Unas horas después, el cielo se ilumina con una nueva ráfaga de fuegos artificiales que estallan sobre nosotros en una sinfonía de luz y color. Cierro los ojos un instante y dejo que el retumbar me atraviese el pecho, sintiendo cómo cada vibración me sacude por dentro, como si las emociones del día encontraran eco en ese espectáculo final. A mi lado, Azrael me rodea con un brazo por la cintura, firme, seguro, dueño de su papel como esposo reciente ante los ojos de todos. Me ancla a su costado como si fuera suya… como si lo fuera de verdad.
Su palma reposa cálida sobre mi cadera y siento sus dedos trazar círculos lentos, casi imperceptibles, sobre la tela. No me mira. Mira el cielo. Pero su cuerpo me dice que no me piensa soltar. Y yo no me quejo, no ahora. Pero necesito poner límites entr
