Emma Hernández Escucho desde mi balcón el auto de Carlos entrando al garaje y mi corazón se empieza a desesperar. Sin poder controlarlo mi respiración se agita y me comienzo a angustiar. —¿Qué dirá cuándo se entere que fui al acantilado? —me pregunto bajito. —¿Cómo pude ceder ante el pedido de su hermana siendo que él ya me había prohibido ir allá? ¿Qué haré ahora? Todo mi cuerpo comienza a temblar descontroladamente. Tengo miedo, mucho miedo de lo que es capaz de hacerme cuando sepa que lo desobedecí. No quiero ni siquiera imaginarlo. Me refugio en mi sillón ocultando mi cabeza entre mis brazos y rodillas y empiezo a sollozar. — No debí ir —me regaño a mí misma una y otra vez. —Todo lo malo que me sucede es culpa mía. ¡Soy una tonta! –digo entre sollozos. Muerdo fuertemente mi bra