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EL GUARDAESPALDAS

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Blurb

Miranda es caprichosa, liberal y algo mimada.

Hija de un importante empresario, el cual es dueño de una de las compañías más grandes de estos tiempos.

Cuando su padre decide contratar a un guardaespaldas para que la cuide mientras está de vacaciones, la chica pegará el grito en el cielo, a pesar de tratarse del hombre más guapo y sexy que haya visto jamás.

Sin embargo, más son las peleas entre ellos, sobre todo porque el "guardián" piensa que es solamente un chiquilla tonta con tarjeta de crédito.

¿Podrá Miranda sobrevivir a estar con alguien tan insoportable como su guardaespaldas todo el verano? ¿O se dará cuenta de que no es tan insoportable y que en realidad le gusta su compañía mucho más de lo que debería?

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Primero
—¡Miranda, se nos está haciendo tarde! —escuché a mi padre gritar desde el piso de abajo. —¡Un momento, ya bajo! —revisé que en mi bolso estuviera todo lo que necesitaba. El portátil, el cuaderno y ese tipo de cosas. Bajé corriendo las escaleras hasta encontrar la mirada de un hombre de aproximadamente 1.80, su cabello era de color negro, tenía su tez tan blanca como la mía y sus ojos color negro, los cuales me miraban fijamente desde la mesa de la cocina. —No pensarás ir así a tu último día de clases, ¿no? —enarcó una ceja. —¿Así cómo? —miré mi atuendo. Era una franelilla pegada de color negro, unos jeans color azul y unos zapatos Vans de color verde agua. —Esa camisa está muy pegada y se ve mucho lo que tienes —se cruzó de brazos como si fuese una niña pequeña. Yo lo miré feo y seguí caminando tranquilamente hasta llegar a la cocina y colocar mi bolso encima de la mesa, para sacar un termo de agua que siempre llevaba a clases y además, una manzana la cual comencé a morder. —Tardas mucho, te pareces a tu madre —me miró medio mal y terminó de tomar su taza de café. —Por algo soy su hija, ¿no crees? —sabía que le había contestado de mala manera, pero siempre me decía eso cuando se me hacía tarde. — Además, yo no me tardo. Lo que sucede es que el mundo se adelanta. Mi padre rió por mi comentario y agarró las llaves del carro. Yo tomé mis cosas de la mesa de la cocina y me dirigí a caminar con él hasta la puerta principal de la casa. Ambos le dimos un beso a una foto de mi mamá y nos dispusimos a salir hasta el ascensor. Vivíamos en un Pent-house de un edificio alto, el cual tenía una hermosa vista hacia la ciudad. Mi padre, Hebert Harrison, es uno de los más importantes empresarios que hay en este momento a nivel mundial. Todos andan detrás de él, aunque siempre le tienen respeto a su privacidad desde que sucedió el accidente con mi madre. Ella murió en un accidente automovilístico cuando yo tenía 7 años. Los 3 estuvimos allí, por lo que mi padre y yo, al sobrevivir tuvimos que ir a muchas terapias y apoyarnos mutuamente en todo este tiempo, por esa razón, somos tan unidos. Él es mi mejor amigo. Me llamo Miranda Harrison, tengo 19 años y voy en el primer año de universidad en la carrera de Comunicación Social. Mi sueño siempre ha sido convertirme en la mejor y más conocida editora de películas y televisión… y ganarme un Oscar. —Este es mi último día de clases. —dije, ya estando dentro del carro con mi padre, quién se colocaba sus lentes Ray-Ban y se proponía encender el carro, para así llevarme hasta la universidad. —Así es. —dijo con desinterés. —¿A dónde iremos este verano? —dije con un poco más de obviedad y entusiasmo. Todos los años, después de que mi madre muriera, mi padre me llevaba a sus viajes alrededor del mundo, visitando todas las corporaciones que tenía en varios países para ver qué tal iba todo. Siempre le tomaba alrededor de 3 meses, que era lo