INSOPORTABLE

1087 Palabras
[ZAED] Una semana. Una semana en la que cada día ha sido un tormento, una condena que me recuerda que no solo fallé a Alya, sino que también la he perdido a manos de mi propia torpeza. Isabella… su embarazo, la obligación de mantener las apariencias, el miedo de enfrentar a mi padre, todo me ha atrapado en un laberinto sin salida. Y Alya… Alya sigue en mi mente, cada respiración, cada recuerdo, cada promesa rota. Hoy no puedo más. No puedo soportar estar lejos de ella ni un segundo más. Tengo que verla, hablar con ella, enfrentar lo que siento… aunque duela. La única información que tengo es que esta en la empresa y solo espero a que salga hasta que la veo salir y sí, la sigo. Cada semáforo, cada giro de mi auto deportivo, aumenta la tensión en mi pecho. No es solo culpa lo que siento; es desesperación, necesidad, una urgencia que no puede esperar. La veo desde mi coche. Está caminando entre la multitud, elegante, decidida, con esa seguridad que siempre me dejó sin aliento. Pero hay algo distinto: un brillo en sus ojos que no es mío. Samuel. No hace falta que lo vea para saberlo. Cada paso que da me corta la respiración. Aparco a la distancia, conteniendo el impulso de lanzarme hacia ella. Mi mente lucha contra el corazón, y el corazón siempre gana. Respiro hondo y avanzo, evitando llamar la atención de nadie. Nadie puede verla conmigo todavía; si nos descubren, sería un escándalo. Nadie debe saber que estoy aquí, que la sigo, que mi vida se desmorona por ella. Cuando finalmente me acerco, Alya gira en la esquina de una boutique y nos encontramos frente a frente. El mundo parece detenerse, como si toda la ciudad desapareciera, y solo quedáramos nosotros dos. —Zaed… —dice, y por un instante, su voz tiembla, pero no hay miedo. Hay advertencia, sorpresa y… algo que todavía me pertenece. —Alya… —respondo, intentando controlar el temblor en mis manos—. Necesito hablar contigo. Por favor. Ella me mira con desconfianza, cruzando los brazos. —¿Hablar? —replica, con un filo en la voz que me atraviesa—. Después de todo… después de todo lo que pasó la semana pasada, ¿ahora qué? ¿Vas a convencerme de algo que ya no puede ser? La miro, devastado. Su rabia, su desconfianza, su dolor… todo me recuerda lo que perdí y lo que jamás debería haber dejado escapar. Me acerco un paso, consciente de que debo medir cada movimiento, cada palabra. —No quiero interferir en tu vida, Alya —digo, con honestidad—. Pero no puedo quedarme callado. No después de lo que siento, de lo que hemos vivido. Por favor, dame solo cinco minutos. Ella me observa, estudiándome, evaluando si puede confiar. Su mirada es un laberinto en el que quiero perderme y, al mismo tiempo, escapar. —Cinco minutos —responde finalmente, con un hilo de voz—. Pero solo cinco. Caminamos hacia una pequeña terraza del centro comercial, apartados de la multitud. La brisa del mediodía acaricia su cabello y me recuerda todas las veces que lo sentí entre mis manos, todas las promesas que dejamos en el aire. —Alya… —comienzo, con un nudo en la garganta—. Sé que lo mío con Isabella te duele, y tienes razón. No hay excusas que puedan justificar lo que hice. Pero tenía miedo. Miedo de perderte de una forma que jamás podría soportar. Miedo de que mi padre… de que todo lo que está en juego… te lastimara. Sus ojos brillan con lágrimas contenidas. —¿Miedo? —susurra, y la rabia vuelve a subir—. ¿Eso es lo que te detuvo? ¡Cinco años, Zaed! Cinco años de silencio, de mentiras, de abandono. ¿Y ahora vienes con miedo? —Sí… miedo —admito, con la voz rota—. Y culpa. Culpa por cada segundo que estuve lejos, por cada promesa que rompí. Pero no puedo seguir sin decirte que… que te amo, Alya. Que cada decisión que tomé, incluso las más horribles, nunca cambiaron eso. Ella aparta la mirada, y un suspiro escapa de sus labios. Mi corazón se rompe al verla así, y me acerco un paso más, temblando por dentro. —Zaed… —susurra finalmente—. Ya no sé qué creer. Me dijiste que lucharías por nosotros, y ahora… —hace una pausa, tragando saliva—. ¿Ahora tengo que ver cómo tomas otro camino mientras yo sigo aquí? El peso de su reproche me aplasta. Me doy cuenta de que no hay excusas que puedan limpiar la culpa que llevo. Sin embargo, no puedo retroceder. Tomo su mano suavemente, con cuidado, sin invadirla, solo intentando que sienta lo que siento. —Alya… yo… —empiezo, pero mis palabras se quiebran—. No puedo perderte otra vez. No puedo. No quiero que esto nos destruya. Ella me mira con una mezcla de deseo y dolor, y por un instante, todo lo que he planeado para protegerla, todo lo que he hecho por miedo, se desmorona. —Zaed… —susurra, y su voz está cargada de emoción contenida—. No sé si puedo confiar en ti. Pero… —toma mi otra mano, acercándose—. No puedo negar lo que siento. La tensión entre nosotros es eléctrica, y siento cómo el pasado y el presente se entrelazan en un caos de emociones. No hay respuestas fáciles, no hay soluciones inmediatas. Solo estamos nosotros, en medio del mundo, atrapados entre lo que fue, lo que es y lo que podría ser. Un silencio pesado nos envuelve. Cada uno respira, sintiendo el peso del deseo, la culpa y la imposibilidad de lo que ambos sabemos que nos separa. Y entonces, Alya baja la mirada, con un hilo de voz que corta como un cuchillo: —Zaed… hay algo que debes saber —susurra, temblando—. Samuel… me pidió matrimonio. Y… —hace una pausa, y su voz se quiebra—. Lo acepté. El impacto me atraviesa como un golpe. Mis manos se tensan, mi corazón late desbocado, y el mundo a nuestro alrededor desaparece. Alya, mi Alya… comprometida con otro. La verdad, la realidad, la distancia… todo nos golpea al mismo tiempo. La brisa marina parece helarme mientras me doy cuenta de que mis peores temores se han materializado. Y en ese instante, sé que nada volverá a ser igual. .
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