maldita fraternidad a la que mis dos amigos quieren entrar. Voy a responderle, pero detrás de mí, sin que yo los hubiese visto antes, salen los dos tarados que tengo de amigos. —¿Sabes a quién le hablas? —pregunta Peter y el aludido arquea una ceja sin decir nada—. Ten más respeto, porque estás ante el tipo que te romperá la cara y reclamará tu puesto en la fraternidad. Todos a mi alrededor se ríen y quiero patearle el trasero a Lewinski por hablar de más. —Nos vemos en unos minutos, marica —me dice, antes de pasar por mi lado y golpear mi brazo. Me doy media vuelta y veo a los dos con expresión seria. —Ahora sí, Rimmer, no puedes dejar que te jodan, tienes que darle pelea. Los ignoro, porque sinceramente no estoy para hablar con ellos, son los culpables de que yo esté en esta situación. Miro hacia las gradas y veo que ella acaba de llegar y busca asiento. No entiendo qué hace aquí, cuando se supone que ella debería estar en clase. Todo se pone en movimiento y ellos deben hacerme seña para que avance, porque me he quedado mirándola hipnotizado. Mientras ella busca algo en el lugar, yo, iluso, mantengo la esperanza de que sea a mí. El mismo tipo con el que tuve mi cruce de palabras es el primero en pasar y preguntar quién se atreve a enfrentarlo. Todos me miran y sé que ahora, menos que nunca, puedo decir que no. Doy un paso al frente y todos me miran, los murmullos se oyen y me quedo parado, esperando que él sea el primero en atacar. No soy estúpido, el hecho de que no me guste pelear, no quiere decir que no estoy preparado para hacerle frente. Lanza los primeros golpes, que esquivo con facilidad, mientras evalúo sus movimientos. Miro hacia las gradas y noto que su mirada está fija en nosotros y es cuando recibo el primer golpe, de lleno en la cara, que me hace probar mi propia saliva. Escupo la sangre que se acumuló en mi boca en medio de burlas de todos los presentes. Estoy cansado de esto, cansado de que quieran reírse a mi costa. Aprieto los puños y me volteo y suelto todo lo que sé con todas mis fuerzas. Golpe tras golpe, en los puntos exactos que hay para causarle dolor. Aunque se cubre, sé que mis golpes lo lastiman y cuando baja la guardia intentando atacar, me voy con fuerza sobre él. Lo tengo en el suelo, acorralado, a punto de dar la estocada final, cuando miro hacia las gradas y la veo, mirando todo con pánico en su rostro. «No… ella no puede pensar que soy un monstruo, ya me detesta lo suficiente como para empeorar la situación». Mientras me retiro un poco, la situación cambia y el maldito me suelta un golpe. Sé que, si me defiendo, no me controlaré y lo dejaré mordiendo el polvo, pero ella… «¡Joder!». Me dejo hacer, me golpea. Y aunque lo esquivo para que no sea tan doloroso, recibo más golpes de los que me gustaría. De reojo, veo cómo se marcha del lugar mientras me cubro la cara, pensando en lo que dirá mi familia cuando se entere de esto. Cuando estoy en el suelo sin poder más, recibo una patada que me saca el aire, dejándome mareado y con un pitido en los oídos. Son mis amigos los que tienen que intervenir, para que él se detenga. —¡Te gané, desgraciado, nadie puede conmigo! Me duele todo, cada jodida parte de mi cuerpo duele, pero hay algo que al menos compensa la humillación. Y esa es la jodida excusa que tengo para poder robarle un beso.
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