Capítulo 2. Cobrando la deuda.

2600 Palabras
Brittainy Stewart Un día más, una nueva desgracia. «Para no variar». Intento controlar mi temperamento, insisto para ver si lo logro. Según la Ley de Murphy, mientras más se repita algo, más probabilidades existen de que eso suceda. ¿Puedo pedir que Mason Rimmer desaparezca de mi vida? Porque es que, cuando ese niñito engreído se cruza en mi camino, mi día se convierte en un desastre. Desde el mismo primer momento en que nos encontramos quedó demostrado, cuando terminé con todos mis libros recién adquiridos esparcidos en el suelo, después de haber chocado con él. Como ahora. ¿La prueba de que él es la causa de todos mis problemas actuales? Por supuesto, aquí está. Justo frente a mí, el trabajo que tiene un gran porcentaje de puntuación de mi próxima clase, ha quedado arruinado sin forma humana de arreglarlo. «Y todo por su culpa». Casi que gruño al pensar en eso. Pero no es el único mal pensamiento. Llegan muchos como en bucle. Sin poder pararlos. «¡Es que no lo soporto!», resoplo desde mi asiento, tratando de acomodar todo. No dejo de mirar a la puerta cada dos o tres segundos. Me digo que solo quiero fulminarlo con la mirada en cuanto atraviese esas puertas, pero me cuesta trabajo creerme a mí misma. El profesor entra unos minutos después, cerrando la puerta detrás de él y con cierta expresión de satisfacción en su rostro. Yo frunzo el ceño al darme cuenta que el idiota no entra; muy odioso y todo, pero él venía hacia acá. No entiendo el porqué de su ausencia, si por lo que he visto, a él no le va bien en esta materia. Con solo un vistazo a la expresión del profesor allá afuera y la manera en que ahora se presenta, pienso que todo pudo haberse salido de control. Porque Mason debería estar aquí o perderá la materia. No sé qué tanto lujo él pueda darse de fallar una materia como esta. Tengo entendido que como deportista de alto rendimiento hay unas condiciones que debe cumplir para no terminar en el banquillo. Los Columbia Lions son bien estrictos cuando de sus integrantes se trata y esto podría traerle problemas. No sé si su intención a futuro es vivir del futbol, pero por si acaso, no debería jugar con esto. «¿Ahora te preocupas por él, Britt?», me burlo de mí misma cuando me doy cuenta de lo ridícula que estoy siendo. Sacudo mi cabeza para aliviar pensamientos que no sin bienvenidos. Él puedo hacer con su vida lo que le plazca. Unos minutos después, el profesor retoma la clase y él sigue sin entrar. No debería pensar demasiado en el asunto, lo mejor y más sano es dejarlo estar. Pero siento una voz interior que no me deja en paz. Esa parte masoquista que hay en mí, me dice que una injusticia está siendo cometida bajo mis narices y no puedo permitirla. Antes de darme cuenta, estoy carraspeando y levantando la mano para hacerme notar. —Profesor Spencer —llamo su atención mientras muevo los dedos sin parar, para que pueda verme—, el estudiante, Mason Rimmer, ¿por qué no ha entrado a clases? Mi voz resuena más de lo que esperaba. Se hace un silencio profundo en toda el aula de clases y puedo ver cómo el profesor se cruza de brazos y levanta una ceja inquisitiva. —El señor Rimmer ha llegado excesivamente tarde a mi clase y no le he permitido la entrada. —Lo dice con calma, como si se lo creyera realmente. Como si nada más que su criterio importara. Aunque eso último, muy bien que puede ser así. Frunzo el ceño al escuchar sus palabras, que no tienen lógica alguna. En este punto debería callarme, pero pocas veces puedo controlarme cuando este tipo de cosas sucede. Nada tiene que ver el nombre de Mason Rimmer y la palabra justicia en la misma oración. —Pero, él y yo hemos llegado al mismo tiempo, profesor. No entiendo cómo he podido entrar yo y él no —suelto lo que pienso sin medir las consecuencias. En cuanto me doy cuenta de lo que acabo de hacer, me arrepiento. La expresión en su rostro cambia a una de molestia y puedo ver, desde mi lugar, cómo se ensanchan sus fosas nasales cuando toma una fuerte respiración. Veo venir problemas sin que diga palabra alguna. —Entonces fui demasiado considerado con usted, señorita Stewart, no creí que le importara demasiado ese tipo de personas —remarca con retintín y un tono tan decepcionado que debería hacerme sentir mal, pero me da rabia—. Pero ahora viendo que sí, le pido que abandone mi clase. Me quedo boquiabierta con sus palabras. Sin duda esperaba una explicación, un llamado de atención, pero no esto. Es evidente que el profesor tiene algo en contra de Mason y aunque yo no lo soporto, alguien a cargo de una materia escolar tan importante como lo es esta, debería ser más profesional. —Profesor, creo que… —intento defender mi punto de vista, rebatir su