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Jardín de Primavera

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Ser insultada por un príncipe no era una gran pérdida y jamás fue orgullosa, entonces, por qué bajo los escalones, por qué entró al jardín y por qué tuvo que encontrarlo cuando la necesidad de sangre lo dominaba.

- Sí el mundo se vuelve oscuro y sombrío, ¡muérdeme!

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El amor es infantil en primavera (1)
Iris Landevon nunca quiso ser parte de esta historia, no se levantó un día y pensó, ¡sería grandioso ser la esposa del rey Gideon Edwards!, ni se vanaglorió al conseguirlo y agregó, ¡sería perfecto ser rehén del príncipe Nicolás Daemonium!, último hombre del linaje más sangriento conocido por la humanidad. No quiso que le sucediera, pero pasó, porque en algún lugar, un dios decidió que sería muy divertido convertir su vida en un juego. ¡Apostemos! – Señorita, la cena está servida – dijo la mucama e Iris se preguntó cuántos días le tomaría morir de hambre. El comedor estaba vacío como siempre, el hombre que la secuestró seguía sin presentarse y los sirvientes la miraban desde los costados. Cada mañana le preparaban el baño, le llevaban ropa, le facilitaban la comida y durante todo el día escuchaba la misma frase repitiéndose. – Esperamos que sea de su gusto. Porque los hombres y mujeres que la rodeaba no conocían su idioma y eso era todo lo que sabían decir en lemor. Al mirar la comida Iris hizo lo único que podía hacer, comer, porque, aunque deseará la muerte, en el fondo sabía que nunca tomaría ese camino. ¿Cuándo fue que todo salió mal? Sí quisiera marcar el inicio, tendría que regresar mucho tiempo, antes de su boda, antes de su compromiso y antes de ser adoptada por Abigail Landevon, nodriza del rey Gideon Edwards. Veintisiete años atrás, el invierno en que Bastián Lacombe falleció y la princesa Violeta Daemonium se comprometió con el rey regente Henry Edwards, fue en ese preciso momento cuando la vida de Iris se arruinó y aún no había nacido. ***** – Una flor para atraer la primavera, señora, una flor para atraer la primavera, ¡una flor! Era una frase tonta que repetía días tras día mientras las personas la ignoraban y la empujaban. – Una flor para atraer la primavera. Pero estaba bien, porque el propósito jamás fue vender flores, sino provocar lástima. La nariz roja por el frío, los ojos verdes, el cabello despeinado y la ropa deshilachada, aquellos que pagaban, lo hacían por pena o desagrado. A muy temprana edad Iris comprendió que sería el único sentimiento que podría despertar y al final del día, cuando las nubes cubrían el cielo, volvía a la vieja fábrica donde dos décadas atrás la familia Cold tenía un imperio, caminaba sobre la tierra dura y levantaba la cortina que usaban como pared para mirar a los demás huérfanos acurrucados en las esquinas luchando por un poco de calor. – ¿Cómo te fue? – preguntó Timothy mientras se aferraba a sus tobillos porque una vez más lo dejaron sin calcetines. – Mal – respondió Iris y se sentó a su lado. – Dicen que en Darlack hace calor todo el año – dijo Lesli – y las personas viajan a la playa todo el tiempo. Iris no quería imaginarse en una playa, pisando la arena y sintiendo los rayos del sol sobre su rostro, pero lo hacía, una y otra vez se imaginaba convirtiéndose en un ave y migrando al sur para pasar el invierno bajo un clima cálido, y como siempre, despertaba con la piel fría y se golpeaba el rostro para recordarse que no debía ser tan estúpida. Tenía diez años ese invierno y sabía que nada se ganaba en la vida con sueños. La cortina que cubría la entrada se abrió de golpe y todos voltearon a ver a Charlotte, la adolescente de dieciséis años con un largo vestido amarillo y un abrigo que le cubría los hombros – hoy lucen más lamentables que de costumbre, sentí lástima y les traje comida. Al ver las canastas todos se levantaron y corrieron para tomar un poco, cualquier cosa, ya fuera un trozo de