Capítulo 3. El quarterback suplente (parte 1)

2226 Palabras
Mason Rimmer. Han pasado solo horas desde que mis labios probaron los suyos. Desde que me atreví a dar un paso que no podía ni quería demorar más. Todavía puedo sentir su sabor en mi boca, dulce, intenso, adictivo. E, incluso, puedo decir que siento también su aroma impregnando en mi ser, como una estela de su esencia, como una prueba de que no fue solo un magnífico sueño. No puedo siquiera describir cómo se siente el hecho de al fin haber probado sus besos, de haber abrazado su cuerpo tembloroso con toda la intención de sentir cada parte de ella, de compartir los latidos desesperados de mi corazón con los descontrolados del suyo. Cada cosa, cada detalle, confirmándome sin palabras que para ella se sintió igual de inquietante. Ratificándome, con toda la voluntad de su cuerpo, que ella lo deseaba tanto como yo; que, aunque finja que no me soporta y asegure que detesta mi presencia, ella ansiaba con las mismas ganas que yo ese beso. No tengo dudas, ahora no. Sé que es así porque antes de que nos interrumpieran tuvo el tiempo suficiente para reaccionar, alejarme de su cuerpo, empujarme con las manos que tenía apoyadas en mi pecho o simplemente morderme con fuerza los labios para demostrarme que estaba negándose al beso. Pero no lo hizo. Aún más después de esa declaración, una que me salió desde lo más profundo de mi ser y sin apenas darme cuenta de lo que estaba hablando, de que estaba entregando todo de mí a la mujer que se mostraba odiosa conmigo, pero que no había podido sacar de mi cabeza en casi todo el año escolar. No dijo nada, no negó, no afirmó, no devolvió palabras, lo que no sé si debería preocuparme o simplemente dejarlo estar. Pero ahí es donde entra el beso, el momento que ella no nos negó. «Eso es suficiente para que yo no quiera olvidarlo, para que desde hoy yo no deje pasar ni un día más». Porque si tengo la certeza de algo es que, al menos por mi parte, ya no hay más nada que decir. Dejé todo de mí, le dije lo que sentía y lo que siento desde el primer momento que la vi. Ahora, me queda esperar su reacción o su respuesta. Una que no voy a dejar estar, voy a conseguirlas a toda costa. Ya me cansé de esperar. —Rimmer, ¿dónde tienes la cabeza? —grita el entrenador y cuando me enfoco en él, tengo su cabeza muy cerca de la mía y partículas de saliva caen en mi jodida cara. Me abstengo de hacer un gesto, porque es evidente que no está muy contento conmigo—, que seas lo suficientemente bueno en la cancha no te exime de estar al pendiente de mis instrucciones. Sobre ti recae la responsabilidad de sacar al equipo adelante, porque eres el suplente. Asiento, porque no pudo decirle nada, tiene la razón. Bajo la cabeza, respetuoso y tratando de contener mi humor, pero me jode que todo el tiempo exigen algo de mí sin preguntarme absolutamente nada. Todos asumen que debo seguir una línea, un mismo camino hecho exclusivamente para mí, uno en el que no puedo fallar. Porque un maldito Rimmer no tiene esa palabra en su vocabulario. ¿Me gusta el futbol americano? Claro que sí. ¿Quiero jugarlo? No lo creo. Solo estoy aquí por instrucciones de mi padre. Según él, estar en el equipo me ayudará a cambiar la forma de pensar de muchas de las personas de aquí, que creen que solo estoy en este lugar por el dinero de mi familia. Y aunque sí, mi familia es asquerosamente rica, uno de los imperios mejor forjados del país, tengo mis propios méritos, he llegado hasta aquí sin necesidad de pagarle nada a nadie. Aunque todos creen lo contrario. Me miran y solo ven el Rimmer como un cartel de neón. Nada más allá. Y al final todos los que se atreven a opinar son una partida de hipócritas, porque al menos el cincuenta por ciento de las personas que aquí estudian, lo hacen porque sus padres o familiares tienen conocidos que también mueven sus hilos. Pero claro, es más fácil juzgarme a mí, porque estoy en el ojo público. A veces quisiera ser solo uno más. Así como Brittainy, que tiene un lugar en esta universidad ganado a pulso, enfocada en sus estudios para poder