que a mí me daban de vacaciones todos los veranos. —Acerca de eso, hija, no sé si este año podremos ir de viaje. —dijo mi padre con un poco de decepción. —¿Qué? ¿Por qué? —mi voz sonó un poco más triste de lo que quería, pues mi padre se volteó unos instantes a verme mientras se acercaba a mi universidad. —Han habido algunos problemas menores en varias instalaciones y debo ir, el problema es que no creo que tú puedas ir, princesa. —no quitaba la vista de la vía, pero de vez en cuando se volteaba a mirarme. —Pero papá, tú eres el jefe, ¡puedes hacer lo que te plazca! —aunque sonaba como la propia inmadura malcriada, tenía razón. Él es el dueño de todas esas empresas, ¿por qué no podía llevarme? Mi padre suspiró y se estacionó enfrente de mi universidad. Yo miré por la ventana y vi a todos mis compañeros de clase y a muchas otras personas que no tenía ni idea de quiénes eran. —No es tan fácil, Miranda. Hay una política que debo cumplir como jefe y esta vez, es mucho mayor la observación que debo hacerle a esas instalaciones por lo que tenerte allá será algo distractor para todos y para mí y además te aburrirás porque siempre estaré en reuniones y no podremos salir como siempre hacemos —mi padre posó una mano sobre la mía y me la estrechó con suavidad. —Lo siento mucho cariño, sé que estos viajes son importantes para ambos. Desvié mi mirada hacia la ventana y respiré profundo para aguantarme las lágrimas que querían salir de mis ojos en cualquier momento. Me acerqué rápido a mi padre, le di un beso en la mejilla y me despedí con un “te quiero”. Salí lo más rápido que pude del carro y cerré la puerta antes de escuchar lo que estaba diciéndome mi padre. Crucé la calle con cuidado y me dispuse a entrar en la Facultad. "No vale la pena entristecerse por esto, Miranda". Aunque bueno, sería el primer verano después de 12 años pasándola juntos, como Padre e hija. Este verano no iba a ser igual que los anteriores, sería aburrido y monótono. Estaría sola todos los días. Pero pensándolo mejor, podría hacer fiestas y podría invitar a mis amigos a que se queden, una clase de pijamada y ese tipo de cosas que nunca tuve la oportunidad de hacer. Sonreí y comencé a saludar a todas las personas que conocía. Una de las cosas que siempre me decía mi madre es que fuese amable con todos y así era. Pensarán que como soy hija de un empresario importante y que por ende tenía dinero y un gran Pent-house en uno de los más caros de los edificios de la ciudad, sería la persona más superficial existente en el planeta tierra. Pues no, más bien yo era todo lo contrario a lo que muestran el prototipo estadounidense que ponen en las series y películas. Me gustaba ser más humilde con las personas, ayudarlas en lo que me fuese posible, estar ahí para esas personas que siempre necesitaban a un amigo. Yo soy el tipo de persona que prefiere ver reír a otra persona, aunque yo tenga el corazón roto y me esté muriendo ahogada en mis sentimientos y emociones. —¡Hey, Miri! —escuché una voz femenina familiar detrás de mí. Volteé y vi a mi amiga Bárbara. Ella era bajita, aunque tenía un buen cuerpo. Sus ojos color miel y su cabello color marrón la hacían ver muy inocente, aunque sabía perfectamente que ella no era así. —¡Hola, Barbie! Hace muchísimo tiempo no te veía. —dije entusiasmada y abrazándola como si tuviese muchos años sin verla. —¿Qué rayos te pasa? Ayer nos vimos y te he dicho que no me llames así. —Aunque sabía perfectamente que a ella no le gustaba que la llamara así, lo hacía porque me recordaba a la muñeca. Además, no me gusta llamarla como la mayoría lo hacía. —Está bien, lo siento. No volveré a llamarte de esa manera —dejé de abrazarla y le di su espacio, teniendo una sonrisa pícara—. Barbie. —Vamos a clase, tonta —torció los ojos pero igual sonrió. Comenzamos a caminar hacia la clase. Sabía