CAPÍTULO 1.
Nueve años antes.
Siento la música vibrar por mi cuerpo mientras me muevo al ritmo de la melodía. Junto a mí, Karen, se mueve conmigo y sonreímos. Sé que no debería estar aquí, pero necesitaba despejar mi mente después de la semana de mierda que tuve. Así que aquí estoy, en medio de la pista intento olvidar mis males.
El Empire. Es el club de moda y más lujoso actualmente en Nueva Orleans. Y no estamos aquí porque formemos parte de ese público selecto. No. Entramos gracias a que Karen, mi amiga, se acuesta con el guardia de la entrada.
Mi noche normal sería atendiendo mesas en el vudú. Un café que está abierto las veinticuatro horas. Si no tuviera turno en la noche, estaría en casa de mi novio, pero ese es el dilema. Escapo de él.
Andrew es mi novio desde hace seis años. Lo conocí cuando apenas tenía catorce años. Era amable y cariñoso. Todo lo que no conocía. Después de vivir con una madre que prefiere a sus amantes y un padre ausente, tener a Andrew era un soplo de aire fresco. Él me veía y me daba la atención que sentía, yo necesitaba y merecía. Es por eso que después de dos años de estar juntos me fui a vivir con él. Sin embargo, la luna de miel solo duró el primer año porque Andrew se volvió controlador, consumía y estaba involucrado en una banda delictiva que dirigía el sanguinario. Así le apodan al hombre que dirige a algunos jóvenes en las calles.
Andrew es cruel y no se toca el corazón cuando de darme una "lección" se trata. Nuestra última pelea ha sido hace un par de días y aún llevo las marcas que lo demuestran. Tengo un hematoma en el lado derecho de mis costillas, y un ojo amoratado que cubrí con maquillaje. La oscuridad del club me ayudaba también.
—¡Amo este lugar! — Karen grita, balanceando sus caderas al compás de la música que el DJ marca y su vestido n***o de strapless se sube un poco más. Ella es de mediana estatura, delgada, cabello rubio y grandes ojos violeta. Karen es vibrante y la adoro, por eso, somos amigas desde niñas.
Yo soy más alta que ella. Mis ojos y mi cabello son de color n***o, el último es liso y llega a la altura de mi barbilla. Me encanta llevarlo largo, pero a Andrew le molestaba y también era usado en mi contra cuando me sujetaba de este para doblegarme. Así que, para evitar problemas o golpes, lo corto.
Sí, había salido de un hogar abusivo para entrar en otro.
Pero hoy no quiero pensar en él y en qué hace dos días me fui del lugar que ambos compartimos. Hoy es mi cumpleaños. Cumplo veinte años. Si bien puedo entrar, no tengo permiso para consumir alcohol, pero una identificación falsa es mi boleto para cambiar eso.
—¡Vamos allí! —Karen me señala la parte más exclusiva del sitio donde hay reservados y tubos al estilo de pole dance. Con ganas de olvidar mi vida de mierda subo junto a ella. Las mujeres nos miran con superioridad, pero las ignoramos.
—Se creen mejores que nosotras y no son más que putas de compañía —digo a mi amiga que asiente.
Ignorando a todos, nos movemos y comenzamos a jugar con el tubo de pole dance. Bailamos con sensualidad y reímos algo achispadas. Siempre me ha gustado bailar y se me da muy bien. Al fondo veo a un grupo de hombres que observan el espectáculo, a su alrededor hay varios hombres más. Son guardaespaldas, lo que quiere decir que hay gente poderosa en el club, pero no me interesa. Sin embargo, puedo hacer un gran espectáculo.
Con sensualidad me contoneo y muevo las caderas. El vestido blanco que Karen me prestó me queda mucho más corto que a ella y se me sube más de lo debido. Las sandalias de tiras son mías y son unas de mis favoritas.
Mi cabello se pega a mi cuello y, después del espectáculo, bajo dejando a Karen un momento. Voy por un trago. Me abro camino entre los cuerpos para llegar a la barra.
—Dos shot —pido. El barman, un chico rubio y músculo, me regala una sonrisa.
