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Una boda forzada

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Blurb

Laura Quintana era feliz con la vida que llevaba en la ciudad, alejada del campo. Tenía un novio del cual estaba profundamente enamorada y con quien pretendía casarse en seis meses.

Sin embargo, una visita de la hacienda Miramar cambió su vida drásticamente.

Andrés Altamirano ha sido el capataz de la hacienda Miramar por los últimos diez años, brazo derecho de Roberto Quintana y a quien le cambia la vida tras el fallecimiento de su patrón.

Laura nunca esperó que su abuelo en su lecho de muerte la comprometiera con un hombre que no amaba y mucho menos a tener una boda forzada con un hombre que no era de su clase. Un hombre que solamente era su capataz…

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Capítulo uno
No quiero morir sin verla Andrés miró una vez más a su patrón. Roberto Quintana, el hombre que lo había acogido cuando más lo había necesitado. El hombre que lo amparó y protegió desde que tenía quince años. El hombre que hoy estaba agonizante. Andrés apretó su mano en un fuerte puño. La salud de Roberto había desmejorado con rapidez a raíz del anuncio de su nieta. Laura Quintana, era la única nieta y heredera de la hacienda Miramar. Una chica acostumbrada a la ciudad y que pocas veces venía al pueblo para saber de su abuelo. —Búscala, Andrés, no quiero morir sin verla —susurró con tanta dificultad que Andrés sintió su corazón encogerse dentro de su pecho. —Eres fuerte, viejo, no vas a morirte todavía —pronunció Andrés, intentando que su voz sonara fuerte y sin titubeos. —No me mientas, Andrés, no soy un hombre que teme morir. Tú y yo sabemos que no hay esperanza, que me estoy muriendo. No obstante, no quiero morir sin verla —repitió. Andrés asintió. Era muy difícil negarse a ir a buscarla, Roberto confiaba en él. —Presiento que no volveré a verla, por favor, Andrés, búscala. —Iré a la ciudad y te prometo que no volveré sin traerla conmigo —prometió con un nudo en la garganta. —Dile que vuelva a mi lado —sollozó Roberto Quintana cerrando los ojos. Andrés apretó las manos en dos puños con impotencia al escuchar como la voz de aquel hombre fuerte iba consumiéndose. —Volveré antes de que puedas echarme de menos y no volveré sin ella —prometió de nuevo sin que el hombre pudiera escucharlo. Andrés Altamirano salió corriendo de la habitación, su corazón latía fuerte dentro de su pecho. No quería dejarlo solo, no obstante, no tenía otra opción, solamente él podía traer a Laura Quintana de regreso a la hacienda y juraba por todo lo sagrado que así la tuviese que traer amarrada lo haría sin titubeos. —¡Andrés! ¡Andrés! —los gritos de la vieja nana detuvieron sus pasos. —Tengo que encontrarla, no puedo dejar que muera sin antes volver a verla —La mujer se estremeció al escuchar las palabras del hombre. —¿Tan mal se encuentra el patrón? —Ni siquiera sé si lograré volver con Laura a tiempo —confesó estrujando el sombrero entre sus dedos. —Has lo que tengas que hacer, pero no regreses sin ella, hazlo, Andrés, por favor hazlo y no regreses sin ella, te aseguro que Laura algún día va a agradecértelo —pronunció la mujer entre lágrimas. Andrés asintió, a él no le importaba lo que Laura pensara de él o si le estaría o no agradecida. Ellos dos eran como el agua y el aceite. Jamás y nunca se mezclarían. —Cuídalo, Margarita, cuídalo y no te separes de su lado —pidió Andrés—. Envía a uno de los hombres al pueblo y pídele al sacerdote que venga a rezar por el patrón —ordenó. —Lo haré, hijo, Ve con Dios y no regreses sin ella —murmuró la anciana al ver a Andrés salir de la casa grande. Andrés corrió al garaje, se subió a una de las camionetas y sin perder un solo minuto de tiempo, salió en busca de la nieta de Roberto Quintana, solamente pedía al cielo volver a tiempo a la hacienda. ♥—♥♥—♥ Laura miró la copa de vino caer al piso y romperse en cientos de pequeños pedazos, el cristal y el vino alcanzaron la alfombra dejando una mancha oscura sobre la fina tela, como si fuera un rastro de sangre. La joven mujer tembló e inevitablemente recordó el día que había visitado a su abuelo meses atrás. «—Me gustaría que hicieras un buen matrimonio, Laura, no voy a vivir toda la vida para cuidarte y protegerte —mencionó Roberto. —Voy a casarme con el hombre que amo, abuelo, en nueve meses me casaré con él, apenas termine la universidad —fue la respuesta de la joven. —¿Casarte en nueve meses? —aquella noticia no era algo que Roberto esperaba escuchar, por supuesto que él quería y deseaba que su nieta se casara, pero no con cualquier hombre, sino con uno que la amara y la supiera cuidar. —Sí, voy a casarme con Manuel de Cervantes, es el hombre del cual me enamoré—aseguró Laura. Roberto la miró, él conocía al hombre, había pedido investigaran todo sobre él, cuando Laura lo había mencionado, seis meses atrás y le había dicho que eran buenos amigos. —¿No eran solamente buenos amigos? —preguntó ante el recuerdo. —Los sentimientos cambian abuelo, y lo nuestro se fue dando muy natural. Una cosa llevó a la otra y finalmente nos dimos cuenta de que era amor lo que sentíamos —expresó con una sonrisa en los labios. —Manuel no es un buen hombre y mucho menos el hombre que tú necesitas —dijo con premura el viejo. —¿Qué? —No vas a casarte con él, Laura, no puedo permitirlo. —Es que no eres tú quien tiene que permitirlo, abuelo, soy una mujer adulta y muy capaz de tomar mis propias decisiones, ¿Por qué quieres interferir en mi vida? —preguntó Laura indignada.  —Porque eres mi nieta y así tengas cincuenta años, me voy a preocupar por ti, Manuel de Cervantes no es un hombre para ti —sentenció. —¡Pues no vas a dictarme como vivir mi vida, abuelo, te recuerdo que no soy mi madre! —gritó saliendo de la hacienda». Laura abrió los ojos, habían pasado tres meses desde entonces, estaba tan enojada que ni siquiera había vuelto a llamar a la hacienda, ni siquiera sabía nada de él. Era orgullosa y lo admitía, estaba acostumbrada a salirse con la suya y la culpa era precisamente de su abuelo, porque él nunca le había negado nada y ella quería casarse con Manuel de Cervantes, ya que estaba enamorada de él. «Manuel solamente es un capricho tuyo, Laura, ni siquiera se ven enamorados, parece que ambos se ven como si fuesen un accesorio del otro, ¿Por qué te niegas a darte cuenta?». Las palabras de Greta, su mejor amiga, se repitieron de nuevo en su cabeza. Ella negó para apartarlos de sus pensamientos. Nada iba a hacerle cambiar de opinión. —¿Qué sucede, cariño? —Laura dio un pequeño brinco, se había olvidado completamente de la presencia de Manuel. —Estoy bien, Manuel, no sucede nada, la copa se resbaló de mi mano, los accidentes suceden —dijo fingiendo una sonrisa que para Manuel fue tan normal que optó por no insistir. —Estaba pensando, que quizá deberíamos viajar a la hacienda para ver a tu abuelo —dijo el hombre de repente. —¿Quieres ver a mi abuelo? —preguntó confundida. —Sí, considero que tengo que hablar personalmente con él, eso hacen los caballeros, Laura, y quiero demostrarle mi firme interés por ti y que lo nuestro va muy en serio. Te juro que estoy deseando apresurar la boda, me gustaría que en lugar de seis meses fueran seis días —aseguró halándola del brazo para abrazarla. Laura sonrió, aunque su abuelo era un hueso duro de roer, el carisma de Manuel podía atraparlo, además quizá no perdía mucho con intentarlo. Después de todo, tarde o temprano él tenía que aceptar a Manuel como su esposo, no tendría más remedio. El sonido del timbre la distrajo de sus pensamientos, se apartó de Manuel, quién se acomodó en el sillón, mientras Laura se dirigía a la puerta, creyendo que se trataba de Greta. —¿¡Qué haces aquí!? —gritó Laura al ver al capataz de la hacienda parado en el umbral de la puerta. —Buenas noches para ti, Laura —pronunció Andrés con frialdad. Ella y él no se habían llevado bien, nunca pudieron congeniar pese a los intentos de Roberto para que Laura lo viera como un miembro más de la familia, ella simplemente lo había despreciado sin darle una oportunidad. —Te hice una maldita pregunta, Andrés, ¿Qué hace un hombre como tú en la ciudad? —preguntó con desdén al ver las botas de montar, el hombre parecía haber llegado a la ciudad a caballo. —Tienes que volver a la hacienda, Laura —dijo ignorando las palabras de Laura. —¿Piensas que tienes derecho a ordenarme volver? —cuestionó. —El viejo se está muriendo, Laura, no quiere morir sin verte… Laura sintió como si alguien le hubiese dado un golpe en el estómago, de repente fue como si el aire abandonara su cuerpo y la dejara al borde de la muerte. Como si estuviera al borde de un precipicio y en cualquier momento su cuerpo sería lanzado al vacío. —¡Mientes! ¡Eres tan bajo y ruin, Andrés! ¿Eres capaz de inventar una mentira tan absurda como esta, para llevarme y complacerlo, como siempre lo has hecho? —preguntó con la acusación implícita en su voz. —No me importa si me crees o no, Laura, pero voy a llevarte de regreso a la hacienda, ¡así tenga que amarrarte como si fueras un jodido becerro! —le aseguró tomándola del brazo. —¡Suéltame! —gritó Laura al sentir la presión de los dedos de Andrés sobre su codo. —Hablo muy en serio, así que tú decides, vienes por tu voluntad o te llevo por la fuerza. —Has escuchado a mi prometida, no le pongas las manos encima, no olvides tu lugar, no eres más que un simple capataz y mi novia tu patrona —pronunció Manuel con arrogancia. Andrés miró al hombre con el mismo desprecio con el que fue recibido. Él conocía su sitio en la hacienda, pero eso no le quitaba lo orgulloso que estaba de sus raíces y de lo que había conseguido en la vida gracias a Roberto Quintana, por esa simple razón, estaba más que dispuesto a partirle la cara a quien intentara impedirle llevarse a Laura de vuelta al pueblo. Andrés golpeó al hombre cuando este intentó hacerlo y tratando de tomarlo desprevenido. Manuel cayó al piso. —¡Eres un animal! —gritó Laura indignada tratando de llegar a su prometido. —Te lo advertí, Laura —gruñó Andrés llevándola sobre su hombro como si fuera un jodido costal de papas. 

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