que aunque yo la molestara, la quería muchísimo, pues ella me apoyó como una hermana cuando mi madre murió y a mi parecer, le debía todo. Era mi mejor amiga y no la podría cambiar por nada. —¿Y Amy? —pregunté con curiosidad. —Debe estar con Iván —utilizó un acento ruso improvisado al decir el nombre del muchacho. Me reí, porque fue una pésima imitación. Amy es otra persona muy importante para mí; al igual que Isabella, ella me acompañó en mi momento más fuerte. No sabría dónde estaría en esos momentos sin el apoyo de ellas dos y aunque sólo Bárbara estudiase conmigo la misma carrera, Amy igual estaba con nosotras todo el tiempo. —Iván… si te soy sincera, es el mejor que nos ha presentado hasta ahora. —Tienes razón, es el más normal. —reímos por su comentario y seguimos hasta llegar a la clase. Toda la mañana transcurrió como de costumbre. Las clases eran aburridas porque tenía mucho sueño y la noche anterior no había dormido por estar perdiendo mi valioso tiempo en páginas webs que te consumen la vida. Si bien mi cerebro no funcionaba como debía en las mañanas, en la tarde estaba bien activa y despierta por lo que podía intervenir y agilizar la clase. Me encantaba mi carrera, por eso era una de las mejores en rendimiento. Ya, llegada la hora del almuerzo, Barbie y yo salimos a comprar algo de almorzar en la cafetería de la Universidad y después nos fuimos en busca de Amy. No tardamos mucho, pues en el campus la vimos con un muchacho bastante guapo, el cabello marrón claro y los ojos azules, alto y delgado, no tenía muchos músculos pero sí era de buen ver. Nos sentamos enfrente de ellos y los saludamos cortésmente. —¡Amigas mías! ¿Dónde se habían metido? Teníamos rato esperándolas. —Amy sonrió y le tomó la mano a su novio, Iván, quien se limpiaba la boca con su otra mano muy disimuladamente. —Bueno, veo que no se aburrían mientras esperaban. —sonreí inocentemente y saqué mi almuerzo de una bolsa. Bárbara me miró con los ojos como platos por unos instantes y también sacó su almuerzo. —Me iré a casa, preciosa. Te dejo con tus amigas. —dijo Iván, quien le plantó un gran beso en la cabeza a mi amiga y se fue, antes dándome una fulminante mirada. Yo sonreí con suspicacia y continué con mi monótona acción de buscar los cubiertos para comer. Cuando ya se había ido, miré a mi amiga Amy. Ella era casi tan alta como yo, tenía los ojos grises y su cabello era marrón ondulado. Tenía la piel bronceada como si fuese surfista. Al igual que mi mejor amiga Bárbara, ella también tenía un gran cuerpo. Creo que tengo que comenzar a ir más al GYM. —Bueno, ¿y qué tal? ¿Cómo están mis mejores amigas? —dijo Amy con una sonrisa y sacando su almuerzo de su bolso. Noté que las dos habían traído algo nutritivo y saludable como una ensalada y un pollo a la plancha. ¿Yo? Una hamburguesa y papas fritas. Definitivamente, en mi anterior vida fui una obesa que le gustaba comer y comer y comer. —¡¿Por qué traen cosas tan saludables y no me detienen de comer algo tan comida chatarra como esto?! —dije algo alterada, cambiando drásticamente de tema. Mis amigas se me quedaron mirando atónitas por mi cambio de humor. —Está bien… No comas eso y come de mi ensalada hay suficiente para ambas. —ofreció Amy. —Mi mamá me mandó dos pechugas, ¿quieres una? —dijo Barbie también. —Qué tiernas son las dos. Me ofrecen sus almuerzos… No, comeré el mío. —les saqué la lengua y agarré mi hamburguesa y le di un gran mordisco. Mis amigas me miraron feo y me quitaron las papas y se las repartieron entre ellas. Yo no pude protestar porque tenía la boca llena, pero sí las miré muy feo, pues las papas siempre eran lo mejor de comer hamburguesas. —No te quejes, te ofrecimos comida saludable y no la aceptaste. Ahora te castigamos con no comer papas —Bárbara rió maleficamente y se metió 3 papas en la boca. Yo sentía que