carne, un trozo de pan o una rebanada de tarta. Aaron empujó a Lesli para robar la tarta completa y la lanzó al suelo, Timothy logró robar un trozo de carne y lo escondió dentro de su camiseta mientras que Iris se aferró a un pastel de carne y los tres se alejaron del resto para esconder la comida en el único lugar seguro. ¡Sus estómagos! Charlotte siguió sonriendo – esta es la noche más importante del año. Lleledomort esperaba con ansias el festival de invierno, los nobles compraban lujosos adornos y los plebeyos ahorraban por meses para que sus hijos e hijas lucieran sus mejores joyas y conocieran a su pareja predestinada, mientras que para aquellos que ya estaban casados, el festival era un día de fiesta y un buen momento para entablar amistades. Y para los huérfanos en la fábrica, el festival de invierno era la mejor noche para robar. – Los Winter compraron un espejo circular gigante, los vi llevarlo el otro día. – ¡Idiota!, no podremos cargarlo. – Yo vi que los Forest compraron platería nueva. – La señora Carter compró varias telas de Nelsira, vi a los mensajeros, venían de la frontera. – ¡Las usarán en el festival! – No todas, escuché a los sirvientes decir que las enviarán a sus familiares en Selder, las tienen guardadas en el sótano. – ¿En serio lo escuchaste? – Lo juro – golpeó su pecho. – Si encontramos pura madera apolillada te sacaré todos los dientes. Charlotte aguardaba mientras todos compartían sus experiencias y se reservaban los datos más importantes para sí mismos, al ser huérfanos que deambulaban en las calles todos escuchaban y observaban mientras los sirvientes de las familias adineradas caminaban por los mercados y presumían las riquezas de sus amos, y Charlotte lo sabía, ella entendía cuán invisible era un huérfano de la calle porque ella también lo fue – están haciendo un buen trabajo, anden, coman, sí lo hacen bien, les traeré mantas para que se abriguen. La comida no era gratis, todo aquello que robaban, no era para ellos, era para Charlotte. Apestaba vivir así, pero era la única forma que conocían. Y entonces, eso regresó. Miau* Iris terminaba de comer cuando escuchó el maullido y levantó la mirada, pegado a la pared un hermoso gato blanco agitaba su cola y miraba a Katie, la chica de catorce años con el vestido verde que comía una tarta de calabaza con crema ácida. Contaba la leyenda que eran las favoritas del dios de Otoño, y si una persona quería que su familiar encontrara un paso seguro en el jardín de otoño, debía prepararla y llevarla al cementerio en el día de muertos, por lo que era un postre muy popular y todos lo anhelaban, pero Iris no miraba la tarta, ella miraba al gato. Su pelaje era de otro color, su tamaño más pequeño y su actitud más calmada, pero el cascabel en su cuello era el mismo, lo supo desde que escuchó su maullido, era la misma clase de gato que visitó a su abuela el día que murió y el mismo que rodeó a su padre en el día de su muerte, no tuvo la menor duda, era el mensajero del dios de otoño y su presencia tenía un único significado. – ¿Qué quieres? – preguntó Katie molesta. – No vayas al festival esta noche o morirás. Todos voltearon a verla, no con agradecimiento, estaban molestos, dos chicos se levantaron y Katie frunció el ceño. – ¡Estás amenazándome! Iris negó con la cabeza – no quise decir eso, es porque estás en peligro – miró al gato consciente de que nadie más lo veía – de verdad, algo malo va a pasarte, no vayas. Katie sintió escalofríos y empujó a Iris, Timothy corrió a cubrirla, los chicos en la parte de atrás intervinieron y los hombres que acompañaban a Charlotte se interpusieron antes de que el conflicto terminara en una pelea. – No queremos problemas – dijo Charlotte – y menos de ustedes, su cuota diaria es la más baja, piensen en eso antes de declararle la guerra a otros grupos – les dijo en un tono cortante. Iris permaneció en el suelo con la mirada baja y un deseo que no podía ser escuchado. – Lo viste, ¡cierto! – exclamó Timothy. – ¿Qué fue lo que