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Alguien para mi

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intro-logo
Blurb

Anne es una pueblerina que lleva una vida de lo más tranquila para no perjudicar su embarazo. Está sola y su única familia es su prima Gemma.

Cuando el novio de Gemma viaje a su pueblo para estar con ella y traiga consigo a sus amigos. Anne conocerá a Isaac, un chico malo con todas las letras. Un mujeriego que no dudará en ser mejor por esta embaraza tan increíble.

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—¡Buenos días, primita!  Gemma siempre entraba gritando en mi casa. No sé como lo hacía pero la escuchaba como si me gritara en el oído.  Ya llevaba días de lo más contenta porque su noviecito de cuidad iba a venir al pueblo para estar con ella. Siempre era Gemma la que tenía que conducir tres horas para llegar a la ciudad y estar con él. Como éramos nuestra única familia yo también estaba impaciente por conocer a su novio; llevaban cuatro meses juntos y no dejaba de parlotear sobre él como una cotorra.  Salí del cuarto de baño después de limpiarme la cara e intentar despejar esas nauseas mañaneras que me golpeaban con fuerza últimamente. Desde que me enteré de mi embarazo sólo vivía por mi bebé, trabaja por él y por poder darle la mejor vida. Por eso tuve que cancelar mis planes de irme a la ciudad. El pueblo era mucho más barato y mi plan en la ciudad era compartir piso con el inútil que era mi expareja ya. En cuanto le dije que estaba embaraza salió pitando, pero el pueblo no era tan grande y seguí viendo su cara de estúpido a cada rato. Gemma me dijo que ella podía atropellarle con el coche. Tenía más que claro que él nunca sería responsable, ni en dinero ni en sentimientos con nuestro bebé, pero tampoco era para matarle. Simplemente era gilipollas y me abrió los ojos. Ser madre soltera tampoco era mi plan inicial de lo que quería en mi vida, pero sabía valerme por mi misma y no le necesitaba.  —¿Tienes que entrar gritando? —le pregunté.  Ella se apartó el pelo rojizo de la cara y me regaló una sonrisa desde la mesa de mi cocina. Gemma me hacía las compras muchas veces porque trabajaba en la tienda de alimentación del pueblo y tenía unos descuentos bastante genuinos.  —No grito, soy feliz.  —¿Tu felicidad se transmite con gritos? Lamento los oídos de Dann. ¿Cuándo llega?  Guardamos las cosas en la despensa entre las dos, o más bien yo guardaba y colocaba y ella me pasaba. Gemma vivía en un desastre continuo y yo tenía un trastorno del orden porque no podía poner las cosas del desayuno mezcladas con los sobres de sopa y purés.  —Iré a recogerlos de la plaza en un par de horas. Cuando me digan que han llegado.  —¿Han? —dudé—. ¿Vives en una orgía?  Se rio y me lanzó los rollos de papel de cocina haciéndome reír.  —Viene con unos amigos. Ya sabes, para salir de la ciudad y el estrés.  —Tú no tienes sitio en tu casa —replico—. Ni siquiera te has molestado en comprarte un cabecero para la cama.  —Se han cogido sitio en el hostal de Marisa.  Asentí.  Gemma se quedó conmigo gran parte de la mañana y  aprovechó para comer porque ella era una torpe en la cocina. Éramos sólo nosotras y a pesar de ser primas, era mi mejor amiga. No fuimos muy unidas hasta que me tuve que ir a vivir con ella y sus padres tras el fallecimiento de los míos cuando aún tenía diez años. Años más tarde su padre se fue al no poder hacerse cargo de dos adolescentes y de su mujer con problemas mentales; así que aguantamos con mi tía (madre de Gemma) hasta que cumplimos los dieciocho y con los ahorros de trabajar desde los dieciséis años pudimos internarla en un hospital psiquiátrico hasta que dos años después rompió un ladrillo del centro y se apuñaló con él.  Sólo éramos ella y yo, y el bebé en camino. Pero ella tenía a Dann y estaba bien con eso, con que ella fuera feliz porque yo era feliz a mi manera estando sola. Aunque no puedo negar que no me preocupaba un poco no conocer a más chicos porque conocía la mentalidad de algunos que no querían nada con alguien que tuviera un hijo. Si no aceptaba a mi hijo yo estaba dispuesta a quedarme sola, pero me molestaba.  Después de la comida nos tiramos un rato en el sofá a ver una película y Gemma no tardó en levantarme la camiseta por encima de la tripa. Acababa de cumplir los tres meses a penas, pero se notaba bastante con mi complexión delgada y era lo mejor que me estaba pasando. No esperaba estar sola cuando me quedara embaraza, pero me estaba encantando porque era una mujer independiente que se miraba al espejo y sabía que iba a ser una buena madre. Además, me había hecho un favor al pecho porque no tenía mucho y me habían crecido, así que me veía mucho más guapa y la gente del pueblo lo sabía porque el embarazo me hacía feliz y no me permití estresarme de más por cosas que no lo merecían. Acepté todo muy rápido.  —Igual puedo pedirle a Dann que se pase algún día y así te ayuda a montar algunas cosas. Estoy segura de que no le importa.  —No, no pasa nada, lo tengo controlado —aseguré.  Había conseguido pintar la habitación del bebé por mi misma sin dejarla de tres colores diferentes. Tenía ya un carrito que me regaló una vecina del pueblo y estuve a punto de llorar al ver la solidaridad que mucha gente tenía conmigo por el embarazo y estar sola. Supuse que eso era lo que pasaba cuando eras buena con los otros. Había ayudado a mucha gente del pueblo y siempre que podía hacía voluntariado en el centro social que preparaba y repartía comidas a la gente mayor. Todo lo bueno siempre se devolvía. —¿Cuándo tienes la próxima cita?  —En dos semanas. Me dijeron que ya sabría si era niño o niña.  Gemma levantó la cabeza y puedo cubrirme la tripa. Era un culo inquieto y saltó fuera del sofá para hacerme una trenza en mi pelo rubio.  —¿Porqué no le tiñes? Así como yo —me dijo.  —Porque ya me lo teñí de rojo como tú y se me quedó el pelo color verde.  —Porque el tinte era una mierda.  —A mi me gusta mi pelo, además.  La escuché resoplar y justo cuando terminaba de hacerme la trenza le sonó el móvil y corrió como nunca había corrido a prepararse para ir a por su novio. Se calzó de nuevo las zapatillas y resbaló por la tarima del suelo colocándose el bolso.  —¿Quieres venir? Así das un paseo y le conoces. Sé que os llevaréis bien.  Dudé un momento. Llevaba una semana de semana en casa y sólo había salido para trabajar en la recepción del estudio de tatuajes que había en la carretera a la salida del pueblo. Me venía bien estirar las piernas y tomar el aire antes de que el lunes volviera a mi rutina tan aburrida.  Me levanté y Gemma soltó un pequeño grito de júbilo cuando vio como me calzaba mis zapatillas de tela que dejaba en el pequeño mueble de la entrada. Antes de salir me miré en el espejo: mis pantalones cortos de chándal dejaban al descubierto mi vientre abultado y mi camiseta de manga corta ajustada no camuflaba nada mi embarazo. Sonreí y Gemma me puso una mano en la tripa con una sonrisa boba antes de tirar del pomo de mi puerta. Cogí mis llaves y mi teléfono y cerré. Las casas en esa parte del pueblo eran pequeñas, muy estrechas y la carretera quedaba demasiado cerca así que era algo con lo que sabía que debía tener mucho cuidado; por suerte tampoco pasaban muchos coches por allí.  Gemma me enseñó (de nuevo) otra foto de Dann. Tenía su imagen clavada en el cerebro porque no dejaba de presumir que era súper guapo y súper adorable con ella. Era un chico que parecía ser alto y tenía los brazos llenos de tatuajes hasta un piercing en la ceja. Toda una estética de chico malo, pero sabía que si Gemma estaba con él no podía ser malo. A pesar de todo ella era más precavida que yo con los chicos y sólo salía con buenos hombres, no como yo que me pasé cuatro años de mi vida con un inútil. Visto con tiempo y sin sentimientos por él ya, me daba cuenta de lo poco que merecía la pena como chico. Estaba ciega de amor por un ciego de la vida.  El pueblo era bonito para lo que era. Muy verde en verano y muy nevado en Navidad. Teníamos nuestros campos de cultivo, nuestro centro médico y de urgencias y nuestra escuela algo destartalada. No había universidad y por eso Gemma y yo no estudiamos más después del instituto: sin dinero y teniendo la obligación de trabajar para mantenernos, no teníamos muchas salidas en un pueblo. La plaza era un simple parque infantil con una fuente en medio, así que no fue muy difícil distinguir a los cuatro chicos con pintas desconocidas e intimidantes que había en el otro extremo. Los cuatro vestían de negro, los cuatro eran altos y tenían tatuajes, pero al final sólo uno me interesó.  Reconocí al novio de Gemma enseguida, ella me dejó atrás y corrió a saltarle en la espalda como un mono. Era intensa, a veces demasiado. Los otros tres chicos se giraron pero ella y Dann estaban a lo suyo dándose un apasionado beso. Llegué a los pocos segundos y Gemma se alejó de su novio para pasarme un brazo por los hombros.  —Oh, esta es Anne, mi prima. ¿Te acuerdas? —le preguntó a su novio—. Te he hablado de ella.  Fui consciente de que miraron más a mi barriga que a mi cara, pero enseguida parecieron entenderlo y Dann me estiró la mano y  me dio un apretón amigable con una sonrisa increíblemente bonita. Wow. Miré a Gemma y ella me sonrió, así que enseguida me sentí cómoda con él.  —Sí, me ha hablado demasiado de ti —dijo él—. Soy  Dannan, Dann.  Asentí. A Gemma solo le faltaba tatuarse su nombre.  —Lo sé, tampoco deja de hablar de ti —comenté—. Soy Anne, pero lo acaba de decir ella.  Soltó una risa y los otros tres también me saludaron. Gemma los conocía y enseguida supe que sus pintas con tatuajes y caras algo serias, era más bien fachada.  —Encantado —me dijo Alan. Un chico alto como Dann que me sacaba dos cabezas y tenía tatuados los brazos hasta las manos.  Asentí, y el siguiente al que conocí fue a Sam, Samuel. Él era el más bajito de los cuatro pero aún era más alto que nosotras dos. Tenía el pelo teñido con algunos reflejos verdes y aunque no le veía tantos tatuajes, él era el único que tenía tatuadas las piernas. Y por último se me cortó la respiración un segundo.  Isaac era alto, parecía un pecado mirarle y era el único de todos ellos que no hizo el esfuerzo de sonreírme. Tenía el pelo negro y bien peinado, y recuerdo que pensé que todo era demasiado oscuro en él. Sus tatuajes no tenían ni un sólo color y era una blasfemia mirar la cruz inversa que tenía tatuada sobre la ceja. Además, aún con las manos que tenía hundidas en los bolsillos de sus vaqueros distinguí que las tenía tatuadas porque los trazos oscuros se perdían allí.  Era el menos hablador, a penas abrió la boca mientras Gemma y yo les enseñábamos un poco del pueblo y finalmente entramos en un bar y nos dividimos para encajar en los sofás y la mesa. Gemma corrió a pegarse en la pared y arrastró a Dann a su lado sin despegarse de él, Alan se sentó con ellos. Dejé que Sam pasara primero para sentarse contra la pared, esperaba sentarme en la esquina porque con el embarazo a lo mínimo que bebía ya necesitaba ir al baño. Entonces Isaac me miró y cuando pasó por mi lado para sentarse, me rozó el brazo y se me puso la piel de gallina. Ni siquiera lo entendía. ¡Por Dios no estaba en el instituto!  Ninguno preguntó por mi embarazo hasta ese momento. Después de pedir y que todos tuvieran sus cervezas y yo un simple vaso de agua con hielo, Dann carraspeó y me miró.  —Y... ¿de cuánto estás?  —Tres meses —contesté bastante animada.  Me gustaba hablar de mi embarazo, no tenía ningún problema con ello.  —Debéis de estar muy felices —comentó Sam.  