lloraba por dentro por no poder tener mis papas. —Bueno, amigas ¿qué harán este verano? ¡YA OFICIALMENTE ESTAMOS DE VACACIONES! —me tapé los oídos ante el gran grito que había dado Amy. Muchas personas alrededor de nosotros hicieron ruido por estar de acuerdo con ella. Ella le sonrió a los que la apoyaron y siguió comiendo. —Yo me quedaré en casa, mis padres no tienen planes para que salgamos a algún lugar y en tal caso de que lo hagamos, será en Septiembre —comentó Bárbara, comiendo tranquilamente su pechuga de pollo. —Yo iré con mi familia a la playa por dos semanas. Hablaré con ellos para ver si más adelante podemos ir nosotras juntas y hacemos una fiesta. ¿Qué les parece? —sonaba muy emocionada con la idea. Yo también estaba emocionada, por fin haría lo que no había podido hacer todos estos años, aunque sí sentía que iba a extrañar muchísimo a mi padre. —No, espera. Miri no podrá, recuerda que ella siempre se va con su padre de vacaciones —dijo Bárbara tranquilamente y Amy hizo un puchero, porque su plan se había arruinado sin planearlo siquiera. Yo tragué el mordisco que le había dado a la hamburguesa, la cual ya iba por la mitad. —No, esta vez no. Mi padre tendrá que viajar solo y yo me quedo en el apartamento estos 3 meses —hice una pausa y mis amigas me miraron con un brillo en sus ojos—, así que Amy, anótame en esa fiesta. Mis amigas emocionadas me abrazaron y empezaron a gritar, dejándome sorda por ambos oídos. Aunque no iba a poder seguir con la tradición de ir con mi padre a su viaje anual de negocios alrededor del mundo, iba a pasar mis vacaciones como universitaria con mis dos mejores amigas, íbamos a salir de compras, podríamos ir a fiestas, este verano iba a ser inolvidable. ** Ya eran alrededor de las 2pm y ya estaba en camino a mi casa. Tenía los audífonos puestos con la música de mi iPod a casi todo volumen. No escuchaba ni siquiera mis pensamientos. Estaba de buen humor. Cuando llegué a mi casa, noté que no había seguro por lo que supuse que mi padre había llegado mucho más temprano de lo que alguna vez lo hizo. Me quité los audífonos y cerré la puerta. Saludé al cuadro de mi madre con un beso y dejé mi mochila en la entrada. Escuché dos voces masculinas en la cocina conversando entusiasmadamente. Una la reconocía, era la de mi padre, la otra se escuchaba mucho más joven que mi padre, pero igual era bastante gruesa. Entré hasta la cocina y me encontré con mi padre hablando con alguien, quien en ese momento me daba la espalda. —Oh, Miranda. Qué bueno que llegas, quiero presentarte a alguien. —mi padre al igual que el desconocido se levantaron. Mi padre se acercó a mí, pasó su brazo por detrás de mi espalda y me hizo dar un paso hacia adelante para presentarme al extraño. Continuó hablando—. Él es Leonardo y será tu guardaespaldas todo este verano. Leonardo me extendió su mano y me sonrió seductoramente. Yo lo miré insegura y lo detallé mejor, tenía el cabello negro, sus ojos eran azulados grisáceos y era bastante alto, un poco más que mi padre. No podía mentir, era hermoso. Después de unos segundos sin decir ni hacer nada, recordé las palabras de mi padre. —Espera, espera. ¿Guardaespaldas, dijiste? —miré confundida a mi padre. —Sí, lo contraté para que te cuide estos 3 meses que estaré fuera del país —mi padre hablaba como si fuese la mejor idea que se le había ocurrido. ¿Acaso hablaba en serio? ¿Andaba fallo de un tornillo o qué? —¿Estás hablando en serio? Yo no necesito un niñero que me cuide estos 3 meses. Tengo 19, no 13 años, papá. —Me crucé de brazos y miré con enojo a Leonardo—, no necesito un niñero que esté conmigo todo este tiempo, sé cuidarme sola. —Espera, espera yo no soy ningún niñero —comenzó a hablar Leonardo, haciendo un movimiento con las manos, pero mi padre lo interrumpió. —¿Como lo hiciste en la fiesta de tu amiga