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Las mentiras del CEO

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Blurb

"Los hombres sólo piensan con la cabeza de abajo", dijo Kaia de mal talante.

Un poderoso CEO se cruzará en el camino de una madre soltera, "un hueso duro de roer", como él mismo la llama.

Ella tiene miedo a tener una relación amorosa desde que fue abandonada por su novio. Desde aquel entonces, siempre que un hombre se le acerca a ella, lo espanta siendo arisca.

Pero ese hombre con ojos verde agua y de piel canela, será su perdición. 

Sus mundos son diferentes y  las mentiras, los secretos; acompañados a un romance lleno de pasión, los llevará al abismo. 

¿Podrá quedarse con él luego de enterarse del secreto que guarda ese castaño con rostro de piedra?

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El despertador sonó y maldije por lo bajo, sintiendo de alguna manera, que hoy sería un pésimo día. Todos los días me levantaba temprano para poder preparar a mi hijo y que este pudiese ir al colegio. Como cada mañana, miraba la foto del hombre que tenía en la mesita de noche. Lo echaba de menos y no entendía por qué él se había marchado. Tomé el marco que tenía la foto y me quedé mirando al hombre que salía. Ya habían pasado tres años desde que él se marchó y no podía evitar preguntarme el motivo de su marcha. Dejé el marco de nuevo en su sitio y me levanté de la cama. Tomé la liga que había en la mesita de noche y me recogí el cabello, mientras me dirigía hacia el baño. Tras lavarme la cara y ponerme los pantalones cortos del pijama, salí de la habitación. A dos puertas de la mía, estaba la de Adriel, con pegatinas de dinosaurios. Entré en esa puerta y me quedé mirando al niño que dormía sobre sábanas de dinosaurios. Sonreí dulcemente y me acerqué a la ventana que estaba enfrente de la cama del niño. La subí y me giré para ver la reacción de mi pequeño. Él apretó los párpados, se echó el brazo por encima de los ojos y remoloneó. “Todas las mañanas lo mismo”, pensé con ternura, mientras me acercaba a la cama. Me sentó en el filo y le dije: — Vamos, Adriel, vas a llegar tarde al colegio. — No quiero — dijo mi pequeño, medio dormido. — Mamá tiene que irse a trabajar y no puedes quedarte solo en casa. — La tita Jackie se queda conmigo — se quitó el brazo de sus ojos. — La tita Jackie también tiene que trabajar — le acaricié la barriga. — Vamos, dormilón. El papá de Darío va a venir a por ti y debes estar listo para cuando venga. No podemos hacerle esperar. Mi niño abrió los ojos perezosamente. — Mami, ¿me prometes que luego vamos a ir al parque? — Claro, pero primero tienes que hacer lo que mami diga — le di suavemente en la nariz. — Oye, mami. ¿Cuándo va a venir papi? — me preguntó, haciendo que le mirase sorprendida. “Eso es lo que me gustaría saber a mí” pensé. — ¿Es que papi no nos quiere y por eso se ha marchado? — ¿De dónde sacas que no nos quiere? Claro que nos quiere y mucho. Lo único que su trabajo… lo tiene muy ocupado. — ¡Pero aún así, mami! Todos los papás de mis amigos están siempre con ellos, a pesar de que ellos también trabajan — puso cara de pucheros. — Adri, cariño. Papá… no tiene su trabajo aquí, lo tiene… en otro sitio. Estoy segura que pronto volverá y que nunca se marchará de nuestro lado — mentí. Aunque eso es lo que yo quería creer. — Mami, ¿me darás una foto de papá? Es que pronto es el día del padre, pero… — Claro, te daré una foto pero ahora, a vestirse que hay que ir al colegio — le dije con una sonrisa. Lo ayudé a ponerse el uniforme del colegio y bajamos a planta baja, donde nos dirigimos a la barra que había en medio de la cocina y separaba el salón y la cocina. Senté a mi hijo en uno de los taburetes y me acerqué a la nevera, donde tomé la leche y la mantequilla. Mientras preparaba el desayuno de mi hijo, se giraba de vez en cuando para ver que no se había movido. El pequeño estaba jugando con un coche pequeño de carreras en color rojo. No podía negar que echaba de menos al padre de Adriel, pero intentaba hacer todo lo que podía para que a mi hijo no le faltara de nada y gracias a mis amigas, la carga de criar a un hijo sola no era tan pesada, ya que me ayudaban. Tras dejar a mi hijo con Darío, el padre del mejor amigo de Adriel, conduje hacia las afueras de la ciudad, rezando que no hubiera demasiado tráfico. De camino hacia el trabajo, pensaba en aquel hombre que me dejó tres años antes. Me gustaría que él volviera para que explicara por qué se había marchado y no había dado señales de vida en todos esos años. Suspiré. Debía quitarme eso de la cabeza si quería rehacer mi vida, pero no podía hacerlo. Todavía seguía enamorada del padre de mi hijo. Estacioné el auto en mi lugar del estacionamiento que había delante de un edificio enorme. Antes de entrar, respiré hondo, abrí la puerta de cristal y pasé dentro del edificio. — ¡Oh, Kaia! — me llamó la recepcionista y luego me hizo un gesto con la mano para que me acercara. — Escucha, escucha. ¡Tengo un chisme nuevo! — ¿Qué es ese chisme nuevo que tienes, Deva? — dejé el bolso encima de la recepción y empecé a mirar las cartas. — He escuchado del Director de Recursos Humanos que pronto, el dueño de esta empresa vendrá a Seattle por un tiempo y que, encima, ¡es joven! — ¿Y qué? Seguro que tiene novia y se cree el mandamás por ser el dueño