—Nunca me fallarías, promete que siempre me dirás la verdad, mi amor —le digo mientras sus embestidas aumentan.
Siento que pronto explotara mi orgasmo.
—Te amo, mi hermosa, Faby. Te prometo cuidarte y hacerte feliz —dice con la voz agitada.
Tres embestidas más bastan para que los dos lleguemos al clímax. Él acomoda su cabeza sobre mi pecho y después me abraza. Acaricio su cabeza y después deposito besos tiernos sobre su coronilla.
—Duerme, mi hermoso, cachorro.
Él se queda dormido y después lo hago yo también.
Al día siguiente.
Salgo de la universidad y después me siento afuera a esperar a Uriel. Una voz conocida y a la vez molesta me habla a lo lejos. Esto me pone nerviosa. Lo peor de todo es que Uriel no tarda en llegar.
—Te busqué por todas partes, hasta que Dayana me