vio? – preguntó Lesli. Un año atrás cuando el padre de Iris falleció, había dos gatos, y el segundo rodeó a la madre de Timothy, aquella noche bajo la luz de la luna, los dos se convirtieron en huérfanos. – Sin importar quién sea, no puedes volver a decirlo. – Pero, Katie. – ¡No lo digas! – alzó la voz Timothy e Iris asintió. El día terminó y bajo la oscuridad de la noche la caravana se alejó de Galea con ruta a la plaza y las casas de la ciudad quedaron desprotegidas. – Dicen que la diosa de invierno decretó que sus festivales serían lejos de las ciudades para ayudarnos a nosotros – dijo Charlotte – vayan, mis copos de nieve – ordenó y se quedó bajo resguardo mientras los demás se adentraban en el clima gélido. El pequeño grupo de tres personas tenía asignada la casa Hunter, en la parte trasera de la plaza, rodeados de grandes esculturas donde el aire frío entraba con fuerza y el grupo de Katie tenía asignada la casa Landevon, en el final de la calle. – Iris – llamó Timothy al verla dudando y sus manos se apretaron con fuerza – no es tu culpa, los dioses deciden quién vive y quien muere, no puede evitarse. Aquellas palabras tenían otro significado, la muerte no era culpa suya, tampoco lo fue que la iglesia se incendiara, que la madre de Timothy quedara atrapada o que el padre de Iris entrara a rescatarla, todo eso pasó sin previo aviso y ellos dos permanecieron de pie sobre la nieve mirando la construcción cubierta por las llamas, esperando en silencio sin que alguno de sus padres volviera, pero ella no podía sacar esa idea de su mente, sí esa mañana les hubiera avisado, ¿habría cambiado algo? – sí no puede evitarse, entonces, ¿por qué puedo verlo? – ¡Perra egoísta! Los dos se sorprendieron al escuchar las palabras de Lesli y giraron la cabeza. – ¡Quieres salvarla, quieres ser una heroína y que todos te alaben!, bien, ¿quién nos salvará de tener una amiga codiciosa y desconsiderada como tú? – No quise… – Lesli, cállate. – Ustedes son los que deberían callarse, sí no le llevamos a Charlotte algo de valor no tendremos comida, ni abrigo, moriremos de hambre y de frío y todo para qué, ¿por tu maldita arrogancia?, ¡ir en contra de los dioses!, te crees tan especial, pero estás en el mismo barco, eres una ladrona como todos nosotros, o peor, porque tú eres una maldita codiciosa. Timothy se paró delante de Iris para defenderla – dijiste suficiente. – No, será suficiente cuando esa perra aprenda su lugar y deje de poner en peligro nuestras vidas, y saben algo, ¡están solos!, yo no voy a morir para que esta puta sea una heroína, y Timothy, sí tuvieras cerebro vendrías conmigo, antes de que esta zorra te mate. Iris bajó la mirada y se talló los ojos, no podía debatir esas palabras porque sabía que en parte eran ciertas, ¡ir en contra de los dioses era arrogante!, pero entonces, ¿qué les quedaba?, aceptarlo, ver morir a las personas a su alrededor solo porque un dios lanzó los dados y decidió que era su tiempo, de ser así, ¿por qué los dioses le permitieron ver a sus mensajeros?, sí no era para evitarlo, ¡por qué la maldijeron! El aire frío sopló y Timothy tomó su mano. – Estaremos bien, quédate aquí, iré a buscar los cubiertos de plata y volveré. – No, yo iré contigo – soltó su mano y entró a la casa trepando por la barda, al ser la primera de la calle nada detenía el viento y sintieron cada ráfaga que se arremolinaba entre los árboles y llegaba hasta ellos. Mientras en todas las plazas de Lleledomort festejaban la llegada de la diosa del invierno, Iris abrazó las cucharas de plata e hizo lo que una ladrona habría hecho, tomar todo lo que pudiera meter en su ropa, hacer espacio para un frasco de galletas y escapar de la casa antes de que los sirvientes despertaran. Porque eso era, una ladrona, y al llegar la mañana nada de eso importó. Todos miraron a Iris con rabia. – Katie está muerta – dijo Charlotte – ¿cómo lo hiciste? – ¿Qué? Se convirtió en aquella que presagiaba la muerte.

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