El bajo de la música retumbaba en mi pecho, vibrando en cada fibra de mi ser mientras me deslizo entre la multitud. Las luces de neón parpadeaban en destellos morados y azules, reflejándose en los vasos de cócteles y en las miradas hambrientas que se cruzan entre desconocidos. Es la primera vez en seis meses que me siento realmente libre.
Flashback.
Meto la llave en la cerradura de mi departamento y empujé la puerta con un suspiro de alivio luego de una jornada de veinticuatro horas que ha exprimido cada gramo de mi energía, soy pediatra y hoy había sido uno de esos días en los que el cansancio no solo se siente en el cuerpo, sino que se impregna en mi alma. Entre consultas interminables, llantos desconsolados y el peso de tomar decisiones que afectan vidas, apenas he tenido un momento para respirar. Pero al fin estoy en casa. Dejo caer mi bolso y mi abrigo en la entrada sin importarme demasiado que queden desparramados sobre el suelo. Solo quiero una ducha caliente y unas horas de sueño antes de que Carlos, mi prometido, regrese del trabajo. Él suele llegar tarde, así que tengo un par de horas para descansar sin interrupciones.
Mientras camino hacia mi habitación, noto algo fuera de lugar. Un murmullo ahogado y un quejido casi imperceptible se filtra a través de la puerta entrecerrada de mi dormitorio. Frunzo el ceño. ¿Había dejado la televisión encendida? No lo recuerdo. Doy un par de pasos más y agudizo el oído. Los murmullos se intensifican, transformándose en jadeos entrecortados y susurros cargados de deseo.
Mi pecho se aprieta con una sensación helada y un mal presentimiento se desliza por mi espalda como un escalofrío. Mi corazón martillea en mis oídos mientras empujo la puerta con suavidad, apenas lo suficiente para ver el interior de la habitación. Lo que encuentro al otro lado destroza algo dentro de mí.
Carlos está allí, desnudo, enredado en las sábanas con una mujer. Pero no era cualquier mujer. Era ella. Emily. La mujer que, según él, era su hermana.
Mi mente se niega a procesar la escena. Durante meses, Carlos me había hablado de ella, de cómo había llegado al país buscando un futuro mejor, de cómo él la había acogido porque es su "hermana". Había insistido en que le permitiera quedarse con nosotros un tiempo, que no tenía a nadie más. Y yo, la ingenua, había aceptado. ¡Carajo! Hablaba con ella desde que Carlos y yo empezamos a vernos y siempre fue la perfecta cuñada.
Siento náuseas. La imagen de sus cuerpos entrelazados, sus susurros, sus manos recorriéndose con la familiaridad de dos amantes de mucho tiempo, me golpea con una violencia que me deja sin aire. Mi estómago se revuelve y mis manos tiemblan al aferrarse al marco de la puerta.
—¿Qué demonios…? —Mi voz suena irreconocible incluso para mí.
Carlos y Emily saltan como si les hubieran arrojado un balde de agua fría. Él me miró con los ojos muy abiertos, su rostro palideciendo al instante. Emily, en cambio, se cubre con las sábanas con un mohín de fastidio, como si la que estuviera interrumpiendo fuera yo.
—Vivian… —Carlos intentó hablar, pero su voz se ahoga en su propia culpa.
Mi cuerpo se tensa, cada músculo preparado para la pelea, pero dentro de mí hay algo aún peor que la ira.
La traición.
—¿Me puedes explicar qué mierda está pasando aquí? —exijo, clavando los ojos en él.
Carlos balbucea algo incomprensible. Su desnudez, su sudor, su culpabilidad pintada en cada centímetro de su piel eran prueba suficiente. No necesitaba más explicaciones, pero, aun así, la verdad que se oculta tras esta farsa me golpea con toda su crudeza cuando Emily me mira con burla apenas disimulada.
—Lo siento, pero ya que estás aquí, es hora de que lo sepas —dice, acomodándose en la cama como si nada—. Carlos y yo estamos juntos desde hace años. Lo nuestro es real.
Mi boca se seca. Siento una punzada en el pecho, como si me hubieran clavado un puñal. Mis pensamientos son un torbellino desenfrenado, tratando de unir las piezas de un rompecabezas del que ni siquiera sé que formo parte.
—¿Años? —repito, incrédula. Mi mirada se desliza hacia Carlos, que se mantiene en silencio.
—No es lo que piensas, Vivian —intenta, pero lo interrumpo con una risa amarga.
—¡Ah! ¿No? ¿Entonces qué es? Porqué lo que veo aquí es a mi prometido revolcándose con la mujer que me juró que era su hermana. —Carlos baja la cabeza, incapaz de sostenerme la mirada. Siento cómo la furia toma el control, reemplazando el dolor con una claridad helada. —Solo me usaste, ¿verdad? —Mi voz es un hilo de veneno—. Todo esto, el compromiso, las promesas… Solo querías que te ayudara con los papeles para que pudieras quedarte en el país.
