«Es él. Lo sé».
Tal vez mi cabeza esté confundida entre tanto detalle extraño, tanta confusión aparente, pero mi cuerpo lo reconoce, no entiende de trucos.
Cierro los ojos y me concentro en esas veces que lo he tenido detrás de mí portando yo un antifaz. Ahora le agradezco la exigencia, porque solo así, a través de mis otros sentidos, puedo asegurar lo que estoy pensando. Un temblor me recorre el cuerpo cuando comprendo mi posición en todo esto, pero es uno de rabia y cólera. Las veces anteriores que había valorado esta posibilidad, no había estado del todo segura, por lo que no le dediqué realmente un segundo pensamiento. Sin embargo, ahora, siento mi sangre hervir con la indignación.
El muy imbécil ha estado jugando conmigo como le ha dado la gana, llevándome a su terreno una y otra
