2. Entre El Amor y El Odio

851 Words
[GAEL] Esta mesa es igual de inmensa que el mar para nosotros dos, aunque su tamaño real parezca todo lo contrario. Hace 77 días que un océano nos divide y no importa que tan cerca estén nuestros cuerpos uno del otro; todo parecerá distante. Es verla ida de este mundo mientras mueve la comida de un lado al otro del plato y querer preguntarle qué le sucede, pero los recuerdos de él besándola y haciéndole el amor en la que era nuestra cama en aquel piso vuelve a mi mente una vez más, provocando que se me quite el apetito, que mi puño se cierre, y tenga ganas de salir corriendo de aquí. —Mis hijos no se alimentarán del aire, come si es que no quieres que te obligue a comer. — Hablo con autoridad, y de inmediato esos ojos verdes que han sido capaces de provocar todo en mí, me miran firmes. —No son tus hijos solamente. — Rebate con un tono desafiante —En todo caso serán nuestros hijos, y no te preocupes que ellos están bien. — Aclara. —Mejor que no les suceda nada, es la única razón por la cual tú y yo estamos juntos. — Sentencio. Quisiera poder ser lo suficientemente valiente para decirle que vivo en guerra conmigo mismo. La odio por lo que me ha hecho, pero soy demasiado egoísta como para dejarla ir con él. Prefiero tenerla así a no tenerla. Nuestras miradas se cruzan desafiándose uno al otro hasta que de repente ella se pone de pie y prácticamente sale corriendo hacia el baño cubriendo su boca con su mano. Nuevamente esta sensación extraña me recorre por dentro y no sé ni siquiera cómo actuar ¿Cómo puedo odiarla y al mismo tiempo morirme por estar cerca de ella? ¿Cómo me puede doler tanto lastimarla cuando ella me ha lastimado de una manera tal que no consigo cicatrizar? Resignado y odiándome por ser tan débil, me levanto de la silla y voy tras ella. Es entrar al baño, verla de rodillas frente al váter y de inmediato sostener su cabello. Su mano intenta apartar la mía, pero se rinde ante la necesidad de volver a volver su estómago. —No soy tan cruel como tú. — Declaro, recordándole lo que me ha hecho. Poco a poco ella se recompone y al ofrecerle mi mano para ayudarle a ponerse de pie, ella duda. —No quiero que te caigas.— Me excuso. Jamás dejaré que vea que mis noches sin dormir son a causa de las pesadillas que tengo con ella junto a Pedro en aquella cama, y por esta puta necesidad que siento por estar a su lado a pesar de todo lo que me ha hecho. Sus manos se aferran a las mías y cuidadosamente le ayudo a ponerse de pie. —Gracias. — Dice de manera borde y va hacia el lavado para enjuagarse la boca. Su corto vestido le juega en contra cuando se inclina hacia el lavado dejando ver la perfección de sus piernas al límite con sus glúteos y aquí estoy yo siendo el hombre que siempre la deseo. No puedo controlar lo que sucede en mi al verla y me veo en la necesidad de salir del baño y huir como un imbécil hacia mi cuarto. Cierro la puerta, me echó sobre la cama y miro el techo como intentando encontrar una lógica a esta guerra interna que llevo viviendo. —No puedes seguir así...— Me repito una y otra vez. Es cerrar mis ojos y recordar las palabras de aquella mujer que conocí en una de esas noches donde ahogué mis penas en alcohol en aquel bar a pocos minutos de esta casa. "Llámame si te sientes solo." Me dijo y me entregó su tarjeta. Como acto reflejo me levanto de la cama y voy por el pantalón donde guarde su tarjeta. Busco en el bolsillo trasero y allí está "Pamela" dice y su número está anotado a mano. « Si ella ha sido capaz de serme infiel, ¿Por qué yo no? ¿No?» Busco mi móvil y rápidamente marco su número. —Hola.— Responde a los pocos segundos. —Hola, ¿Pamela?— —Si, ¿Quién habla?— —Gael, ¿me recuerdas?— Pregunto con muchas dudas. —Claro que te recuerdo. Sabía muy bien que me llamarías.—Responde segura. —Quiero verte.— Me limito a decir y le escucho sonreír. —Estoy en el bar, si quieres ven y nos vamos a algún sitio tranquilo a conversar... o a lo que quieras.— Comenta. —No quiero conversar, tu sabes perfectamente lo que quiero.— Explico y es que no estoy para rodeos. —Te veo en mi piso entonces, te enviare la dirección por mensaje.— —Perfecto, te veo en un rato.— Le informo y termino la llamada. Jamás creí que haría algo como esto, pero no puedo más... No puedo quitarme la imagen de Pedro y Serena de la cabeza. No importa lo mucho que trate; no puedo.
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