Carlos no responde, pero su silencio lo dice todo.
Algo en mi pecho se endurece. No voy a derramar una sola lágrima frente a ellos. No se lo merecen.
—Salgan de mi casa —ordeno con una frialdad que no reconozco en mí.
—Vivian, por favor, podemos hablar— intenta Carlos, se pone de pie enredado entre las sabanas, se acerca con una expresión de súplica.
Retrocedo de inmediato.
—Ni un paso más. Métete tu disculpa donde mejor te quepa. No quiero verte nunca más.
Emily suelta una risita divertida, como si todo le pareciera un espectáculo entretenido. Pero su diversión se esfuma cuando la fulmino con la mirada.
—Y tú —escupo con desprecio—, espero que disfrutes tu “relación real”. Porque, ¿sabes qué? Se la pueden llevar al carajo los dos.
Me giro sobre mis talones y salgo de la habitación. Aún puedo escuchar a Carlos rogándome, tratando de justificarse, pero ya no me importa. Camino hasta la entrada y abro la puerta de par en par.
—Fuera antes de que llame a la policía. —Espeto con firmeza.
Carlos y Emily, todavía vistiéndose a toda prisa, recogen sus cosas apresuradamente. Él intenta detenerse a decir algo más, pero mi mirada es suficiente para que cierre la boca y salga.
Cuando cierro la puerta detrás de ellos, dejo escapar un suspiro tembloroso. Me apoyo contra la madera, sintiendo la marea de emociones golpearme al fin. Pero no lloro. No lo merecen.
Respiro profundamente.
Estoy herida, sí, pero no rota. Y si algo tengo claro, es que nunca más voy a volver a dejar que alguien juegue así conmigo.
Fin de Flashback.
Seis jodidos meses desde que todo se vino abajo. Desde que encontré a Carlos en nuestra cama con otra mujer, deshaciendo en cuestión de segundos los dos años que pasamos juntos.
Pero hoy… hoy no era noche para pensar en eso. Ahora estoy de vuelta en Chicago, en mi ciudad, en mi terreno y empezando una nueva vida. Le doy un trago largo a mi Martini, sintiendo el ardor del alcohol deslizarse por mi garganta. Me encanta esa sensación, ese calor efímero que me recuerda que estoy viva. Lo mejor es que mañana no tengo turno en el hospital y puedo disfrutar sin inhibiciones. Una canción conocida empieza a sonar, y mi amiga Taylor me toma de la mano, arrastrándome a la pista de baile.
—¡Vamos, Viv! —grita sobre la música—. ¡Es tu noche!
Y tiene razón. Me dejo llevar, moviendo las caderas al ritmo de la música, sintiendo la libertad recorrer por mi cuerpo como un torrente eléctrico. Ya no era la mujer traicionada, la que lloró semanas enteras, preguntándose qué había hecho mal. La que decidió dejar atrás su vida en Los Ángeles, ahora soy otra versión de mí, una que no le teme a la diversión, al caos… al placer.
De repente, siento una mirada clavada en mí. Giro el rostro y lo veo. Alto, con una sonrisa torcida y un vaso de whisky en la mano. Sus ojos oscuros recorren mi figura con un descaro que me hace sonreír.
Esta noche, yo decido.
Lo veo darle un trago a su vaso antes de dejarla sobre la barra y se acerca a paso lento.
—¿Bailamos? —pregunta, inclinándose para que pueda escucharle sobre la música. Su olor me envuelve casi embriagador.
—Depende —respondo con una media sonrisa—. ¿Sabes seguir el ritmo?
Su sonrisa se amplía.
—Pruébame.
Y entonces la noche, mi noche, apenas comienza.
Despierto en una cama y habitación desconocidas. La cálida luz de la mañana se filtra por las cortinas ligeramente abiertas, revelando un espacio que no es el mío. Con la cabeza aún embotada por el sueño y la resaca, me incorporo lentamente para encontrar que estoy desnuda, con las sábanas enredadas en mi cuerpo. A mi lado, un hombre duerme plácidamente, su pecho desnudo sube y bajaba con cada respiración profunda y puedo ver la tinta que hay sobre él mismo.
La noche anterior comienza a cobrar sentido en mi mente. Recuerdo cómo había salido con mi amiga Taylor al club, buscando una noche de diversión y baile. Pero todo cambió cuando él se acercó a mí en la pista de baile. Escaneé su cuerpo alto, de hombros anchos, ojos oscuros y cabello rubio. Sus movimientos sensuales me atraparon, y pronto nos encontramos inmersos en un baile erótico, nuestros cuerpos moviéndose al ritmo de la música.
"¿Vas a decirme tu nombre?" Había preguntado en tono bajo y ronco que envió escalofríos a mi cuerpo.
"Rose, ¿tú?" Sonreí con coquetería y él me la devolvió.