Bárbara? No lo creo, Miranda –mi padre sonaba muy serio. Salió de la cocina hacia su oficina. Se detuvo en la puerta y esperó a que yo entrara—, danos unos minutos, Leonardo —mi padre cerró la puerta detrás de sí y me miró. —No pienso tener un niñero cada vez que salga de la casa. No estoy dispuesta a eso. —hablé un poco más calmada, pero seguía con los brazos cruzados. —Ya la decisión está tomada, hija. Lo contraté porque no quiero correr el riesgo de que te pase algo. Miranda, entiende no quiero perderte, eres lo único que me queda —mi padre hizo una pausa y se acercó a mí, agarrándome suavemente de los brazos. Tenía una mirada triste—. Dale una oportunidad, es un gran chico. Él está entrenado para este tipo de trabajos, leí su expediente. Respiré profundo y desvié la mirada hacia la hermosa vista que tenía de la ciudad. Reflexioné sobre el asunto. Mi padre tenía razón, debía darle una oportunidad, tampoco es que se iba a quedar a vivir en la casa los 3 meses de su ausencia o algo parecido. Sonreí y miré a mi padre. —Está bien, le daré una oportunidad. Pero, ¿por qué no me preguntaste primero? —Lo intenté, pero me cerraste la puerta del auto en la cara mientras te decía —me miró con desaprobación por aquella acción. Bajé la cabeza con algo de vergüenza. "Tonta. Miranda. Tonta. ¿Por qué no le prestaste atención?" —Lo siento mucho. —Está bien, Miri —me abrazó cariñosamente y me dio un beso en la frente—, ahora sal y sé educada con Leonardo. —De acuerdo. —dije sin mucho entusiasmo y salí de la oficina de mi padre. ¿Por qué debía tener un nombre tan feo? Fui hasta la sala donde se debía encontrar el niñero, pero no estaba. Miré extraña en los alrededores y comencé a buscarlo, yendo primero a la cocina. Como no estaba ahí, caminé hasta el baño que estaba debajo de las escaleras, toqué la puerta y pregunté si estaba ahí. Nadie contestaba. De pronto, escuché ruido en el piso de arriba. Subí las escaleras y vi que mi habitación estaba abierta. Entré y encontré al tal Leonardo registrando mis cosas. —Oye, ¿qué crees que haces? —dije molesta. —¿Qué crees que hago? —se volteó, me miró unos instantes y luego siguió mirando unas fotos que tenía sobre una repisa. Me acerqué y me interpuse entre mis fotos y él. —¿Por qué ves cosas ajenas? —lo miré furiosa, cruzándome de brazos. —Sólo estaba viendo la casa. Tu padre dijo que podía. —No, mi padre no dijo eso, mi padre dijo que nos disculparas unos minutos. —¿No es lo mismo? —se paró enfrente del escritorio donde tenía mis libros de la carrera y estaba mi computadora. Tomó uno de mis libros y lo ojeó. —¡Por supuesto que no es lo mismo! —suspiré y le intenté quitar el libro, pero él fue más rápido y lo levantó para que no pudiese alcanzarlo. Estaba jugando con mi paciencia. —Con que estudias comunicación social. —hablaba con desinterés, mientras hacía una mueca. —Sí, ¿qué tiene? —Logré quitarle el libro y volver a ponerlo en su lugar. —Nada, es sólo que esa carrera es para personas flojas que no les gusta estudiar. —respiré profundo para no pegarle. Ya es suficiente, quiere jugar con fuego, juguemos con fuego. —¿Ah, sí? Me lo dice alguien que será niñero de una chica de 19 años. —lo miré retadoramente. Él se volteó y me miró feo. No estábamos tan lejos por lo que pudimos tener una batalla de miradas. —Qué tristeza que tengas 19 años y necesites uno, ¿no crees? —me sonrió con superioridad y yo lo único que hice fue mirarlo con mucha rabia. No podía ser que apenas habláramos 10 minutos y ya me parecía el ser más arrogante del mundo. Intentaba pensar en mi madre y en su regla de ser amable con todos, pero él era tan arrogante que me era imposible. "Lo siento mamá, lo intento, en serio". Nuestras miradas seguían sacando chispas. Al cabo de unos pocos segundos escuché la voz de mi padre llamándonos. Dejé de mirarlo y me asomé por el