Fue en un mes lluvioso, lo recuerdo ahora muy claramente, mi madre lloraba mientras los elementales del cielo la rodeaban y mi padre sujetó mi mano para llevarme a una hermosa habitación con cortinas cubiertas de estrellas y colores que iban entre el blanco y el gris, había una maceta con flores, una pequeña alfombra para dormir, almohadas y en el piso un gran espejo redondo. – ¿Te gusta? – preguntó mi padre. Y yo respondió emocionada – mucho. Fue entonces que colocó los brazaletes sobre mi cuello, muñecas y tobillos, se sintieron pesados y las delgadas cadenas quedaron colgando, no estaban atadas a la pared o a una marca en el piso, solo estaban ahí, como un símbolo con la longitud de un metro, de lo minúsculo que se había vuelto mi mundo. – Tu nombre será, ¡Luna! Mi madre me dijo un