Al llegar al estacionamiento de la empresa, detengo el coche y me bajo para luego dar la vuelta e ir a abrirle la puerta de su lado. Lo hago y le ofrezco mi mano y ella la toma para luego bajarse del vehículo con la elegancia que la distingue, pero de repente noto como ella pierde el equilibrio. Apenas consigo tomarla entre mis brazos antes de que ella caiga al suelo y al verla a la cara, me doy cuenta de que sus ojos están cerrados —¡Señorita Vega!— Exclamo desesperado, y tan solo puedo tomarle el pulso colocando mi dedo índice y medio al lado de la manzana de Adán y presiono hasta sentir su pulso, uno muy bajo.
Completamente preocupado por ella, la subo al auto, y de inmediato me subo del lado del conductor para así llevarla al hospital —Vega, ¿me escuchas?— Insisto una y otra vez, p
