Muchas veces pensé que los momentos más importantes de mi vida se componían de eso. De cosas grandes. De sucesos que iban a significar un cambio transcendental en mi vida. Empezar de cero en otra ciudad. Un trabajo nuevo. Una muerte. Fechas importantes. Un nacimiento. Ingresar en la universidad. Obtener tu independencia. Pero dejé pasar por alto que los detalles también cuentan. También nos cambian. Esos mínimos. Esos que se nos pasa por alto y los aceptamos como parte del día a día, sin detenerte a ver que esos son indispensables. Porque, en realidad, lo que se recuerda de todos esos cambios grandes no es el hecho en sí, sino lo que sentiste. Ya sea tristeza o felicidad. Sentir como se te rompe el corazón o cómo brinca de alegría. Si quisiste llorar o reíste a carcajadas. Sentir que