"Zane". No le creí ni cinco, pero qué importaba, yo también mentí.
Con cada movimiento, la tensión s****l creció. El hombre había deslizado sus manos por mi cintura, atrayéndome hacia él. Nuestros cuerpos se habían pegado, y pude sentir su erección a través de la tela. La música parecía desaparecer a nuestro alrededor, y solo existían los dos, conectados por un deseo ardiente. En un momento de valentía, me había girado y presioné mis labios contra los suyos. El beso fue eléctrico, lleno de pasión contenida. Nuestras lenguas se entrelazaron, explorando cada rincón de nuestras bocas.
No había más que decir, ambos sabíamos lo que queríamos y el alcohol solo nos dio el valor para hacerlo. Me tomó por la mano y, sin decir una palabra, me guio hacia la salida del club.
Ahora, en la habitación del hotel, recuerdo cómo había dejado atrás a Taylor, quien me observó con una mezcla de sorpresa y diversión. Me sentí rebelde y atrevida, dispuesta a vivir una aventura que salía de mi zona de confort. Zane me había llevado a un paraíso de placer y lujuria.
Me deslizo fuera de la cama, mis pies tocan el suelo frío y me apresuro a recoger mi ropa esparcida por el suelo. El vestido blanco corto, escotado y escote en V profundo, los tacones y mi bolso de mano y corro al baño, cerrando con delicadeza la puerta.
—¡Carajo! —Susurro cuando veo la pinta de zorra que tengo, trato de reconocer a la mujer que me devuelve la mirada y que había pasado una noche de pasión desenfrenada.
Mis ojos azules claros brillan con una intensidad nueva, y mis labios están hinchados por los besos apasionados. Se sintió poderosa y vulnerable al mismo tiempo. Mi cabello n***o parece un nido y los chupetones que tengo en el pecho son… ¡Uf! No es bueno, sin prestar más atención en mi deplorable aspecto esta mañana. Me visto rápidamente, sintiendo cómo mi corazón late con fuerza, una mezcla de emoción y vergüenza por lo ocurrido.
Me arreglo el cabello un poco mientras el hombre sigue durmiendo, ajeno a la tormenta de emociones que estoy experimentando. Me lavo y seco las manos, tomo mi bolso y salgo del baño con sigilo.
Con pasos silenciosos, me dirijo hacia la puerta de la habitación, deseando escapar antes de que él despierte. No quiero enfrentar la realidad de lo que ha sucedido, ni las miradas inquisidoras que pueden juzgarme. No soy del tipo de mujeres que se involucran en aventuras de una noche. Al llegar a la puerta, dudo por un instante. ¿Debería dejar una nota? ¿O simplemente desaparecer sin dejar rastro? La tentación de volver a la cama, de sentir nuevamente el calor de su cuerpo, es fuerte. Pero la voz de la razón me susurra que debo irme, que esta aventura es solo un capítulo en mi vida.
Con un último vistazo hacia atrás, abro la puerta y salgo al pasillo, cerrándola suavemente a mi espalda. El silencio de los pasillos del hotel a esta hora de la mañana me envuelve, y me siento como una fugitiva escapando de la escena del crimen. Camino apresuradamente hacia el ascensor, presionando el botón con urgencia. Mientras bajo hacia el lobby, mi mente divaga en recuerdos de la noche anterior. La forma en que me había tomado contra la pared del ascensor, levantando la falda de mi vestido y penetrando mi cuerpo con urgencia. Los gemidos ahogados, la sensación de estar siendo observada a través de las cámaras.
Llego al vestíbulo y me mezclo con la multitud de turistas y viajeros. El bullicio del hotel me da la sensación de anonimato, una más en la marea de gente y eso alivia mi nerviosismo. Camino hacia la salida, sintiendo el aire fresco de la mañana en el rostro. La luz del sol es brillante, casi dolorosa para mis ojos acostumbrados a la oscuridad del club y la habitación.
El móvil en mi bolso suena, haciéndome saltar en mi lugar e interrumpiendo mis pensamientos. Es Taylor, que de seguro está preocupada por mi desaparición.
—¿Dónde estás? ¡Te fuiste del club con ese hombre y hasta ahora no sé nada de ti! ¿Estás bien?
—Estoy bien, Taylor. He tenido una noche... interesante. Te contaré todos los detalles cuando nos veamos, pero ahora necesito un café fuerte y un poco de aire fresco.
—¡Está bien, pero no te demores! ¡Quiero saber todo! ¿Quién era ese hombre? ¿Dónde te llevó? ¿Qué pasó en esa habitación?
Ruedo los ojos ante su intensidad. Pero entiendo que está preocupada.
—Paciencia. Nos vemos en una hora en mi departamento, ¿vale?
Con eso, cuelgo, echo un último vistazo al hotel. Suelto un suspiro antes de echar a andar en busca de un taxi.