decisión. Pero me quedo con la palabra en la boca. Tal parece que provoqué a una bestia. —Usted no está aquí para creer nada y mucho menos, para defender a nadie. Quiso hacerse la graciosa en mi clase, ahora asuma las consecuencias y márchese —determina con autoridad y todo mi cuerpo se pone tenso, un temblor en mi estómago me sacude en contra de mi voluntad. Las manos me tiemblan de la rabia que siento justo ahora. Todos me miran, no puedo darme el lujo de ganarme una mancha en mi record, porque a diferencia de muchos de los que están aquí, que han entrado con facilidad, obtener la beca me ha costado años de sacrificios. Años que no puedo tirar a la basura por este hombre que tengo enfrente. Los ojos me pican y siento que un nudo se me forma en la garganta, cuando todos comienzan a murmurar. «Calma, Britt, no le darás el gusto de verte mal, no vas a derramar ni una lágrima. Recoge todo, ve por el idiota de Rimmer y échale en cara todo». Me lo repito como un mantra y aunque sé que él no tiene el cien por ciento de culpa, es el dueño de un gran porcentaje. Esto lo hice por defender algo que no es mi problema. El profesor no se mueve ni dice nada más, esperando que yo salga de la clase. Se mantiene al frente, sobre el auditorio, cruzado de brazos y dejando correr el tiempo. Sé que, si me tardo demasiado, me ganaré el odio de los que esperan que la clase sea retomada. Esta clase en particular ya es lo suficientemente compleja con el profesor que la imparte, como para que todos paguen con mi atrevimiento defensivo y su reacción pasiva-agresiva. Con mi orgullo herido, salgo por la puerta, tratando de no hacer ningún tipo de escándalo que me perjudique. Una vez fuera, voy rezongando todo el camino sin saber realmente hacia dónde me dirijo. No tengo idea qué rumbo habrá tomado Mason y si en realidad, ahora con la mente menos caliente que hace unos segundos, quisiera tenerlo frente a mí. No sé qué sería capaz de hacer, si golpearlo o jalarlo por una oreja. En el pasillo, casi en la salida del edificio de la facultad, escucho a dos estudiantes hablar y uno de ellos, menciona su apellido, seguido de su posible ubicación: la cancha central. No sé qué carajos estará haciendo allí, pero me digo que tengo que buscarlo para que sea él quien resuelva lo de mi trabajo manchado. No lo pienso mucho y tampoco pierdo tiempo. Me encamino hasta las canchas y me doy cuenta, que muchas personas van de camino hacia la misma dirección que yo. Me sorprende un poco, pero lo único que se me ocurre, es que debe haber algún tipo de partido, porque él juega futbol. Me río de mí misma cuando me doy cuenta de que sé demasiado acerca de él. Pero es más que lógico, cuando tenemos amigos en común; y para los dos que yo tengo, Rimmer es la mejor persona del mundo. «¡Ja! Ni esos dos me han hecho cambiar de opinión». Después de caminar un rato, veo a varias personas ya reunidas. Me voy hacia las gradas para estar en una mejor posición y así poder buscarlo. De un momento a otro, todos forman un círculo y creo reconocer a Charles, en medio de ellos; a pesar de estar en una de las fraternidades más locas del campus, es un buen chico. Mis ojos se detienen en él cuando lo veo. Está justo donde escuché que estaría. Sé que también me vio aunque lo disimula un poco, pero esos ojos suyos conectaron con los míos por una fracción de segundo. Va hacia el cúmulo de personas, a paso firme, con Chase y Peter detrás de él. «¿Qué se traerán entre manos?». Me levanto de mi lugar para ver mejor y me quedo tiesa al darme cuenta de lo que se trata esto. Es una estúpida pelea. Una pelea entre Charles y Mason. —No puedo creerlo —susurro desde mi posición, de repente sintiendo unos nervios que no me gustan nada de nada. Mi amigo es el primero en atacar, pero Mason lo esquiva; lo hace varias veces y es bien certero. Mientras ellos se pelean, yo siento que mi corazón late desenfrenadamente, queriendo salirse del pecho. Si hay algo que siempre he odiado, es este tipo de espectáculos. Mason comienza a atacar después de recibir un golpe de Charles y lo hace con tal habilidad y destreza, que me deja sorprendida. No puedo ver, se ve tan salvaje, parece una bestia atacando y no dándole respiro alguno a Charles. Mi respiración se hace pesada cuando veo que Mason ya lo tiene contra el suelo. Cualquier golpe mal dado, puede ser peligroso. «Odio esto, lo odio muchísimo, sea cual sea el motivo, esto no está bien». Nuestras miradas vuelven a conectar y su cara, que era inexpresiva, ahora parece preocupada y de un momento a otro, todo cambia. Charles le suelta golpes, mientras que Mason no hace nada. «¿Dónde está la bestia que vi hace unos segundos?». Charles no se detiene y el impulso que no sentí antes de querer