conseguirse un futuro prometedor. Nadie le da una segunda mirada para juzgar si sus calificaciones son reales o solo un profesor más al que se le paga una buena cuota para asegurar el sobresaliente. La miro demasiado, sí, ella me inspira. El entrenador me mira con mala cara. Puedo ver en su expresión la rabia combinada con la decepción. Y es que él, amigo cercano de mi familia, ha sido apoyo de mi padre en todo este teatro. Desde que supieron de mi pelea y los golpes que recibí, evidentemente a posta, hace casi quince días, no me han dejado en paz. Y para rematar, a quien estoy reemplazando es al maldito que me dio la golpiza, porque el entrenador lo mandó de reposo. Dos semanas adolorido, cansado, agotado, entre tantas otras cosas. Eso es lo que he tenido para familiarizarme con esta nueva posición a la que evidentemente no estoy acostumbrado. Jugar con los Columbia Lions ha traído la atención de las personas hacia mí, haciendo que poco a poco el objetivo de mi padre se cumpla. Es molesto tener que darle la razón, porque cuando su soberbia entra en la ecuación, no lo soporto, pero en esto está teniendo la razón. Estos últimos días previos al partido, después de toda una temporada esperando esta fase de la competencia, he recibido mucha admiración por parte de los fanáticos que siguen al equipo. Al menos por ahora tengo la certeza de que cuando ganamos, y yo formo parte crucial en esa victoria, la gente del campus me odia menos. Me entregan la banda de capitán que porto en el brazo cuando hacemos la fila para salir. Hoy soy el primero, el que rompe el escudo, en el que tienen los ojos puestos todos desde el primer momento. Cada jodida persona en este estadio. Los nervios son fuertes, pero trato de enfocarme. La música suena y corro hasta mi objetivo con mi casco en la mano, mi corazón late desesperadamente y un pitido molesto resuena en mis oídos, a la par que las gradas retumban con los cánticos de la afición; la vibración de miles de personas saltando en sus lugares hace que esto, desde mi posición, se sienta como una olla de grillos a punto de reventar. Llego hasta el centro del campo junto a mis compañeros y un vistazo a las grandes pantallas me muestra la grandeza e importancia de este momento. Somos objetivo de todas las cámaras, mucho más mi cara, al ser el capitán y el de mayor peso ofensivo del partido. Además de que el reemplazo de Charles fue algo bien sonado y todas las miradas, además de las esperanzas, están puestas sobre mí. Tengo que reunirme con el capitán del equipo contrario y los árbitros, para que nos brinden las instrucciones. Y mientras hago eso, de forma instintiva, mis ojos la buscan a ella. En la mayoría de partidos de la temporada ha venido acompañada de Chase y Peter, ha sido todo un placer verla, y no creo que hoy sea la excepción. Este juego es de suma importancia, porque nos jugamos el pase a la final; toda la universidad está aquí, toda la fanaticada que nos apoya. Y sí, los encuentro en primera fila como siempre, pero están solo ellos dos. Siento una punzada en el pecho que no me hace sentir bien. Una decepción que no sabía que podía experimentar cuando se tratara de ella. «¿Ahora se esconderá de mí?». Lo pienso y aunque tiene todo el sentido del mundo, después del beso que le di justo antes de que comenzara el entrenamiento, no esperaba que fuera así. Pero debo concentrarme, por el momento tengo que dejar pasar mis preguntas sin respuestas y enfocarme únicamente en el juego. No puedo dar una mala imagen justo ahora porque no puedo lidiar con mis sentimientos. Es momento de demostrar de lo que estoy hecho. El partido comienza y no está nada sencillo; justo como se esperaba, por la calidad de los oponentes y la importancia de este último encuentro. Ellos dan su mejor versión y nosotros, como equipo, tenemos la debilidad de que uno de los jugadores no está jugando en su posición. «Yo». Ser el QB, la estrella del equipo, no es algo que hubiera querido llegar a ser. Pero aquí estoy. Corro, hago pases para que otros anoten, mientras mi corredor hace de las suyas por el campo. Serlo