Me observo de nuevo en el espejo, como si pudiera encontrar en mi reflejo alguna señal que me indique que esto está bien. Pero no hay nada. Solo soy yo atrapada bajo una capa de cristales y encaje. Bajo una decisión que no ha sido mía. Bajo un apellido que pesa más que el plomo y una promesa que se siente como una cadena.
—Prisca, cielo, —la voz de mi madre interrumpe mis pensamientos con su tono de júbilo impostado—, ¿no te parece que el corte princesa te da un aire más dulce? Más inocente.
Reprimo una carcajada ante sus palabras.
La inocencia se me murió hace años, pienso, pero no se lo digo. Solo levanto una ceja con desdén mientras me acaricio el vientre con disimulo. No necesito dulzura, necesito fuerza, valor y coraje para caminar hacia ese altar sin que las piernas me fallen.
—N