detener todo, me toma de repente. No sé qué me pasa, no debería importarme demasiado lo que le pase al idiota que ha hecho que me saquen de clase, pero hoy he querido defenderlo dos veces. Veo que cae al suelo y no puedo más, no puedo seguir viendo esta escena, no puedo ver cómo lo lastiman. Decido marcharme. No puedo seguir un minuto más aquí, siento que con cada segundo que veo esta barbaridad, me cuesta seguir respirando. A medida que me alejo, mi respiración se hace más llevadera, aunque la sensación de preocupación sigue presente en mi pecho. No obstante, sigo creyendo que la mejor decisión fue la de marcharme. *** Han pasado dos semanas desde el día de esa horrenda pelea. He tratado de evitar a todo el mundo, enfrascándome en resolver mis propios problemas y aunque es inevitable ver a mis amigos en clase, al menos en la del profesor Spencer, no lo he visto a él. Me siento en la biblioteca, mi refugio de siempre, leyendo un artículo del cual debo hacer un ensayo a entregar mañana. En casa, me ha sido imposible concentrarme y aquí, con esta biblioteca tan grande, es imposible no obtener la paz que deseo. Mis dedos vuelan por las teclas cuando comienzo a redactar el ensayo, pero recuerdo que tengo un libro por revisar y decido buscarlo. Me paseo por los pasillos de la biblioteca cuando llega hasta mi posición la persona que menos deseaba ver. Pero no lo hace de una forma normal, no. Me toma de la cintura, me voltea y tapa mi boca para que no grite; al levantar la mirada me encuentro con sus hermosos, pero fastidiosos, ojos, más una diversión molesta en su expresión, mientras me pide que no haga ruido. Todo dentro de mí se encoge ante su presencia, pero soy capaz de disimular los nervios que de repente me azotan. Desde aquella tarde de la pelea, cada encuentro, cada recuerdo de ese día, me hace sentir temblorosa. Para luego solo provocarme rabia, porque eso no debería sentirlo por alguien como él. Pero hoy Mason Rimmer está yendo más lejos que nunca y no sé cómo catalogar su atrevimiento. Lo enfrento, porque eso no puede suceder otra vez. Pero su respuesta me deja aturdida. Estaba buscándote y te encontré… Lo dice con tanta naturalidad, que me asusta lo sinceras que suenan sus palabras. Menciona algo de una deuda y todo se vuelve aún más confuso, no entiendo nada y él tiene que darse cuenta. Su respuesta a mi confusión es una risa baja y un centímetro más cerca de distancia. Pero es su forma de decirme “Bri” lo que me desconcierta. Me lleva a una nebulosa donde solo existe él y lo que quiere de mí ahora mismo. Entonces pienso en lo que me está pasando. «Él me gusta». Pero comprendo muy bien que en esta vida hay estatus, niveles que son complejos de superar. Él está en uno superior, por muchas y obvias razones. No obstante, es capaz de desestabilizarme. Mi corazón se quiere salir de mi pecho y él lo nota. Me lo dice. Yo digo lo que viene siendo una revelación para mí: Mason me asusta. Luego todo se sale de control, una conversación que no entiendo cómo estamos teniendo, se convierte en las palabras más profundas que le he escuchado decir, pero que no estoy segura de que deba creer. Mi cuerpo traicionero responde a él, se entusiasma muy a mi pesar con sus sentimientos mostrados. Lo siguiente que pasa me deja casi que derretida a sus pies. Sus labios se unen a los míos y mi cuerpo reacciona con toda su resuelta voluntad. Si mi mente estaba en blanco después de oír su declaración, ahora, con el beso, mis neuronas han hecho un cortocircuito. No quiero creerle, no quiero creer en nada de lo que dice porque para mí todo es un engaño. Él mismo lo dijo, vino a cobrar una apuesta, una que no fue conmigo, y no estoy dispuesta a permitir que ni él ni nadie se burle de mí. Pero su boca hace demasiadas cosas con mi cordura. Me olvido de lo que debería importarme y me dejo llevar como si jamás en mi vida hubiera sido besada. Aunque, en realidad, puedo decir sin temor a equivocarme, que Mason Rimmer es el primer hombre que me besa de verdad. Intento separarme, pero sus manos en mi cintura, pegándome a él por completo, no me dejan. Su lengua en mi boca me marea, me hace suspirar. Pero pronto se acaba todo, cuando alguien aclara su garganta y nosotros nos soltamos como si el contacto quemara. Cuando volteo, con la cara roja como un tomate y la vergüenza apareciendo como una sombra, veo que es la encargada de la biblioteca. —No pueden estar aquí —declara, alza una ceja, viendo de uno a otro con molestia. —Lo siento. —Él se disculpa y se va, dejándome sola, sin ninguna explicación y con una sensación de hormigueo en mis labios y el corazón latiendo como loco. «¿Qué mierda acaba de pasar Mason Rimmer?».
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR