Mi amor, el más oscuro de todos.

Junio 9 de 2022 Era un día nublado, la tormenta se escuchaba venir, lo sentías en el aroma, y a través de tu piel, cuando el viento te golpea sin anticipación, moviendo tu cabello, y cambiando la dirección de tu rostro. Empujando tus ropas hacia tu cuerpo, provocando que tomes con fuerza lo que puede arrebatarte y el día de hoy parecía que te arrancaría hasta el alma. El ruido ensordecedor al iniciar la lluvia, las gotas golpeando las superficies, combinado con los truenos, que a su vez alumbraban con exageración hasta los rincones más oscuros, haciendo mi caminar apurado y al mismo tiempo precavido. Difícilmente se podía ver los alrededores y mucho menos escuchar con claridad. Así es como llegué a la puerta de mi casa, empapada de los cabellos, escurriendo de la cara y buscando con prisa las llaves en mi bolsa, bajo el dintel. —Sra. Soler— no alcanzo a distinguir el sonido, por lo que hago caso omiso y continuo con mi tarea, cuando por fin encuentro la llave y la introduzco en la puerta, al primer giro de la llave, muevo mi cabeza ante la insistencia. —¡Sra. Soler!, ¡Sra. Soler! — es cuando veo a algunos uniformados y otros con traje, con sombrillas negras observándome, y rodeando mi entrada. —Soy el capitán Gutiérrez, de la comandancia de la fiscalía general de aquí de Jalisco— dice el caballero con traje, volteo a ver a los demás y después al cielo, que no quiere dejar de hacer más temerario el momento. Abro la puerta y entro invitándolos a pasar. Trato de secarme con una toalla que tengo en el perchero para estas emergencias, los caballeros dejan sus sombrillas en el exterior y se sacuden lo más que pueden las gotas de sus ropas, dejando mi tapete de la entrada listo para cambiarse de inmediato, el cual observo con cautela, pero soy demasiado expresiva. —Lamentamos el inconveniente— dice el capitán echándoles unos ojos de desaprobación a sus compañeros. —No hay problema, tiene solución— sonrío ligeramente, los invito a pasar a mi pequeña sala. —¿Puedo ir a cambiarme rápidamente? — le pido al capitán, ya que estoy empapada, la toalla no pudo hacer mucho por mis ropas mojadas. —Si claro la esperamos— sin ofrecerles nada, corrí a mi cuarto, me deshice de mis ropas mojadas y las coloqué en la ducha, me puse una colonia para quitarme el frio y rápidamente me vestí con unos pants y sudadera, no vi la prioridad de ponerme ropa interior por la premura. Calcetines y unos tenis para calentarme. —¿Les ofrezco algo de tomar? — dije inmediatamente llegué a la sala. —No, gracias no estaremos mucho tiempo— se aclara la garganta y observa a su alrededor. Asiento y continuo de pie frente a ellos. —¿Y para que soy buena? — digo un poco nerviosa, dejando caer mis brazos a los costados. —Es necesario que nos acompañe a la SEMEFO— sus palabras fueron como si otra vez me cayera encima la tormenta, solo que más fría y golpeando mi cuerpo haciéndolo retroceder. —Necesitamos que reconozca el cuerpo de Estefano Ruvalcaba— y la segunda frase fue el granizo golpeando mi cabeza, así como el que se podía observar por la ventana. Todo se volvió negro, mi respiración agitada y mi temperatura sudorosa. —¡No! — grité, levantándome de la cama. Observo a mi alrededor, un cuarto pequeño, con una cama individual, un closet con ropa ajena, mis cosas en bolsas y una mochila, y la lluvia azotando la ventana. La oscuridad era alumbrada por los relámpagos, en ese momento, ese cuarto y esa cama no eran mías, y así se sentía mi vida, Y lo único que quedaba en ese momento es el recuerdo del sueño, que aparentaba ser el reflejo de mi sentir en la vida real, una perdida, que no podía controlar. Llorar, llorar inconsolablemente cubriendo mi cara con la almohada para no ser escuchada. Meses atrás Octubre de 2022 La vida en la costa ya era monótona, todo parecía igual que siempre, la rutina pesaba más, el trabajo se hacía difícil y lo único que quedaba era escribir, un escape a mi realidad y darles rienda suelta a todas mis fantasías. Soy Danae Soler, una mujer en sus cuarentas, madre soltera de una adolescente, frustrada en sus sueños y libertades por complacer a quien la rodea. Mis aventuras no me llevaron a nada en concreto, solo a avivar las ganas de cambiar su entorno. Las dificultades familiares iban en aumento, dramas emocionales, financieras y físicas hicieron que se tomara una decisión. —Hija, vamos vender la casa y mudarnos a la ciudad para estar cerca de tu hermana y sobrinos, no podemos arriesgarnos a que algo más suceda, el cáncer de tu padre puede regresar y creo que estaremos mejor allá— me dice mi madre, Gabriela, fuerte por fuera y rota por dentro, acumulando la herencia de las frustraciones y desengaños. —Bien, creo que ya es hora de dejar Puerto Vallarta— observo la casa, atesorando los recuerdos, pues bien, se había convertido en mi refugio, sin sentirlo mío, pero refugio al fin. En este rincón del paraíso, había descubierto mi parte de mujer que había dejado abandonada, había encontrado el poder que tengo, me sentía como un capullo buscando el momento de eclosionar. La despedida no fue sencilla, había encontrado una familia ajena a mi sangre, con la que compartíamos momentos inolvidables: cumpleaños, fiestas patrias, viernes de jugada, campeonatos deportivos y cualquier pretexto para vernos. Yo fui la segunda en marcharse. La evolución emocional de cada quien, nos hizo tomar rumbos diferentes, dejamos amistades entrañables que nos acompañan en cada estado o posteo de las redes sociales. Dejar un trabajo seguro, a mitad de año, tampoco fue fácil, la incertidumbre de encontrar algo igual o mejor, hacía cosquillas en mi estómago, pero para entonces, todo parecía un trago amargo rápido de pasar. Diciembre 11 de 2021 Dando una segunda ronda a los cuartos vacíos, después de unos meses de empacar, vender, elegir, y esperar la mudanza, salgo al patio a ver el camión lleno. Nos tomó dos horas en poner nuestras cosas para ser transportadas, la aventura comenzaba y el cansancio estaba haciendo mella en mi cuerpo, pero tenía que estar al pendiente del camino, ya que otra parte de nuestras cosas, venían en la camioneta, y lo más importante, la familia, mamá, hija, perritos, y papá manejando, y deber como copiloto era permanecer alerta para que el cansancio no nos venciera, y poder hacer el recorrido de cinco horas a nuestro nuevo hogar. La emoción de incertidumbre aunada con la aventura de nuevos horizontes, dejaba de lado la nostalgia de lo que se había vivido. Ahí, vi crecer a mi hija, me pinté el cabello innumerables veces tratando de cerrar ciclos, cocine múltiples platillos para ocultar mi ansiedad de mis fracasos, inicie infinitas dietas tratando de aceptar a mi cuerpo, y oculte mis gemidos de mis orgasmos provocados por mi autosatisfacción. Pero el futuro se veía brillante, una nueva ciudad, nuevas amistades, nuevo trabajo, tal vez nuevo rubro y por qué no, tal vez el amor de mi vida estaría en aquellos peces de ese mar de innumerables personalidades en: La perla Tapatía.