No sé por qué me sonrojo, pero lo hago. Tal vez sea el tono condescendiente —casi juguetón— de Azrael, o tal vez el eco persistente del sueño que me arrancó de la inconsciencia esta mañana con un sobresalto húmedo entre los muslos y su rostro grabado detrás de mis párpados cerrados. Me siento vulnerable. Y eso me molesta, me remueve y me expone. El sueño… ese maldito sueño. Y no solo el sueño. El hecho de despertar y encontrarme a mi invasor de sueños, despierto, inclinado sobre mí y observándome. Y lo peor fue su expresión. Una que me atravesó con una daga de calidez y me hizo sentir desnuda en mi deseo. ¡Como si él supiera! Como si él hubiera estado dentro del sueño, participando, mirándome mientras lo nombraba sin aliento y me aferraba a su cuello imaginario. ¡Qué humillación! Y, si