—¿Tequila o whisky, preciosa?
—¡Da! Tequila —respondo, dejando el billete en la barra
Con rapidez me sirve los dos shot y toma el dinero. El primer shot me lo tomo y lo dejo en la barra, agarro el segundo que también lo bebo.
—¿Bueno? —pregunta el hombre riendo
—Cómo tu bombón— me mofó—. ¡Buenísimo!
Me doy la vuelta y miro alrededor en busca de Karen, pero no la veo. Hago mi camino hasta el baño, pero las personas se amontonan y se me hace difícil llegar a mi destino.
Cuando estoy cerca de los baños tropiezo.
—Lo siento—, balbuceo algo ebria cuando unos brazos fuertes me evitan caer de culo al piso.
—No hay problema—. La voz baja y sensual me envuelve. Miro los ojos azules que me estudian antes de soltarme de su agarre y seguir con mi camino.
¿Lo conozco? Niego porque jamás he coincidido con alguien tan… Envolvente. Estás borracha, Aurelia.
—Gracias por no dejarme caer—digo mientras camino.
Sin embargo, siento su mirada en todo momento. Cuando llego al baño, respiro de alivio al ver qué la cola es corta. Entro y, después de aliviarme, me lavo las manos y refresco un poco. Me cercioro de que el golpe en mi rostro no se vea y todo esté en orden. Entonces, salgo del baño, dispuesta a buscar a Karen. Camino por el pasillo y una mano me toma del brazo de mala manera
—¡¿Qué mierda?! —Grito cuando mi espalda chica contra la pared de ladrillos y el aire escapa de mis pulmones.
—Nena. Te estaba buscando.
Andrew.
—Déjame, idiota—golpeó su brazo que me sostiene con fuerza. Su mano libre me aprieta el costado donde tengo los hematomas, dejándome sin aliento
—Te dije que nunca me dejarías.
—Andrew— digo sin aliento y me odio por las lágrimas que siento que quieren salir.
—Tenemos mucho que tratar tú y yo —me aleja de la pared y me arrastra por el lugar hasta la puerta de emergencia mientras yo peleo con su agarre.
Afuera del callejón del club, la brisa fría de la noche me enchina la piel. Le clavo las uñas en el brazo y me suelta de malos modos
—Eres una perra, Aurelia— gruñe y embiste contra mí. Mi cabeza golpea con la pared exterior del club —¡Te voy a matar! ¡Nadie me deja! Menos una perra insignificante como tú —su mano rodea mi garganta y presiona con una advertencia.
—¡Vete a la mierda! —Grito cansada de la vida que llevo con él.
—La que se va a la mierda vas a ser tú —su aliento barre mi rostro y sus ojos marrones están rojos y desorbitados.
Está drogado.
Su mano ejerce presión dejándome sin aire. Peleo contra su agarre, pero él me gana en fuerza. Cuando siento que las fuerzas me dejan, Andrew me libera y boqueo en busca de oxígeno. Las piernas me fallan; sin embargo, no toco el pavimento.
—Respira —Esa voz. Es el hombre con el que tropecé en el club antes de ir al baño, me sostiene. —¿Estás bien? —Asiento mientras busco recuperar la compostura.
—¿Qué hacemos con él? —pregunta otra voz.
Es cuando me doy cuenta de que no estamos solos y que Andrew está retenido en el suelo con un hombre sobre él. Pero no es el que lo sostiene, el que pregunta. Este está de pie a centímetros de Andrew y lo mira esperando órdenes con un arma en su mano.
—¡No sabes con quién te metes, cabrón! —gruñe desde el suelo, Andrew—. Soy uno de los hombres del sanguinario y te va a disecar.
El miedo hace mella en mí porque es cierto. Sin embargo, me sorprende cuando, en vez de recular, el hombre que antes hablo ríe.
—El sanguinario me la pela, imbécil —habla sin temor alguno.
—Te van a matar, idiota —insiste, Andrew desde su posición. —Esa puta de allí me pertenece.
Me estremezco ante el tono.