barandal que había en el pasillo, logrando ver todo el piso de abajo. —¿Me llamabas, padre? —dije dulcemente. —¿Dónde andabas? Ven, baja. Ya casi me voy y quiero darte un último abrazo. Sin responderle, bajé las escaleras y me balanceé hacia él. Sentí que alguien bajaba también las escaleras por lo que supuse que era Leonardo. Las maletas de mi padre ya estaban cerca de la puerta y el chofer que tenía de la empresa, estaba esperándolo ahí mismo en la sala. Mi padre tenía su traje para viajar y tenía una chaqueta de más que siempre le decía que se llevara por si acaso hacía frío en el avión o en el país a dónde íbamos a ir. —Cuídate mucho, Miri. Te dejo dinero para que compres lo que necesites, ¿está bien? Nada de cosas raras en la casa y recuerda cerrarla muy bien cuando vayan a salir. –miró esta vez a Leonardo. Me pareció raro, pues la que vivía en la casa era yo, no él—, te llamaré cuando llegue al hotel, ¿de acuerdo? —Sí, siempre que puedas llámame, ¿está bien? Aunque rompamos esta tradición, trae chocolates de los países que visites, por favor —lo miré con un puchero y él me sonrió asintiendo varias veces. Me besó la frente y se separó de mí, agarrando su maletín de trabajo y acercándose a la puerta. Miró fijamente a Leonardo. —Cuídala, ¿sí? —Por supuesto, señor. Me miró una vez más y luego se dio la vuelta, se despidió de mi madre y luego se fue junto con el chofer. No dije nada ni me moví hasta que dejé de escuchar la voz de mi padre y la del chofer. Cuando dejé de escucharlos, me volteé hacia Leonardo, quien estaba sentado en el sofá con los pies sobre la mesita de la sala, bastante confianzudo y cómodo. Me molestó mirarlo de esa manera en mi casa. Este idiota, ¿quién diablos se cree? —¿Qué diablos haces? ¡Quita tus patotas de mi mesa! —tomé sus pies y los quité de la mesa. Estaba realmente furiosa con él. —¿Quién lo dice? —dijo, retándome. Respiré profundo y comencé a hacerme masajes en las sienes con los dedos índice y medio de ambas manos. —La dueña de la casa, ¿quién más? —dije lo más tranquila que mi voz pudo sonar. —¿La dueña de la casa? ¿Segura? —comenzó a reírse como si hubiese dicho un chiste. Ya está, no puedo más. —¡Eres extremadamente insoportable! —dije alterada y furiosa. —¿Porque imagino que tú eres un amor, no? —dijo sarcásticamente, sonriendo con superioridad—. Qué mal por ti que yo me quede a vivir todo el verano. —¿Qué? —mi voz se quebró al escuchar lo que espero haya sido sólo una broma pesada de mi imaginación. —¿Tu padre no te dijo? Seré tu “niñero” las 24 horas de los 7 días de la semana de los próximos 3 meses —sonrió inocente como si se tratase de sin mucha importancia. —No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no… ¡NO! —comencé a dar círculos por toda la sala, intentando asimilar la noticia de que ahora tendría que vivir con un arrogante insoportable que sería mi “niñero” por todo mi verano. —Impresionante, ¿12 ‘no’ para poder asimilarlo? —se rió por mi reacción y colocó sus pies sobre la mesa de manera lenta para sacarme más de quicio. Mi primer verano sin viajar, en el que tenía ya todo planeado con mis amigas, podría pasarlo con mis amigas sin tener que pensar en mi padre y podría ir de fiestas cuantas veces quisiera, todo arruinado por un tonto que mi padre había contratado para “cuidarme”, pero ¿cuidarme de qué? No estábamos en mitad de una guerra ni nada por el estilo, la ciudad no era una con un alto índice de inseguridad ni nada por el estilo. ¿Por qué me haces esto papá? Algo era seguro, él se iba a quedar. Si era tan experimentado como mi padre decía, no se iría tan fácilmente, así que tendría que lidiar con él. Suspiré y me senté en el otro extremo del sofá, lo más posible alejada de él. No dejaría que alguien como Leonardo me arruinara mis vacaciones.

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