Capítulo XXXV XXXVLa oscuridad había caído definitivamente aquella noche de agosto, cuando Basil Ransom, terminada su cena, salió a la plaza frente al pequeño hotel donde se hospedaba. Era un hotel muy pequeño, de construcción frágil y barata; el paso de un hombre alto de Mississippi hizo que la escalera chirriara y que los vidrios de las ventanas tintinearan en sus marcos. Estaba muy hambriento a su llegada, ya que no había tenido ni siquiera un momento libre, ni en Boston ni de camino, para comer el frugal bocado con que había acostumbrado a su naturaleza a mantenerse entre el desayuno que consistía en una taza de café y la cena que consistía en una taza de té. Acababa de tomar una taza de té, de muy mala calidad, servida por una joven pálida y contrahecha, de rizos castaños, un cinturó