—¿Qué hacemos con él, Yizmal?
Yizmal.
No puede ser él.
— ¿Se lo mandamos a la madre en una bolsa, cortado en trozos? ¿O se lo damos de comer a los caimanes del pantano?
El hombre habla, pero en realidad no le estoy prestando atención porque aún estoy asimilando quién es el hombre que me sostiene. No puede ser Yizmal. Los Yizmal dirigen todo el comercio ilegal en Nueva Orleans desde hace décadas. De hecho, todos en NOLA responden a los Yizmal
—¡Espera! —grita ahora muerto de miedo Andrew—. Lo siento. No quise hacerle daño. Señor Yizmal—su voz es más como un chillido.
Es patético.
—Tu destino lo va a decidir ella.
La voz de Yizmal es dura. Entonces me atrevo a mirarlo, asustada.
—¿Yo? —susurró.
Sus ojos reflejan una frialdad aterradora. El hombre es alto y bien construido.
—Tú —asiente con gesto serio. Lentamente, se aleja de mí.
El motor de un auto irrumpe el callejón y un Mercedes se detiene. Rápidamente, uno de los hombres que nos rodean abre la puerta. El Yizmal camina hasta el auto, pienso que va a subir a su coche e irse, pero se detiene en la puerta.
—Decide muchacha—. Su voz dura me sobresalta. Extiende su mano hacia mí —Te quedas con él y sigues aguantando—. Me dice haciendo un gesto con su mano extendida hasta donde Andrew llora y ruega. —O puedes venir conmigo y te aseguro que jamás él te pondrá un dedo encima.
—Aurelia. Mi amor, ayúdame— lloriquea Andrew.
El Yizmal arquea su ceja y sonríe. Pero es una sonrisa macabra. Tengo que tomar una decisión, miro al hombre que me ha salvado dos veces.
—Aurelia —Pronuncia mi nombre. Cierro los ojos y respiro profundo.
Avanzo hasta Yizmal y tomo su mano.
—Buena chica— habla dándole un apretón a mi mano. Me insta a subir al Mercedes antes de decir algo que no logro escuchar.
—¡Aurelia! —El grito de Andrew me revuelve el estómago. —¡Maldita perra! No eres nada
Yizmal sube al coche junto a mí.
—A casa— anuncia a su conductor. Él mismo retrocede y sale del callejón. Las luces del auto me permiten ver cómo Andrew aún está en el pavimento. Y tengo la certeza de que es la última vez que lo veré.
Hacemos el recorrido por las calles de Nueva Orleans que, como de costumbre, están llenas de residentes y turistas.
—¿Por qué me ayudas? —Me atrevo a preguntar sin mirarlo
—¿Por qué no? —responde y siento que me mira fijamente—. No, muchas mujeres tienen el poder de hipnotizarme con un baile en un tubo de pole dance.
¡Mierda! Sabía que era mala idea.
—¿Qué pasará ahora?
—Depende de ti— espeta en un tono que no logro definir —. Sé que soy mayor que tú. Pero, podría darte cosas que nadie nunca te dará
Me atrevo a mirarlo. El hombre claramente tiene unos treinta y algo y lleva dirigiendo la organización desde hace años. Eso no es un secreto. Cualquier habitante de Nueva Orleans sabe quién es el rey de Bourbon Street.
Llegamos rápidamente a una enorme verja negra y se observan hombres armados. El auto sube el sendero hasta la entrada de una imponente casa con estilo Victoriano. Muy antigua y algo gótica, es muy de Nueva Orleans. Nunca había estado en esta área donde las casas permanecen a los más poderosos. Entre ellos, un líder de una organización criminal.
—Baja muchacha. No tengo toda la noche— El Yizmal me saca de mi mundo y veo que ya bajo del coche. Me tiende la mano. Hago lo que me pide y veo cómo todos me miran entre extrañados y con sonrisas sabedoras.
Creen que su jefe ha traído a una puta para pasar la noche.
—Debería irme a mi casa.
—¿Cuál? La de tu novio.
—¿Cómo...?
