Correr detrás de Leilah me hace sentir como si estuviera en una maratón para la cual nunca entrené. Cada paso que da, alejándose de mí, aumenta mi preocupación y mi miedo. No entiendo cómo he llegado a esto. Mis palabras, sin duda, fueron estúpidas, dichas sin pensar, y ahora el peso de la culpa es una losa en mi pecho que apenas me deja respirar. Necesito arreglar esto, y rápido. Acelero el paso, la adrenalina bombea en mis venas hasta que finalmente la alcanzo y la tomo del brazo, obligándola a detenerse abruptamente. Esperaba encontrarla hecha un mar de lágrimas, pero en lugar de eso, su rostro está rojo de furia, y sus dientes están apretados. Es una muy mala señal. —Suéltame —sisea entre dientes, su voz es como la de una serpiente. Hago un esfuerzo para calmarla, consciente

