9

1320 Words
Javier se despertó a causa de un rayo de sol que le alumbraba justo en la cara. Tenía el estómago revuelto y le dolía la cabeza. Se incorporó con lentitud y todo le dio vueltas a su alrededor, tenía muchísima resaca. Recordó que había tomado con sus amigos toda la noche para festejar el casamiento de Damián. Hizo una arcada mientras intentaba levantarse. Hacía muchísimo que no tomaba de esa manera y recordaba porqué, sufría muchísimo las mañanas de resaca. Tomó una pastilla y se encerró en el baño para darse una ducha bien fría. Le iba a venir bien para despejarse. Menos mal que era sábado, porque no iba a poder ir a la empresa en ese estado, ya no tenía veinte años y su padre iba a matarlo. Sobre todo teniendo en cuenta que todavía tenía la mirada de los periodistas sobre él por culpa de Federico. Tomó un café n***o amargo, bien fuerte, para sentirse un poco mejor. Sus amigos se habían ido a eso de las seis de la mañana y él había caído redondo en la cama. Abrió los ojos de par en par cuando vio que eran las dos de la tarde, tenía varias llamadas perdidas de su madre y de su hermana, así que decidió llamar a Nina. —Hola, ma —expresó con voz ronca ni bien ella atendió—. ¿Qué pasó? Vi que me llamaste bastante, me quedé dormido porque los chicos se quedaron hasta tarde… —Hola, hijo. Nada malo, no te preocupes. ¿Podés venir a cenar esta noche? —interrogó su madre. Javier hizo una mueca de disgusto, iba a tener que ver a la modelo—. Es que Martina va a hacer pastas, y te aseguro que si las hace como su papá, ¡son imperdibles! El muchacho rio por el entusiasmo de ella y suspiró. —Está bien, voy —contestó intentando sonar convencido—. ¿Llevo algo para tomar? —Sí, o un postre. Lo que quieras —replicó. Se despidieron y Javier bufó masajeándose la cabeza. Seguramente iba a tener que dormir un rato más, porque todavía se sentía mareado. No quería ni mirar sus redes porque todavía le tiraban odio por haber golpeado a Federico, no podía salir a la calle sin ser perseguido por un paparazzi y no tenía ganas de hacer nada. Al final, se durmió un rato, luego jugó a un juego de disparo en línea con sus amigos y no pudo evitar hablar de ella, otra vez. —No quiero ni verla —aseguró hablando por el micrófono. Escuchó que Damián e Ignacio bufaban, pero les hizo caso omiso—. Es que todavía recuerdo que me dolió esa cachetada. Y que me calentó, agregó en sus pensamientos. Se golpeó su frente con la mano y empezó a los disparos contra los zombis que se le aparecían en el juego como si se estuviera desquitando con ellos. —Bueno, Javi, ya pasó. Seguro que debe sentirse mal por haber hecho eso —comentó Damián. Ignacio soltó un insulto cuando lo mataron. Estuvieron jugando durante horas, que se le pasaron volando, y cuando Javier miró por la ventana ya era de noche. Saltó en el lugar y apagó todo, salió volando a comprar helado antes de que el negocio cerrara y se dirigió a casa de sus padres. —¿Cómo dejé que el día se me pasara tan rápido? —se preguntó mientras manejaba. A veces le daba miedo hablar en voz alta y que alguien le contestara, pero no podía controlar eso. Si iba a un psicólogo probablemente lo tratarían de loco. Prestó más atención al camino en cuanto comenzó a llover y el cielo terminó de oscurecerse. No habían anunciado mal tiempo, aunque el pronóstico siempre le erraba. Llegó a la cabaña a las ocho y media de la noche, se escuchaba música y risas como si hubiera más de cuatro personas adentro, pero en realidad estaban sus padres bailando y las dos mujeres charlando a los gritos porque no se escuchaba nada. Javier guardó el helado antes de saludar a su familia. Su mamá, como siempre, le hacía pasar vergüenza apretándole las mejillas. Su padre, en cambio, le hacía doler la espalda con las palmadas que le daba al abrazarlo, y su hermana lo alegraba con la sonrisa que le dedicaba cada vez que lo veía. Saludó a Martina con un beso seco en el cachete. Su aroma le llegó de inmediato y tragó saliva, era un olor tan único y tan característico de ella… estaba seguro de que era un perfume exclusivo, probablemente hecho por su padre perfumista. Por otro lado, la rubia vio sus ojos verdes y sintió un cosquilleo en el estómago. Quería convencerse de que estaba nerviosa, así que comenzó a amasar para distraerse. —Sé que dije que iba a hacer pasta, pero creo que la noche está para pizza —expresó Nina mirando a su hijo—, así que Martina va a preparar eso. Si te quedas a dormir esta noche, mañana al mediodía hace fideos. —¿Dónde voy a dormir? —le preguntó por lo bajo—. Si la “invitada especial” ocupa mi cama —agregó con tono molesto. —Duerme conmigo —contestó Inés metiéndose en la conversación. A Martina le había quedado claro que todavía la odiaba, y se lo merecía. —Yo puedo irme a un hotel —expresó ella. Cuatro pares de ojos la miraron y se sonrojó. —No es necesario —dijo Esteban rápidamente—. Es solo por esta noche, las dos chicas duermen juntas y Javi duerme en su antigua habitación. Nadie contradijo eso, así que cambiaron de tema enseguida. La italiana trató de llamar la atención del joven varias veces, pero fue imposible, él ni siquiera le dirigía una mirada y se sentía demasiado frustrada. Estaba esforzándose en pedirle disculpas y no lo lograba. Salieron de la cocina y se dirigieron al comedor para seguir bailando y preparar la mesa, pero Javier se quedó con la rubia. Se notaba tenso y además verla cocinar le daba ternura, lo que lo hacía ver un tipo duro con ojos brillantes. Ella inspiró hondo y tomó fuerza para hablar. —Quería disculparme por… —comenzó a decir, pero su acompañante se acercó con lentitud y la apretó entre su cuerpo y la encimera de la cocina, algo que disparó su corazón a toda velocidad. —No debes disculparte por nada —la interrumpió él. No sabía de dónde estaba sacando fuerza de voluntad para no besarla, ya que tenía sus labios rosados entreabiertos, húmedos y al natural, le parecía una boca demasiado sensual sin maquillaje. Dirigió su vista a sus ojos avellana y esbozó una pequeña sonrisa llena de picardía—. Solo quiero que no te hagas amiga de mi hermana y espero que termines de hacer tus tontos desfiles y desaparezcas de mi vida lo más pronto posible —agregó volviendo a ser el chico malo, porque su cuerpo volvía a reaccionar a su cercanía y necesitaba poner distancia entre ellos. —¿Entonces querés jugar a la guerra? —interrogó ella con mirada desafiante y las mejillas ardiendo de furia. Ni siquiera la dejó disculparse. Javier apretó los dientes, provocando que su mandíbula masculina se profundice, y asintió con la cabeza. No iba a demostrar ni un ápice de arrepentimiento de sus palabras. —Bien —dijo Martina encogiéndose de hombros. Se dio vuelta para darle la espalda y sintió la dureza de aquel hombre en su parte trasera. Se mordió los labios y luego ocultó una sonrisa. Le declaró la guerra, pero parecía que quería hacer el amor. Quizás debería usar eso a su favor para hacerle la vida imposible, los que eran enemigos de Martina Rossi no la pasaban muy bien. Y Javier no iba a ser la excepción.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD