Siempre mi primera vez

Mi nombre es Andrea, tengo 16 años. Crecí en un pequeño pueblo llamado La Perla, en aquel lugar el clima era una mierda, podía llover a cántaros toda la noche y al día siguiente el calor te sofocaba, le decían Clima Tropical. Las playas eran lindas, la arena fina, el agua tan serena y cálida le daban un cierto aire al Caribe.  Claro las famosas playas de Punta Sal estaban unos kilómetros más allá, donde encontrabas tantos turistas, que se podría considerar un micro Europa. En ese lugar la mayoría medía más de 1.80m, tenían el cabello rubio, ojos azules y con un color de piel bronceado que a cualquiera enamora. Claro, a comparación con los pobladores, personas no más de 1.60m, de tez oscura, ojos negros, cabellera oscura y descuidada, ya que a pesar de ser una playa hermosa era un lugar pobre. Estudio en un colegio religioso para mujeres, “Belén” donde comparto pupitre con cuarenta y dos adolescentes más. Y este es mi último año, los planes escolares son un tanto abrumadores ya que a pesar de ser tan joven nos vemos en la necesidad de decidir qué será de nuestras vidas para el futuro.   Durante un retiro de fin de año me preguntaron ¿Cómo me veía en un futuro cercano? Estaba más que segura que la respuesta indicada era: “ser una mujer profesional y sobre todo felizmente enamorada”. Para aquella edad en donde las ilusiones crecen como espuma, pero al mismo tiempo son tan frágiles como una pompa de jabón, solo puedes imaginarte en un final feliz, siempre al lado de quien a tu parecer era el hombre perfecto.   Para nuestro viaje de promoción visitaríamos las playas de “Punta Sal”, por cuatro días y tres noches. El viaje era mañana lunes y regresábamos el jueves, gracias a la fantástica idea de nuestra tutora, Miss Ileana. Al parecer esos días eran más tranquilos en aquel lugar, ya que se caracterizaba por ser un lugar bohemio pero hermoso. Jimena, Lucía y Tatiana eran mis grandes amigas del colegio. -      Andrea, hoy ¡iremos de shopping! – gritaba Tatiana con una gran sonrisa dibujada en sus labios. -      ¡Siiiii! – exclamé emocionada Tatiana era mi mejor amiga, una chica carismática y alegre, de pronunciadas caderas, tez blanca y cabello negro lacio hasta los hombros. Por lo general a ella siempre se le ocurrían las grandes ideas de nuestras travesuras y yo sería quien la ayudaría a ejecutarlas, terminando casi siempre en un lío.   -      Necesito un lindo vestido de playa, a lo mejor nos encontramos con algún chico guapo – insinuaba Jimena con su sonrisa pícara -      ¿Tú crees? Ileana nos lleva al fin del mundo, no creo que te encuentres con uno, no como el que estás pensando – resopló Lucía, con la seriedad que la caracteriza -      Lucía que aguafiestas, ni siquiera hemos viajado y ya quieres malograr la sorpresa – se quejaba Tatiana, haciendo un puchero -      Bueno, conste que se los advertí – se encogió de hombros -      ¡Vámonos ya! – me quejé- aún me faltan muchas cosas por comprar. Recorrimos muchas tiendas buscando lo que necesitábamos para nuestro viaje. Desde los lentes de sol hasta la ropa de baño. -      Andrea, mira este vestido. ¡Me encanta! – la mirada estaba de Tatiana permanecía fija en el espejo frente a ella. -      Te queda excelente – sonreí al notar que el largo vestido negro resaltaba sus increíbles caderas gracias a su fina cintura y sus esbeltas piernas, luciendo no solo linda, sino agregándole un toque sensual. -      Tati, es perfecto – sonreía Lucía, Lucía por su parte, todo en ella era perfecto. Poseía una esbelta figura, predominando sus anchas caderas. Tenía un color de piel albaricoque, cabello castaño rojizo lacio, largo hasta su cintura, su cara pequeña, de ojos marrones y labios finos. -      Nada me queda bien – se quejaba Jimena de su delgada figura y pequeña estatura. Quien tenía un rostro lindo pero cuando se molestaba o quería imponer su opinión, que era muy seguido, abandonaba ese rostro angelical por uno nada agradable. -      Chicas tengo que irme, debo terminar de arreglar mi equipaje – me despedí, señalando mi reloj – ¡Vamos Tatiana! – moví las manos impaciente para que se apresure en salir – dejando atrás a Lucía y Jimena. -      Andrea sabes lo que me dijo mi tía Cata – Tatiana miraba de manera sospechosa al salir -      ¿Qué? – contesté intrigada -      Cuenta la leyenda que durante los viajes de promoción, las chicas siempre encuentran a la persona que será especial – decía con una voz misteriosa – aquella que robará aquel primer beso tan ansiado – puso una cara graciosa -      ¡Tonta! Deja de pensar en eso. Piensa en qué vas a estudiar porque tu padre te matará si no lo haces – resoplé sonrojada -      Tienes razón – suspiró – pero si me gustaría enamorarme de alguien que me ame con locura. Que me tomé de la cintura, incline un poco hacía atrás y plum, me bese – bromeó indicando con sus manos como la tomarían, tal cual princesa en un cuento de hadas. -      ¿Y a quién no? – sonreí avergonzada – Tendría que ser especial para poder aceptar un beso. Pero como dicen, estábamos en la mejor etapa de nuestras vidas en “la flor de la juventud”, y nos estaba convirtiendo en mujeres con atributos gloriosos, despertando nuestros deseos de conocer el mundo y el amor, a nuestra manera inmadura y despreocupada.   … La emoción nos embargaba al disfrutar de nuestro primer viaje solas, sin padres. Solo nosotras y el mar ¿Qué podría salir mal? Cuando llegamos a Punta Sal todo su atractivo estaba a la entrada del lugar, donde encontrabas a un lado de la carretera hoteles seguidos por un bulevar de puestos de ropa y accesorios de playa; al otro lado los restaurantes rústicos pintados con una variedad de colores, estéticamente lindos durante el día e incitantes y llamativos durante la noche. Pero nosotros no estaríamos en esa zona, tal como dijo Lucía, la casa estaría varios kilómetros más allá, en un lugar mucho más tranquilo y desolado. Una gran puerta de madera antigua nos recibía, ocultando un paraíso. La casa, frente al mar, tenía un inmenso jardín, con un camino sinuoso guiándonos hasta un bungalows que era la cocina, y alrededor varias mesas y sillones todos hechos de paja, madera y barro dándole un aspecto chic, rústico y relajante.   Frente a esta había una especie de casa, muy amplia. Escogimos una habitación en el primer con vista a la hermosa piscina azul frente al mar. Las  amplias habitaciones contaban con una pequeña sala de estar decorada con un sofá blanco y una pequeña mesa de vidrio, desde ahí se podía observar una alfombra estilo persa en color beige llevándote a las dos amplias camas tamaño King, cubiertas por suaves y delicadas sábanas blancas de algodón de 300 hilos y una manta gris a los pies. El dosel sobre las camas te hace sentir en un palacio, con sus cuadros y lámparas rústicas iluminado por una tenue luz amarilla, envolviendote en un mundo de ensueño.