El sol de Miami me golpea mientras conduzco mi auto deportivo por calles laterales, evitando la avenida principal. Nadie puede verme buscarla; nadie debe enterarse de que estoy aquí. Cinco años han pasado, pero mi corazón y mi mente no la han olvidado. Cada kilómetro me acerca a Alya Marchesi, la mujer que sigue dominando mis pensamientos, a pesar del tiempo, de las familias, de la distancia.
La veo aparecer por una puerta lateral de su oficina. Camina sola, con la elegancia y seguridad que siempre la caracterizó, pero noto algo más: su postura tensa, los hombros ligeramente encogidos, como si llevara un peso invisible. Mi pecho se aprieta.
—Alya —susurro para mí mismo mientras estaciono el auto a distancia—. Hoy no puedo esperar más.
Ella se detiene al escuchar mi voz. Sus ojos marrones se entrecierran, reflejando sorpresa, alerta… y algo más: un dolor contenido que aún no ha podido superar.
—Zaed… —dice, intentando mantener la compostura—. ¿Cómo me encontraste?
—No importa —respondo, bajando del auto con pasos medidos—. Lo que importa es que necesitamos hablar. Solo nosotros.
Se aparta un paso, evaluando la situación, con la mirada fija en mí, y puedo sentir su tensión. Sabe que no puede huir tan fácilmente.
—Zaed… no sé si esto sea buena idea —dice, cruzando los brazos—. Han pasado cinco años y… —hace una pausa, tragando saliva—. No sé si puedo soportar volver a sentir… lo que sentí por ti.
—Lo sé —respondo, suavizando la voz—. No estoy aquí para revivir el pasado, Alya. Solo quiero hablar. Necesito que me escuches, que comprendamos lo que pasó entre nosotros.
Ella me mira, y puedo ver el conflicto en su rostro: el deseo que aún me guarda y el dolor que le causé. Sus manos se aprietan, su respiración es apenas perceptible.
—No sé si… —comienza, y su voz se quiebra un instante—. No sé si quiero abrir esa herida.
—Alya… —digo, dando un paso más cerca, pero manteniendo la distancia de respeto—. No puedo seguir sin explicarte por qué me fui. No quiero que pienses que te abandoné sin motivo. Solo… no sé por dónde empezar.
El silencio se alarga, pesado y eléctrico. Cada segundo nos recuerda todo lo que dejamos atrás: las noches robadas, los besos furtivos, los secretos que compartimos. Cada recuerdo es un filo que corta y quema al mismo tiempo.
—Está bien… —dice finalmente, con un hilo de rendición—. Hablamos. Pero nada más, Zaed. No puedo permitir que esto me consuma otra vez.
—Nada más —respondo, aunque dentro de mí arde la necesidad de abrazarla, de acercarme, de recuperar lo que perdimos—. Solo hablar.
Caminamos con cuidado por calles laterales hasta un café discreto, escondido entre edificios antiguos. Las persianas bajas y la puerta de madera nos aseguran privacidad absoluta. Nadie nos verá, nadie interrumpirá. Solo nosotros.
Nos sentamos frente a frente en una mesa al fondo. Cada gesto, cada respiración, está cargado de tensión. Puedo ver cómo su pecho sube y baja mientras intenta recomponerse. Sus manos juegan nerviosas con la taza de café. El aire entre nosotros está cargado de electricidad: deseo, dolor, nostalgia y la culpa que ambos llevamos.
—No sé por dónde empezar —dice, finalmente—. Todo esto… tu regreso, verte aquí… me duele.
—Lo sé —susurro—. Y te debo una explicación, Alya. Debo contarte por qué me fui, aunque temo que el dolor que siento al recordar… no será suficiente para reparar lo que perdí.
Sus ojos me buscan, mezclando duda, resentimiento y deseo. Me duele verla así, dolida, y saber que fui yo quien la puso en ese lugar.
—Zaed… —susurra, bajando la mirada—. Ha sido muy dificil y no te voy a mentir, aun me pasan cosas contigo, pero me duele mucho.
Mi corazón se tensa. Cada palabra, cada suspiro suyo, es un recordatorio de lo que ambos sentimos y de lo que el mundo nos obligó a esconder. Todavía hay deseo, aún hay amor, pero también dolor, culpa y secretos que nos separan.
—Alya… —murmuro, inclinándome un poco hacia ella—. Hoy te lo prometo… te lo explicaré todo. Quiero que entiendas por qué me fui, aunque sé que no cambiará lo que sufriste. Solo necesito que me escuches.
Ella respira hondo y asiente ligeramente. La tensión se mantiene, pero hay una chispa, un hilo de conexión que nos recuerda que cinco años de silencio no pueden borrar lo que fuimos, ni lo que aún somos.
—Está bien —dice finalmente—. Te escucho. Pero… no pienses que esto significa perdón. Todavía estoy dolida, Zaed. Muy dolida.
—Lo sé —respondo—. Y estoy preparado para escucharlo todo de ti también.
La ciudad sigue su bullicio afuera, pero dentro del café, todo se detiene. Solo existimos nosotros. Y mientras empezamos a hablar, la sensación de peligro, deseo y emoción reprimida crece, sabiendo que esta conversación será solo el principio de algo que ninguno de los dos puede ignorar.