[ALYA]
El primer rayo de sol atraviesa las cortinas de mi despacho en la mansión, bañando la habitación con una luz cálida que apenas logra calmar el caos dentro de mí. La playa, la arena, Zaed… todo vuelve con una claridad que duele. El recuerdo de nuestra confesión, de la arena entre nuestros dedos, de su voz cerca de la mía, me atraviesa y me deja exhausta.
Estoy sentada frente a mi escritorio, los planos de un proyecto de la empresa familiar frente a mí, como si fueran una barrera entre mi corazón y la realidad. Trabajo junto a mi padre y a mi hermano Luan, y aunque disfruto de cada línea, cada diseño, cada cálculo, hoy todo parece irrelevante. Cada fibra de mi ser clama por Zaed, y al mismo tiempo, me recuerda el vacío que dejó su ausencia.
Intento concentrarme en los detalles de la maqueta frente a mí: la proporción de los edificios, la distribución del espacio, la luz entrando a los interiores. Pero cada vez que cierro los ojos, lo veo a él, lo siento a mi lado, lo escucho susurrarme. Y el dolor de lo que perdí vuelve a golpearme, más fuerte que cualquier crítica profesional o presión laboral.
Entonces escucho un motor que se detiene frente a la mansión. Mi corazón se encoge. Samuel. No está aquí solo como compañía; viene a recogerme para llevarme a la oficina, como cada mañana. La rutina de trabajar juntos no me consuela hoy; solo me recuerda lo atrapada que estoy entre mi vida profesional y todo lo que Zaed despertó de nuevo en mí.
—Alya… —su voz atraviesa la puerta con esa mezcla de firmeza y suavidad que siempre me desconcierta—. Estoy aquí para ir a la oficina. No podemos empezar tarde con los inversionistas esperándonos.
Respiro hondo y me levanto del escritorio. Intento que mi reflejo en el espejo me devuelva una imagen de calma, pero la tensión en mis hombros y el temblor en mis manos delatan mi estado.
—Samuel… —digo, intentando sonreír, aunque mis labios tiemblan—. Hoy… hoy no puedo ir. Necesito un momento para mí.
Su ceño se frunce, confundido y preocupado al mismo tiempo. Da un paso hacia mí, la autoridad de gerente financiero mezclada con la cercanía que siempre ha tenido conmigo en la empresa.
—Alya, sabes que no podemos retrasar la reunión. He coordinado todo. No podemos posponerlo por un… momento de distracción.
—Lo sé —respondo, más firme—. Pero no puedo. No hoy. Necesito pensar.
Él me observa, evaluando cada gesto, cada palabra. No sabe nada de Zaed, no sabe del caos que lo acompaña. Solo ve a su colega, la hija del dueño de la empresa, y no comprende que esta mañana mi mente y mi corazón están atrapados en otro lugar.
—Está bien —responde finalmente, con suavidad pero sin perder su autoridad—. Si necesitas tiempo, lo tendrás. Solo… prométeme que no te aislarás demasiado. Sabes que tu familia y la empresa dependen de ti.
Asiento, aunque no puedo prometer nada. Cada segundo que pasa es un recordatorio de Zaed: de su voz, su tacto, su forma de mirarme… y de todo lo que siento por él.
Cuando Samuel se retira, el silencio vuelve a la habitación, pero no me trae paz. Solo queda el eco de su preocupación y el peso de mi propia fragilidad. Me desplomo sobre la silla frente al escritorio, abrazando la almohada que aún tiene el aroma de la arena y la brisa de la playa, de la noche anterior con Zaed. Las lágrimas fluyen sin control mientras me repito una y otra vez que todo ha cambiado, que nada será igual.
El amanecer ilumina mi despacho, dorando cada plano, cada maqueta, cada rincón de la mansión. Pero no logra calmar el torbellino en mi interior. Zaed volvió, y con él, todo lo que creí enterrado ha resurgido: deseo, culpa, dolor y una necesidad que no puedo controlar.
Sé que pronto tendremos que enfrentarlo. Sé que en algún momento, todo saldrá a la luz. Y mientras el sol se eleva lentamente sobre Miami, siento que este amanecer marca un punto de inflexión: un momento en el que mi corazón y mi vida profesional se ven obligados a decidir entre la pasión y la seguridad, entre la verdad y la mentira, entre Zaed y Samuel.