Mis ojos se dirigen al reloj colgado en la pared de mi consultorio en el hospital. Son apenas las seis de la tarde y ya estoy terminando mi turno por hoy. Sin embargo, el hospital sigue con su incesante ir y venir de pacientes, enfermeras y médicos. Llevo dos días sumida en una neblina de pensamientos que se enredan como espinas en mi cabeza, incapaz de concentrarme en lo que he vivido y en otra cosa que no sea él. Gedeón. El hombre que me dijo a la cara en un susurro una verdad que nunca debí conocer. El hombre que me miró a los ojos y me reclamó como suya con una convicción que me aterrorizó, cabreó y me estremeció en la misma medida. Dos días desde que salí de aquel almacén, después de salvar la vida de Azrael. Cuando Gedeón me dejó ir del almacén, lo hice sin dudar y con el corazón l