de algo. Odio a ese tipo de personas — tomé tres cartas y luego se las enseñé a Deva. — Me las llevo. — ¡Kaia, por favor! — me llamó, mientras que me dirigía hacia el ascensor. — ¿Por qué lo juzgas sin conocerlo? — Por lo mismo que tú lo admiras o esperas que sea guapo y joven — me giré hacia la mujer de la recepción. — Seguramente es mayor y feo — volví hacia el ascensor y apreté el botón. — ¡Lo que deberías hacer es buscarte un novio! Estás muy arisca con los hombres desde hace tres años — me dijo Deva, mientras que un hombre vestido de un traje se ponía a mi lado. — Todos los hombres son iguales — hablé sin mirar a mi amiga. — Sólo quieren lo que quieren. — Gracias por la parte que me toca, señorita — habló el hombre de pronto, asustándome. Me puse la mano en el pecho, debido a la impresión, pero no le contesté. Torcí la boca y giré la cabeza hacia el lado opuesto al cual se encontraba el hombre. Suspiré, antes de que las puertas del ascensor se abrieran. Sin más demora, entré en el elevador, mientras comenzaba a sonar la melodía de mi teléfono celular. Empecé a buscarlo, con cuidado de que no se me cayeran las cartas al suelo pero eso no ocurrió así. El hombre, cuando las vio, se agachó y las cogió. Al encontrar el teléfono, tomé la llamada echándome el cabello hacia el lado derecho, para ponérmelo en la oreja, y dije, mientras agarraba las cartas de la mano del hombre: — Dime, Jackie. — Esta noche te toca a ti hacer la cena. Que no se te olvide que Carolina quiere… — Lo sé, pizza de Pizza Hut, pero eso lo pueden pedir mientras que yo sigo en el trabajo y cuando llegue, se las pago. — ¿Hoy tienes que quedarte hasta tarde? — Sí… Ah, Jackie. ¿Puedes llevar a Adriel al parque luego por la tarde? Es que hasta que no he visto lo que le toca a mi jefe hoy, no me he dado cuenta que va a ser un día largo… — le rogué. — Claro, no me importa. Hoy acabo justo para la hora de comer, cuando tengo que ir a recogerlo al colegio. — No, hoy se va a casa de Darío a comer. Tienes que recogerlo a las cinco — pulsé el botón que me llevaría al piso treinta y volví a mirar las puertas de acero, mientras se cerraban. — Tú por eso no te preocupes. Carolina y yo nos encargamos — dijo mi amiga con una pequeña risa. — Como todos los días… — quizás se notó que lo dije algo apurada. — Tú no tienes la culpa de que Oscar sea un cabrón y te haya dejado sola con Adri. Bueno… aunque no sea su padre biológico, debería haberse comportado como un hombre y no abandonarte como lo ha hecho… — Jackie… ahora no, por favor. No es el momento adecuado… Además de que me pillas en mi trabajo — dije con un dejo de tristeza. — Y además de que me prometiste que no volveríamos a hablar de ello. — Está bien, está bien. Ya no sacaré más el tema, pero como sigas esperando a que vuelva, es porque eres muy tonta — me dijo con voz seria. — Lo soy, pero eso ya lo sabes, ¿no? No es algo nuevo — me eché el cabello hacia atrás de la oreja izquierda. — Recoge a Adriel, por favor. Yo iré cuando termine ¡y déjenme pizza! —Sí, sí. Que te sea leve el día — me deseó mi amiga con voz más alegre. Colgué el teléfono sintiéndome triste. Sabía que mis amigas sólo querían verme feliz de nuevo, pero me negaba a olvidar a Oscar. Él me había ayudado mucho cuando… Suspiré. Mi piel se erizaba al recordar lo que me ocurrió cinco años atrás, cuando quedé embarazada de mi hijo. En ese momento, me percaté de la presencia del hombre que me había encontrado en la recepción de la compañía para la que trabajaba. Negué con la cabeza mirando hacia otro lado y me puse a mirar los whatsapp que le llegaban de mis amigas, a las que hacía mucho tiempo que no veía. Desde que me mudé a Seattle con Oscar debido al embarazo, no había vuelto a mi pueblo. No podía ver a mis padres después de aquello, pero desde que él se había marchado, tenía pensado volver para ver a mi familia y así, que ellos conocieran al pequeño Adriel. Me sentía algo incómoda al tener a ese hombre que ocultaba su vista bajo unas gafas de sol, con las manos cogidas por delante de su cuerpo y mostrando una media sonrisa, que hacía ver que tenía seguridad en sí mismo. Me puse bien las mangas de la chaqueta gris que llevaba puesta encima de mi camiseta negra y me subí las mangas, dejando ver un tatuaje en forma de mariposa en mi muñeca derecha. El hombre del traje miró hacia las puertas nuevamente y comentó: — Bonito tatuaje. — Gracias — le dije, mirándolo de reojo. — ¿Cuándo se lo hizo? — Cuando tenía diecinueve años. Estaba en primer año de la universidad y quedaba unos pocos meses, creo que dos, cuando me lo hice… Ahora está descolorido pero cuando tenga algo de tiempo, iré a que me lo repasen, para que sea mejor — respondí, mientras me observaba el dibujo en la piel. — Seguro que cuando se lo hizo, pensaba en alguien especial — el hombre movió un poco los hombros. — No. En esa época no pensaba en nadie… — casi murmuré. Él me miró de reojo, ya que seguramente había notado un deje de tristeza en esa última frase y se sorprendió al ver la mirada de tristeza que mostraba en ese momento. Sin esperarlo ni comerlo, el ascensor se paró en el piso quince. Comencé a darle al botón de la planta treinta para que continuara su trayecto hasta su destino, pero no ocurrió eso. Seguía parado. "No puede ser", pensé, presa de pánico.

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