La tarde declinaba, comenzaba a soplar ese vientecillo fresco que, a finales de verano, comienza a marcar la brevedad de los días. Olive volvió la cara hacia su casa, y en ese momento se dio cuenta de que si el compañero de Verena no la había traído de vuelta debía comenzar a preocuparse por lo que pudiera haberles ocurrido. Le pareció que ningún velero había podido volver a la población sin pasar frente a sus ojos y mostrarle a quiénes transportaba; había visto una docena con figuras solo masculinas. Un accidente era perfectamente posible (¿qué podía saber Ransom, con sus costumbres de hacendado, del modo de manejar una vela?) y una vez que el peligro apareció fugazmente en su mente —solo las benignas señales del clima habían impedido que se le presentara antes—, la imaginación de Olive s