[ZAED]
¿Cómo no sentirme un cabrón cuando frente a mí tengo a Isabella, esperando un hijo mío, y al mismo tiempo está Alya, el amor de mi vida, ocupando cada fibra de mi pensamiento? La presión me aplasta, y siento que cualquier movimiento en falso puede destruirlo todo.
La oficina está silenciosa, salvo por el sonido de mis pasos sobre el mármol. Isabella está frente a mí, con esa confianza que siempre la caracterizó, con los brazos cruzados y la sonrisa que me desconcierta. Siento cómo todo a mi alrededor se estrecha: la brisa marina que hay fuera, la luz del amanecer filtrándose en mi despacho, y la tensión que quema cada fibra de mi cuerpo.
—¿De qué querías hablar conmigo? —pregunta, sarcástica, acercándose un paso, provocadora.
—De nosotros —digo, pero inmediatamente noto cómo toma mis palabras y las retuerce a su favor.
Se ríe suavemente, con ese tono que antes me atraía, que ahora me irrita. Sus dedos rozan los míos cuando se acerca más.
—¿De nosotros? Pero si estamos en nuestro mejor momento —dice, y sin avisar, me besa. El contacto es breve, pero suficiente para que mi mente explote.
—Isa… —logro articular, empujándola suavemente—. No podemos, no ahora.
Ella arquea una ceja, desafiante:
—No nos hagas esto, Zaed. Estamos esperando un bebé. Deberíamos casarnos. ¿No crees que sería lo correcto?
La noticia me golpea como un huracán. Isabella está embarazada. Un hijo mío. Y de repente, siento el peso de cada decisión que he tomado estos últimos días: el regreso a Miami, el reencuentro con Alya, entender que mi pasado con ella no esta muerto, la presión de la empresa, los proyectos, la mirada de los socios… y todo lo que creí haber controlado se desmorona frente a mí.
—Isa… esto es demasiado —respondo, con la voz cargada de tensión—. No sé si estoy listo para asumirlo así, de golpe. Siento… demasiada presión, demasiado todo —miento.
Ella frunce el ceño, con un dejo de molestia y frustración.
—Demasiada presión… —repite, sarcástica—. Zaed, si esto es lo que sientes, tal vez no estés listo para todo lo que viene. Pero nuestro hijo… él o ella no puede esperar.
Intento respirar, intentando que mis pensamientos se ordenen. No quiero herirla, no quiero que sienta que la estoy rechazando, pero tampoco puedo ceder a impulsos que sé que me complicarán la vida.
—Necesito tiempo —susurro, firme—. Tiempo para pensar cómo manejar todo esto. La empresa, los proyectos, todo… Isabella, no es fácil. No quiero actuar sin estar Seguro —me excuso aunque yo sé muy bien la verdadera razon. 
Ella me observa, evaluando cada palabra, cada gesto, y se acerca un paso más. Sus dedos rozan mi brazo, insistentes.
—Zaed… —dice, suavemente—. Nuestro bebé nos necesita. Necesita que seas fuerte, que tomes decisiones. No podemos escondernos.
El peso de la responsabilidad me aplasta. Isabella embarazada, mi vida profesional en juego… y el recuerdo de los últimos días con Alya, aunque no lo mencione, me sigue martillando en la cabeza. Me siento atrapado, entre lo que debo hacer y lo que siento, entre la obligación y el deseo de no perderlo todo.
—Mañana tomaremos decisiones —respondo, evitando mirarla a los ojos demasiado tiempo—. Por ahora, necesito organizar todo, pensar en cada paso, no puedo improvisar.
Ella se aleja apenas, con una mezcla de enojo y determinación. Sus ojos brillan, insistentes.
—Tienes hasta mañana, Zaed —advierte—. Hasta mañana para decidir si asumirás tu responsabilidad o si perderás la oportunidad de tener todo lo que podrías.
Queda sola en la oficina. Yo me quedo inmóvil, con la culpa y la presión carcomiéndome por dentro. Sé que mi vida está a punto de cambiar, que cada decisión tendrá consecuencias devastadoras. Y mientras la puerta se cierra tras ella, me doy cuenta de que no puedo controlar nada: ni la empresa, ni Isabella, ni mis propios sentimientos.