Torcí los labios. Yo estaba feliz, Jake podía irse al infierno.  Gemma carraspeó y no disimuló que le pegó una patada.  —No —dije rápido—. No pasa nada, no me molesta —le aseguré, y  giré un poco el cuerpo para que me viera sonreír—. Estoy feliz —contesté.  Entendí que todos los entendieron porque la mesa se quedó en silencio unos segundos. Pero sabía que a la gente, saber eso, le causaba mucha curiosidad y Sam fue el que lo dejó caer.  —Y el padre...  —Tío... —le recriminó Dann.  Volví a negar con las manos y la cabeza mientras soltaba una risa relajada para que supieran que de verdad no me importaba.  —El padre no sirve —contestó Gemma de la forma más seria que podía—. Le dije que podía atropellarlo con el coche. Es un inútil, seguro que ni aunque vaya con un tractor es capaz de esquivarlo.  —No vas a atropellar a nadie con un coche —dije—. Ese coche se desmontaría antes de hacer nada.  Gemma asintió con gracia y fui consciente de como Dann le miraba, con adoración. Yo pensaba que Jake me miraba así y resultó que miraba a demasiadas. >.  —Podemos darle un susto —bromeó Alan, y me sacó una risa.  —No, está bien —dije riéndome—. Tiene ya demasiado siendo él mismo. Me hizo un favor de todas formas.  Se me hicieron bastante amenas las horas, aunque sentí la mirada de Isaac siendo demasiado intensa y eso me hizo tragarme mis palabras para no titubear. Estando sentados me sacaba bastante altura y se recostó contra el respaldo del sofá cruzándose de brazos en una pose bastante arrogante. Los músculos de sus brazos se tensaron y se le apretó más la camiseta a los bíceps. Mi curiosidad, que era bastante grande, me hizo mirarle y tal vez me quedé embobada tratando de descifrar sus tatuajes. Él se di cuenta porque cuando subí la mirada, sus ojos grises ya me miraban y me sonrojé como una boba. Yo tenía un pequeño tatuaje sobre el pecho, sobre mi corazón: los nombres de mis padres.  Me libró de su mirada penetrante que Gemma y Dann se levantaran, haciendo a Alan quitarse de su sitio. Era tan obvio que me encogí de hombros. Realmente no me importaba que me dejaran sola con los otros tres, estaba bastante a gusto a pesar de la seriedad y la rigidez que Isaac parecía poseer.  —Avísame cuando llegues a casa —me dijo canturreando, y me besó en la mejilla.  Sonreí y asentí apartándome el pelo de la cara.  —Vale —dije, y les sacudí la mano—. Adiós, ya nos veremos, Dann.  Él me sonrió y agito la cabeza despidiéndose. Cuando nos quedamos solos los cuatro, me cambié al sofá de enfrente con Alan para no estar tan apretados y él enseguida miró mi vientre antes de dejarme demasiado espacio para mi como si lo necesitara. A pesar del embarazo seguía siendo pequeña, demasiado en comparación a ellos.  —Y... ¿tú estudias? —me preguntó Sam.  Le di un par de vueltas a mi vaso de agua y negué levemente.  —Ummm... no. Estoy trabajando. ¿Y vosotros?  —Yo he terminado este año un máster que estaba haciendo —respondió él, Sam, y se pasó la mano por el pelo castaño claro—. Psicología —añadió.  Abrí la boca, gratamente impresionada.  —Qué bien —admití.  Los vi sonreír y por primera vez vi un atisbo de sonrisa en Isaac.  —Nosotros trabajamos —me dijo Alan, y señaló al pelinegro con la cabeza—. No es muy hablador pero es buen tipo. Apreté los labios en una sonrisa y le miré. Isaac me clavó sus ojos grises y un mechón de pelo negro le cayó por un lado de la frente. Era realmente guapo, enigmático.  —Ya veo —mascullé burlesca.  —¿Cuántos años tienes? —siguieron indagando.  Hacía demasiado que no tenía esas preguntas. No me relacionaba con mucha gente de mi edad porque en el pueblo no había muchas personas así, la mayoría se iban para estudiar.  —Veintitrés. ¿Vosotros?  —Ah, eres una cría todavía —se burló Alan con gracia y me dio muy suavemente con su brazo en el mío—. Yo tengo veintisiete.  —¿De verdad? —dudé, no lo parecía, recuerdo que pensé que me estaba mintiendo.  —Él es un viejo —añadió Sam—. Yo te entiendo, tengo veinticuatro.  ¡Por fin alguien que se asemejaba a mi edad! Gemma tenía veintiséis y me trataba como a su hermana pequeña muchas veces. Esperé a que Isaac dijera algo, se llevó la cerveza a los labios y me miró tan fijamente que no pude apartar la mirada.  —Veintiséis —contestó.  —Sí, él y Dann tienen la misma edad. Como tu prima —añadió Alan.  Yo asentí. Tuve que levantarme tres veces más al baño en toda la tarde y cuando me terminé mi tercer vaso de agua y ellos iban por su quinta cerveza después de horas, eran las siete de la tarde y yo trabaja al día siguiente.  —Ummm... tengo que irme —dije, y empecé a levantarme—. Trabajo mañana.  Los tres se miraron e Isaac fue el primero en ponerse de pie. Les hizo un gesto de cabeza y después me miró.  —Te acompañamos —dijo.  Asentí. Sam me empujó la puerta de salida y me regaló una sonrisa dejándome salir primero. Sí, todo el mundo me trataba como si fuera de porcelana sólo por estar embarazada. Me gustaba un poco, por que hasta mi jefe me había subido un poco el sueldo para costear mejor todo lo que iba a necesitar.  —Gracias —susurré.  El ligero fresco de la tarde casi noche me movió el pelo, refrescaba por las noches pero estaba más que acostumbrada y era algo que me gustaba de vivir allí, que no me moría de calor por las noches, y  me encaba pasear con ese clima fresco por los jardines del pueblo.  —Está bien el pueblo, tenéis de todo.  —Sí, aunque nos faltan algunas tiendas porque el centro comercial más cercano está a una hora. Pero hay muchas cosas.  —¿Para comprar tabaco? —me preguntó Sam, y sonrió.  Giré bruscamente y les dejé atrás soltando una risa. Los tres me siguieron y atravesamos la plaza del pueblo para llevarles hasta el estanco más cercano.  —¿Os acordáis de dónde está el hostal?  —Sí, no te preocupes.  Sam y Alan entraron al establecimiento de tabaco y me quedé fuera esperando con Isaac. El viento fresco y la sensación que me encantaba de estar allí me hizo llevarme las manos al vientre abultado y vi como sus ojos bajaron. No éramos los más unidos ni los mejores amigos, de echo éramos los que menos habíamos hablado entre nosotros, a si que si él era así tampoco iba a forzarle a abrirse más a mi.  —¿Vives lejos? —me preguntó tras un rato. Teóricamente y en el pueblo, vivía en la otra punta, pero eran quince minutos de camino. —No, no me importa ir sola —me apresuré a decir.  Él agitó la cabeza y se palpó los bolsillos de sus vaqueros sacándose un paquete de tabaco arrugado con sólo dos cigarros.  —Tengo el coche en el hostal, puedo llevarte —se animó a decir, y levantó la cajetilla—. Te invitaría, pero no indujo a embarazas a joderse.  —Vaya, que considerado —me reí, y me encogí de hombros—. Y por lo otro... no hace falta que te molestes, me gusta andar y son sólo un par de minutos.  Los otros dos no tardaron en salir y emprendimos camino hasta mi casa. Fueron fumando y consideraron bueno alejarse un poco de mi para eso, cosa que agradecí. No tardamos en llegar a mi calle y las casas estrechas se asomaron. Era una pequeña calle con unas diez casas, yo vivía en la de tejado negro y Gemma vivía justo en la última. Eran las casas más baratas del pueblo, las que nos pudimos permitir después de todos los problemas familiares y de vender la casa de su madre. Nos repartimos el dinero a medias y yo tenía pensado usarlo para mi mudanza a la ciudad, pero lo metí en una cuenta de ahorros para los estudios de mi bebé.  —Es aquí —dije cuando llegué a mi puerta, saqué las llaves y me paré allí con una sonrisa—. Gracias por acompañarme.  —No ha sido nada —me aseguró Sam.  —Bueno... supongo que ya nos veremos por ahí —me despedí, les agité la mano y después de abrir mi puerta me volví a despedir—. Adiós, pasar buena noche. 

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