CAÍDA TREINTA Y OCHO “Troy”, el hombre león gruñó, sí, gruñó y se sentó en una mesa al lado de ellos, desabotonándose la chaqueta. Héctor parpadeó y lo miró de arriba abajo. Era un hombre alto y fuerte, al nivel de Canvas, y estaba vestido con lo que sin lugar a dudas era un traje de 5.000 euros, si no más. Y parecía un león. Claramente eran aumentaciones, pero de la clase cara. El pelo con una melena rubia-naranja, ojos verdes que tenían un aspecto animal pero sin las rendijas verticales y parches de pelo en sus dedos. “Hum…”, Héctor se había quedado sin palabras. “¿Cómo se supone que debo llamarte? ¿Hombre León?” “Cerca. Soy Leontarius”, dijo, con actitud presumida. Las chicas que estaban alrededor de él fueron al vestuario. Una se quedó y Héctor podía jurar que le parecía familiar.