no es sencillo, todos vienen sobre mí, aunque mi defensa coordina perfectamente la estrategia y logran contener la mayor parte de las marcas. Faltan pocos segundos para que se cumpla la mitad del partido. Me han derribado dos veces y estamos por debajo en puntos. Se siente la tensión en el campo, los insultos entre jugadores van y vienen, pero yo estoy enfocado y no quiero perder el tiempo. Suena el pitido que anuncia el medio tiempo y la banda, junto a las porristas de la universidad, comienzan a dar su show. Todos vamos dentro a los vestidores, cabizbajos y sintiendo que no hemos hecho una mierda bien. Pero antes de entrar yo, siento que alguien me toma de la camisa y me encuella contra la pared. Mis impulsos defensivos se activan y ya siento la rabia corriendo por mis venas, cuando veo que es el maldito de Charles el idiota que se atreve a tocarme las pelotas justo ahora. A quien parece que no le bastó con la paliza que nos dimos por el puesto en la fraternidad. Y quizás, nunca se dio cuenta que, si me golpeó, fue porque lo dejé. —Mira, niño bonito, ya bastante tengo con que me hayan mandado a casa de supuesto reposo, para meterte a ti en mi maldito lugar, como para ahora verte perder desde la banca —reclama, con los ojos encendidos y voz de muerte—. Ganas, o créeme, que todo el dinero de papi no te va a salvar de la paliza que te espera. Me zarandea solo una vez y cuando pienso contraatacar, porque me tiembla todo el cuerpo de maldita rabia, el entrenador llega a nuestro lado y nos llama la atención a ambos. Me sacudo de su jodido agarre con un empujón que lo lleva dos pasos atrás. Lo señalo con un dedo rabioso y siento la ira recorriéndome al ver su expresión. Las voces del entrenador y otro compañero se escuchan amortiguadas por el pitido en mis oídos. Me piden que entre y a Charles, lo sacan lejos de los vestidores. Lo sigo todo el camino fuera con la mirada y solo entro con los demás, siendo empujado por uno que ni siquiera me molesto en ver quién es. Me importan dos cojones si está conforme o no con la decisión, si es justa o una maldita injusticia, él no es nadie para enfrentarme así. Y si no terminó con la boca partida contra el piso, fue porque tuvimos compañía demasiado pronto. No estoy de humor para pendejadas y menos, para un retador de mierda como lo es Charles. Si fuera un jodido buen quarterback, imprescindible, yo no estaría de suplente. Y jodidamente claro estaría que todos no abrían aceptado el cambio sin protestar. Entro y doy una patada a uno de los bancos. Estoy enojado, con el juego, por no haber visto a Britt y por lo que ese tarado de mierda me dijo. Mientras explican las nuevas estrategias, no puedo dejar de darle vueltas en mi cabeza a las palabras que soltó con toda la intención. Sabía que reemplazar su lugar no era casualidad, pero saber que lo obligaron a asumir una pausa para que yo lo obtuviera, es demasiado. Si antes estaba un tanto sorprendido por esa decisión, ahora estoy iracundo. Qué mierda de buena imagen voy a tener, yo y mi maldito apellido, si pasan cosas como esta. «Todo por el caprichoso cabrón de mi padre. Esto es ir más allá de lo que se consideraría normal». Salimos al campo cuando el descanso acaba. Y aunque una parte de mí sabe que Britt no está, la otra se empeña en volver a buscarla. Detengo mi andar y volteo a ver el lugar donde mis amigos estaban. Cuando la veo, a Brittainy, hablando con Chase y Peter animadamente, todo dentro de mí se sacude. Una sonrisa se dibuja en mi rostro, la misma que traía desde el momento del beso. Una que desapareció con su ausencia y que necesitaba para poder lidiar con toda la mierda que me pusieron sobre los hombros. Un nuevo motivo para dar lo mejor de mí ha llegado, se muestra ante mí como la jodida esperanza que me venía faltando. «No puedo fallar, no puedo quedar en vergüenza delante de ella». Esta vez, cuando el juego comienza, yo tengo un objetivo claro. Ganar a toda costa y robarle otro beso fingiendo que la euforia de la victoria no me deja ser objetivo.
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