Al día siguiente, desperté con un espantoso dolor de cabeza y con demasiada sed. Me sentía mareada y con muchas nauseas. No podía recordar casi nada de lo que había pasado en la noche, pero mi cabeza no dejaba de pensar en que Maurice me había besado... pero me parecía una locura, y por lo mal que me sentía ese pensamiento me daba mucho asco. Cerca de las diez de la mañana, Christopher se acercó a tocar mi puerta, y entró. —Buenos días amor... ¿Ya te despertaste? ¿Cómo te sientes? —¡Ay! ¡me duele mucho la cabeza! ¡No lo soporto! —me quejé con él. —¡Lo sé! ¡Me duele también! Ayer nos excedimos un poquito... Lo único que recuerdo es levantándome de la cama para ir a vomitar al baño... —comentó Christopher, sentándose en mi cama, y acariciando mi cabeza. —Christopher... ¿no recuerdas