FANTASMAS DE DESEO

876 Palabras
El penthouse está en silencio, pero mi cuerpo no lo está. La ciudad de Miami brilla allá abajo, con luces que parpadean como un millón de recuerdos que no puedo borrar. Isabella duerme en otra ciudad ya que debio viajar por trabajo esta misma noche, y mi cama vacía se convierte en un recordatorio de lo que no puedo tener. Me recuesto en el sofá de cuero, dejando que mi respiración profunda intente calmar el fuego que corre por mis venas, pero es inútil: todo lo que puedo sentir es Alya. Su nombre me quema la garganta, un susurro que no se atreve a salir, un gemido que solo mis recuerdos conocen. Cierro los ojos y me dejo arrastrar. La primera noche juntos viene a mí como un huracán: sus dedos aferrándose a mi espalda, sus gemidos urgentes, la manera en que sus labios buscaban los míos con desesperación y pasión prohibida. La clandestinidad nos hacía más peligrosos, más adictivos. Cada roce era un disparo directo al deseo, un fuego que nadie más podía apagar. Mi cuerpo reacciona solo: mis manos recorren mi torso, mis dedos siguen la memoria de cada curva de su cuerpo, de cada centímetro de su piel que me quemó la primera vez. Sus susurros, sus jadeos, la urgencia en su mirada… todo se reproduce con intensidad salvaje en mi mente. Cierro los puños contra mi pecho mientras el deseo me consume, y por un instante olvido la distancia, olvido que Isabella no está aquí, olvido la razón por la que me alejé de ella hace años. Pero la memoria trae consigo la culpa. Mi padre sospechaba. Don Vittorio Morello, con su mirada aguda y silenciosa, había percibido lo que estaba ocurriendo antes de que siquiera pudiera explicarme a mí mismo lo que sentía. Su advertencia implícita, su forma de proteger a quienes amaba, me recordó que nuestra relación podía destruirla. Y yo… yo la dejé. Me marché por miedo, por protegerla de mi mundo y de la enemistad entre nuestras familias. La angustia de ver a Alya sufrir por mi culpa, por la violencia de un apellido, fue más fuerte que cualquier amor. Mis recuerdos se vuelven más salvajes aún. La primera vez que la poseí completamente, cuando nos dejamos llevar sin pensar en el mundo, me invade con fuerza. Siento sus manos en mi cuello, su espalda arqueándose bajo la mía, su respiración entrecortada y sus gemidos temblando de placer. Me muerdo el labio y cierro los ojos, imaginando que la tengo otra vez entre mis brazos. Cada toque que recuerdo me hace temblar, cada roce me consume. El deseo se mezcla con el dolor de la ausencia. La cama está vacía, pero mi mente está llena de Alya, de su calor, de su olor, de su sabor. Cada gemido que alguna vez escuché, cada suspiro que calló por prudencia, cada momento de abandono clandestino, vuelve a mí con una fuerza brutal. No puedo evitar la fricción, los estremecimientos, la urgencia que me quema como si aún la tuviera frente a mí. Y entonces, la memoria más dolorosa llega. La noche que dejé Miami, la partida que decidió mi destino y el de ella. Mi padre, con su silencio autoritario y calculador, me hizo comprender que podía lastimarla si no me iba. Cada advertencia, cada mirada, cada palabra no dicha… me empujó a marcharme. No fue por cobardía, no fue por falta de amor; fue miedo, miedo a que Alya sufriera. Pero incluso con todo el razonamiento del mundo, no pude salvarme de extrañarla, de desearla y de sentir que la había traicionado. Me recuesto, jadeando con la intensidad de mis recuerdos. Cada centímetro de mi piel grita por ella, cada fibra de mi ser la reclama. Mi cuerpo está solo, pero mi mente la tiene. La sensación de su piel, su respiración, su calor… todo me hace temblar. El placer y la frustración se mezclan en una combustión que no puedo apagar. El silencio de la noche es insoportable. La ciudad murmura allá abajo, ajena a mi tormento. Y yo, Zaed Morello, estoy atrapado entre la necesidad de tocarla, de tenerla, de poseerla otra vez, y la conciencia brutal de que ya no puedo. Que la dejé. Que me fui. Que todo quedó incompleto. El fuego y la culpa conviven en mi pecho. Cada gemido imaginario, cada roce recordado, cada suspiro clandestino, es un recordatorio de que Alya y yo estamos ligados por algo que va más allá de la pasión: un secreto, un amor prohibido y un deseo que nunca morirá. Me dejo caer sobre el sofá, los músculos tensos y el corazón acelerado. Respiro hondo, intentando calmar la tormenta, pero sé que no hay manera de apagarla. Alya está ahí afuera, con sus propios recuerdos, con su dolor y su deseo, y yo… yo sigo atrapado entre lo que fuimos, lo que podríamos haber sido y lo que todavía somos, aunque la vida insista en separarnos. Y mientras la noche se prolonga, siento la certeza más clara de mi vida: esta historia, prohibida, salvaje y dolorosa, no ha terminado. Porque Alya Marchesi y yo seguimos vivos en cada memoria del otro, en cada suspiro, en cada gemido y en cada roce que el tiempo no pudo borrar.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR