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La pareja perfecta

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Sofía Carter acaba de llegar a casa de sus abuelos para pasar el verano con ellos en su pequeño y pintoresco pueblo. No sabía que un verano podía dar para tanto, que en un verano conocería a personas para toda la vida. Como Hunter Scott.

Hunter trabaja haciendo arreglos para los residentes del pueblo, un pequeño trabajo de verano para sacarse algo de dinero. Y cuando va a casa de los abuelos de Sofía y la conoce, todo gira sobre ruedas en torno a ellos.

Esta no es la típica historia de celos tóxicos. Esta es la pareja perfecta.

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1
SOFÍA  Después de la etapa del instituto y antes de mi primer año en la universidad, consideré que pasar el verano lejos de casa iba a ser un buen plan para despejarme. Más, si a eso le añadimos que todavía no había decidido a qué universidad quería ir. Tenía tiempo todavía para eso, y la casa de mis abuelos era el sitio perfecto para relajarme y pensar con claridad lejos de la ciudad en un espacio natural tranquilo y sin los constantes ronroneos de mi padre sobre lo increíble que podía ser ir a la UCLA, la universidad de California. Ni siquiera sabía si quería estudiar derecho como había elegido con anterioridad.  —Llámanos si pasa algo —me insistió mi madre antes de dejarme marchar.  Asentí y les abracé con fuerza antes de meter mi maleta en el coche con ayuda de mi padre. Me revolvió el pelo con gracia y estiró de un mechón rubio con una mueca en la cara.  —Espero que vuelvas tú sola como ya hemos hablado. Nada de... —hizo una pausa y se redondeó la barriga con las manos. Quise largarme enseguida para evitar otra charla de sexualidad—. Y eso, llámanos. Estaremos en contacto con tus abuelos y vigilando de cerca.  —¡Papá! —exclamé entre risas y algo sonrojada—. Estaré bien, lo prometo, y no es que me vaya para siempre a un lugar desconocido.  Más abrazos y besos después, esquivé con destreza otra charla sobre sexo y les despedí con la mano mientras daba marcha atrás fuera del garaje y me preparaba para cinco horas en carretera. Hice únicamente dos paradas para comprar agua y para rellenar el tanque de gasolina de mi camioneta roja antes de darme cuenta de que pasaba por el corto puente que entraba en Rock City. El pueblo no había cambiado, solía ir cuando era una cría de no más de diez años, ahora, con dieciocho, aprecié mejor la naturaleza que rodeaba el pintoresco pueblo y la energía que se vivía a principio de verano por las calles. Unos niños me adelantaros en la carretera peatonal mientras se reían en sus bicicletas y atravesé con cuidado un pequeño mercadillo de flores y verdura que había colocado en la calle principal del pueblo. Los abuelos vivían en lo alto de la colina en una calle con a penas tres casas un poco abandonadas. Cuando conseguí que mi camioneta subiera la cuesta sin que el motor se quemara, dos minutos después descubrí el coche de mis abuelos aparcado en el garaje con la puerta abierta mientras ellos dos me esperaban fuera con unas sonrisas enormes. Eran esos abuelos de pelo blanco y gafas que se querían a pesar de los años y que tenían amor para dar y tomar. En cuanto conseguí aparcar el coche delante de su casa, me ayudaron con mis cosas entre muestras de afecto. Mi abuela, Cindy, me recogió el pelo rubio en una coleta porque decía que así se me veía más la cara "guapa" que tenía; el abuelo, Jack, me estrechó contra su costado mientras arrastraba mi maleta por el camino de entrada a su casa.  —¿Hay alguien más este año? —pregunté al darme cuenta de que por primera vez había otro coche aparcado en la pequeña calle—. Pensaba que erais los únicos aquí arriba. —Y lo somos, cariño —me contestó la abuela—. Es el coche de Hunter, un muchacho que ha venido a ayudarnos con el jardín trasero. Te encantará —me codeó, y no pude evitar reír.  En mi familia, mi abuela y mi madre siempre habían esperado que tuviese pareja, les encantaría, sin embargo mi padre y mi abuelo sacarían la escopeta para hacerle un interrogatorio. A pesar de ello ese no es el motivo por el que nunca les presenté a alguien. Había tenido parejas, sólo dos, pero no duraban mucho y quería que cuando ellos conozcan a mi novio sea alguien que merezca la pena.  —Nada de chicos, Cindy, ya has oído a su padre —picó mi abuelo, y mi abuela le echó una mirada y agitó la mano quitándole importancia—. Le cortaré el escroto, lo digo enserio.  No pude dejar de reír cuando la abuela abrió la puerta, pero se me cortó la carcajada cuando, al entrar, un chico sin camiseta atravesó la puerta corredera del final del pasillo y entró en casa limpiándose las manchas de pintura blanca que le habían salpicado la piel desnuda. Era alto, mucho más que yo, y delgado, de ese tipo de delgadez que parece trabajada, sin muchos músculos pero atractivo a la vista igualmente. Y con el pelo oscuro, revuelto y rizado cayéndole por la frente hasta detrás de las orejas, y también manchado de pintura. Sentí el empujón que me dio la abuela cuando, sin querer, me quedé con la boca ligeramente abierta y babeando por su cuerpo. Entonces subió la cabeza y se le abrió la boca con sorpresa antes de estirarse en una bonita sonrisa de lo más sincera. Era guapo, bastante, con una simetría facial que parecía mentira y unos ojos marrones de lo más normales que brillaban con amabilidad. Se acercó y pude admirar como sus músculos se movían con cada paso hasta que lo tuve delante y se limpió las manos.  —Hunter —mi abuela lo llamó y se pudo a su lado enganchándose a su brazo, y me señaló—. Esta es nuestra nieta, Sofía. Sofía, él es Hunter, nos está pintando la verja del patio trasero.  Sonreí y dudé, pero él estiró la mano ya limpia y la acepté sin dudarlo. Era grande y estaba caliente y algo húmeda por el trapo. —Encantado, Sofía —dijo con una sonrisa que enseguida me cayó bien.  —Igualmente, Hunter.  Se ofreció a subir mi maleta pesada hasta el que sería mi cuarto por los siguientes dos meses, y nadie se negó a que lo hiciera porque el abuelo no estaba para subir con tanto peso por las escaleras y yo no podría sola ni de broma. Subimos solos, y no pude evitar fijarme en la forma en que los músculos de su espalda de tensaban agarrando mi maleta con fuerza hasta soltarla en el piso de arriba.  —Gracias —susurré, y empujé la puerta de la habitación.  —No te he visto antes por aquí, ¿es la primera vez que vienes? —me preguntó, y pasó mi maleta para dejarla tumbada sobre la cama.  —No, bueno, solía venir cuando era pequeña, hace diez años.  Me acerqué a mi maleta y Hunter se recostó contra el escritorio que había pegado a la pared, de brazos cruzados y terminando de limpiarse la pintura del abdomen. Yo me senté de piernas cruzadas sobre la cama, asegurándome de que la falda de mi vestido veraniego me tapaba la ropa interior.  —Entonces no te he visto, me mudé hará unos cinco años —comentó—. ¿Necesitas ayuda con algo más?  Me pareció muy mono que se ofreciera a ayudarme, pero no me hacía falta y negué con la cabeza. —No, pero muchas gracias, de nuevo —dije, y él se rio.  —Bueno, en ese caso... voy a volver abajo, tengo que terminar de pintar antes de que se haga de noche.  Asentí con una pequeña sonrisa en los labios y no dejé de mirarle mientras salía por la puerta, se quedó en el marco y me agitó la cabeza a modo de despedida antes de volver a su trabajo. Estuve toda la tarde organizando mis cosas, y la ventana de mi cuarto daba justamente al jardín trasero; estuve demasiado tiempo ojeando por ella como Hunter terminaba de pintar la verja.  Una vez tenía todo en el armario y sobre el escritorio había dejado mi ordenador y las cartas de aceptación de la universidad que tenía que escoger a lo largo del verano, bajé a la cocina y mis abuelos me sentaron en la mesa para ponernos al día. Les conté mi problema con elegir carrera para los siguientes años de mi vida y les enseñé algunas fotos de las universidades que había cogido.  —Bueno, tú pásatelo bien este verano y verás como algún día simplemente ya sabes lo que quieres. ¿Porqué no te haces amiga de Hunter y le pides que te enseñe los lugares jóvenes del pueblo? Hay un lago aquí al lado, hay mucha gente de tu edad por allí —me ofreció la abuela.  Lo vi muy bien. Mi verano no iba a ser estar encerrada en casa comiéndome la cabeza por el futuro si no era capaz de disfrutar lo que tenía en el momento. Salir de vez en cuando me haría bien.  El abuelo se levantó y agarró dos cervezas de la nevera. Me ofreció una, y me negué porque tenía dieciocho y porque no era una gran fan del alcohol.  —No es para ti, es para Hunter.  —Que tiene veinte... —le recriminó la abuela.  —¿Y qué? ¿Crees que no sabe lo que es el alcohol? Son críos, Cindy, saben más que nosotros. Empezaron una inofensiva discusión y yo agarré la cerveza y me encaminé al jardín trasero. Allí estaba él, sin camiseta y con manchas de pintura blanca dándole con un pincel a los pequeños detalles que había sin pintar. Estiré la mano y antes de tocarle él se giró con una sonrisa ladeada.  —Eres poco sigilosa —comentó.  —Supongo que me quedaré sin carné de ninja entonces —le seguí la broma y nos echamos a reír—. Te he traído una cerveza, te vendrá bien con el calor. Abrió ligeramente los labios y me miró con una pequeña sonrisa torcida.  —¿Y para ti no hay? ¿Es que eres menor de edad?  —No —reí—. Simplemente no me gusta mucho la cerveza. Pero para tu información, tengo dieciocho. Así que ninguno estamos en la edad de beber.  Le pegó un trago largo,, echó el cuello atrás y vi como se le tensaba la mandíbula y le subía y baja la nuez en la garganta. Era sexy.  —¿Cómo sabes mi edad? —curioseó.  Apunté a la cocina y desde aquí se veía a mis abuelos seguir en su pequeña discusión.  —Porque les he dejado discutiendo sobre si debía o no traerle una cerveza a un supuesto crío de veinte años.  Asintió, comprendiendo, y apartó su camiseta bien doblada de una silla de jardín que tenía al lado para dejarme un sitio.  —Siéntate si quieres, me queda un rato.  —Puedo ayudarte, si quieres —aclaré, y me miró sobre la botella con una sonrisa.  —Te vas a manchar, y no me queda tanto.  Miré mi vestido ya arrugado del viaje y mis pies descalzos, quitarme las zapatillas de tela ha sido lo primero que he hecho al quedarme sola en la habitación. De todas formas me tenía que dar una buena ducha para dejar de oler a coche y a sudor. Así que me agaché a coger un pincel y lo mojé en pintura. Hunter hizo lo mismo y se encogió de hombros.  —¿Quieres poner música? Yo la pondría pero... —me enseñó sus manos manchadas de pintura y asentí encendiendo el modo aleatorio en mi móvil que empezó con una canción rock—. ¿Este es tu estilo? No te pega.  Le di la primera pincelada a un hueco pequeño sin pintar.  —¿Y cuál crees que es mi estilo?  Torció los labios mirándome de pies a cabeza y yo hice lo mismo aprovechando para babear un poco por su cuerpo.  —Mozart —soltó, y me reí.  > Él asintió como si me leyera la mente.  —Vaya, te sorprenderá cuando empiecen a sonar los Red Hot Chili Peppers o algo del estilo. Pero si no te gusta...  —Me gusta —me cortó—. Me encanta.  Sonreí como una completa estúpida. Hacía tiempo que no hablaba tanto con un chico como Hunter. Me contó que antes vivía en la ciudad, pero se mudó por el trabajo de su madre como profesora y ahora él estudia en la universidad que hay aquí cerca. La única en la que yo no solicité plaza. Y yo le conté mi dilema personal con mi indecisión por alguna carrera o universidad para el año que viene. Hablar con Hunter era fácil y la conversación fluía como si fuéramos amigos de toda la vida. Cuando me quise dar cuenta estaba sentada en la silla de jardín y él en el suelo aún sin la camiseta puesta. —¿Y cuánto tiempo dices que llevas comiéndote la cabeza por eso? —me preguntó.  —Demasiado —confesé.  —Entonces lo que necesitas es dejar de pensar en eso un rato. Mis amigos y yo vamos a ir este sábado al lago a pasar el día, te vienes —afirmó como si nada. Elevé una ceja y él se encogió de hombros terminándose su cerveza—. No vas a pasarte aquí encerrada todo el verano, ¿verdad?  Se puso de pie y yo lo imité. Me arreglé la falda del vestido y Hunter se estiró por mi lado, rozándome y haciéndome temblar cuando agarró su camiseta del respaldo de la silla. Deseé que hubiera pasado un rato más sin ella, pero tenía que irse y le acompañé hasta la puerta.  —No, pero es que no sé... —sí sabía, no conocía a nadie y a pesar de que adoraba hacer amigos nuevos, me daba vergüenza parecer una acoplada—. No conozco a nadie...  —Me conoces a mí, y sólo tenemos una tía en el grupo, estará subiéndose por las paredes si viene otra chica más.  Apreté los labios y me convencí mentalmente de que salir por ahí con Hunter y sus amigos me vendría de maravilla para despejarme del todo. Y si sus amigos eran como él, estaba segura de que podría tener un buen verano. Me quedé descalza dentro de casa y él bajó unos escalones del porche.  —Vale —dije, y Hunter se giró en mitad del jardín delantero con las llaves de su coche girando entre sus dedos—. ¿Vas a venir antes del sábado? No tengo ni idea de dónde está nada aquí.  Ya era casi de noche, pero cuando sonrió juré que alumbró toda la calle con su entusiasmo.  —Vendré en un par de días, no te preocupes. De todas formas... —de unas zancadas se acercó y volvió a subir los escalones del porche—. Dame tu número, te mandaré un mensaje y si necesitas algo ya sabes dónde estoy.  Me pasó su móvil y lo cogí entre mis manos para apuntar mi número. Mientras lo hacía, se recostó contra el poste del porche sin dejar de mirarme y me equivoqué al escribir mi propio número. —¿Cómo me agendo para que me reconozcas? —le pregunté.  —Déjame eso a mí —agarró su teléfono de vuelta y escribió algo, a los segundos mi teléfono empezó a sonar dentro de casa—. Sólo para saber que es tu número de verdad.  Se me escapó una risa de lo más tonta y me sonrojé porque me di cuenta de que parecía que volvía a tener quince años y me gustaba un chico de clase.  —En ese caso, ya nos veremos, Hunter —me despedí.  Agitó la cabeza, y después la mano con una sonrisa de lo más encantadora.  —Hasta otra, Sofía. —Mi nombre resbaló de sus labios y me gustó más de lo que debería.  No me metí en casa hasta que le vi meterse en su coche y frenó delante de casa con su descapotable. Volví a agitar la mano con una sonrisa y él hizo lo mismo. 

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