Carlos Fontaine. —¡Felicitaciones, Señor Fontaine! —uno de los guardias de la empresa me saluda sonriente en cuanto paso por la entrada. —¡Feliz regreso y que tenga buen día! Asiento caminando a paso lento hacia el ascensor. Todas las miradas están puestas sobre mí y me siento como un bicho raro en mi propia empresa. —¡Felicitaciones, Señor Fontaine! —las recepcionistas corean en unísono cuando paso al lado de ellas. —¡Sea bienvenido! Asiento una vez más y entro en el habitáculo para dirigirme hacia mi oficina ya algo incómodo por las constantes felicitaciones y halagos que recibo en cada lugar donde aparezco después de mi boda con Emma. Estoy feliz, eso es innegable e imposible de ocultarlo y cada día que pasa lo estoy aún más, pero no puedo evitar sentirme apenado cuando a cada pas