—No hay que ser muy inteligente para darse cuenta —me interrumpe—. Vamos.
Resignada, camino detrás. Una mujer de mediana edad abre la puerta doble y se hace a un lado. Me ve con cara de disgusto y oculto una mueca. Me veo como una zorra del Mardi Gras.
Viste una falda negra por debajo de las rodillas y una impoluta camisa blanca, su cabello está en un moño y sus ojos cafés me taladran.
—Señor. —Saluda en tono solemne.
—Necesito que subas comida y ungüento —la mujer está claramente sorprendida.
—Señor. —Carraspea. —Sí, señor.
—Avanza —espeta y me encuentro siguiéndolo como un puto perro.
Subimos las escaleras y recorremos un largo pasillo. Al final del mismo. El Yizmal se detiene y saca una llave de su americana. Abre la habitación y me hace un gesto para que entre.
—Entra al baño y lávate el rostro— me ordena, señalando una puerta. Quiero revelarme, pero su mirada de advertencia hace que me muerda la lengua.
Voy al baño y no me sorprende al ver lo impecable y elegante. Abro el grifo del lavamanos y me lavo todo el maquillaje, dejando al descubierto mi hematoma en el rostro. Tomo una toalla de mano y me seco.
—¿De verdad te metiste en el auto de un Yizmal? —susurro mirando mi aspecto deplorable en el espejo.
—Aurelia. —El sonido de su voz me sobresalta. Con la toalla en la mano salgo del baño y lo veo en medio de la habitación. No lleva la americana, la camisa azul celeste se pega a su cuerpo construido y sus ojos me estudian atentamente. —Eres muy joven— comenta como si no lo hubiera notado antes.
—Acabo de cumplir veinte— asiente y podría jurar que respira aliviado.
—Bien. Pensé que eras menor de edad.
—Para estar en un club sí —le recuerdo.
—Solo para eso, Aurelia.
—Estoy en desventaja —suelto de repente. —Tú sabes mi nombre. Siempre se han conocido como Yizmal. Pero ¿Es tu nombre? — Me atrevo a preguntar.
El sonido de la puerta nos avisa que la comida ha llegado. Yizmal abre la puerta y deja pasar a la mujer acompañada de una joven que empuja un carrito de servicio. Lo deja en medio de la habitación y sale rápidamente sin hacer contacto visual. La mujer que nos recibió en la puerta hace unos minutos, en cambio, me mira aún con el ceño fruncido antes de tenderle un frasco al Yizmal. Cuando lo hace, se retira.
Veo cómo, una vez a solas, El Yizmal camina por la habitación.
—Aquí, Aurelia —me señala un diván—, necesito poner este ungüento y después podrás comer algo
—¿Por qué lo haces? — pregunto.
—Porque quiero. Ahora. Siéntate.
Camino de mala gana hasta dónde me indica, me siento. Abre el ungüento, toma un poco con sus dedos antes de inclinarse y frota de manera suave sobre mi pómulo.
—Ciaran—murmura sin dejar de verme. Lo veo sin entender —Me llamo Ciaran Yizmal. Es un apellido muy viejo.
—Siempre he escuchado sobre los Yizmal— susurro.
—Todos los que ostentan la posición de líder en mi familia son llamados Yizmal. Ahora solo quedo yo y quiero que sea recordado por siempre.
—A veces es mejor estar, solo—murmuró. Asiente de manera ausente.
—Tienes razón.
—Entonces, ¿por qué me ayudas? —deja caer la mano y me mira detenidamente.
—Porque veo en ti espíritu de reina y eso, es lo que necesito —responde. —¿Qué me dices, Aurelia? ¿Quieres ser mi reina?
Su tono de voz es suave, pero sus fríos ojos no me engañan. ¿Acaso esto es real? De verdad, el hombre más sanguinario y frío me está ofreciendo una vida nueva. Pero una voz en mi cabeza me susurra que quizá es el momento de pensar en mí y no en otros. Sin parpadear, lo miro y asiento.
Sé que estoy sellando mi destino.
Y lo asumo sin miedo.